Aquel Bilbao de entresiglos, a caballo entre los siglos XIX y XX, llegaron a conocerle como “un millonario solterón de la época”. Fue más, mucho más. Basta con recorrer su biografía para ver que su huella es inolvidable. Laureano Jado Ventades, nació en Mungia en 1843 como hijo de José María Jado y de Benita Ventades. A su patrimonio familiar fue sumándosele la fortuna de varios años de éxito económico desde su formación como ingeniero industrial. Fue jurisconsulto y famoso comentarista del Derecho Foral de Bizkaia. Es bien sabido que si no hubiera sido por Laureano no se hubiera conocido la obra de Rodrigo Jado. Laureano recogió en la casa mortuoria el manuscrito de su hermano y lo hizo imprimir en la Casa de Misericordia. El texto de Derecho civil de Vizcaya, obra de Rodrigo Jado Ventades tenía 676 páginas y ha dejado huella en el campo jurídico.
Fue un gran filántropo bilbaino que contribuyó, entre otras acciones benéficas, a la creación del Museo de Bellas Artes, siendo su primer presidente efectivo. A su fallecimiento, el 13 de diciembre de 1926, legó su colección compuesta por 278 obras entre pinturas, esculturas, muebles y otros objetos artísticos. Entre algunas maravillas de la donación aparecían El descendimiento de la escuela flamenca del siglo XV, atribuido a Van der Weider; El apóstol San Simón del Greco, o la talla de La Virgen dolorosa, firmada por Juan de Mena. Bajo su patrocinio además se creó, en 1923, la Fundación Escuelas Jado en Erandio, que se levantó en los terrenos en los que se ubicaba su casa de campo, que cedió personalmente para la construcción del centro.
Cuentan las crónicas que en su testamento donó a la pinacoteca su colección de “cuadros antiguos y modernos, esculturas y muebles antiguos”, además de un talón de 25.000 pesetas para los gastos de instalación. Dejó escrito, eso sí, que si el centro bilbaino no podía hacerse cargo de estos bienes, pasarían al de San Sebastián, y como tercera opción mencionó el Museo del Prado. Pero su amplísimo legado, formado por 268 cuadros, 26 esculturas y 56 muebles y objetos decorativos y valorado entonces en 375.470 pesetas, se quedó en la capital vizcaina, y así consta en una escritura de 1927, un año después de su muerte. También cedió otra colección de objetos al Museo Arqueológico.
Erigió la Fundación Escuelas Jado de Erandio en 1923, cuyo arquitecto fue Casto de Zabala. El centro era dirigido por una Junta compuesta por el alcalde de Bilbao, el teniente alcalde del distrito de Erandio, párroco de la iglesia de San Agustín y los dos mayores contribuyentes en el concepto de inmuebles . Laureano Jado fue también benefactor del Sanatorio Marino de Gorliz, primer edificio del estado construido totalmente en hormigón armado. De hecho, existe en el centro un busto dedicado a Jado esculpido por Moisés Huerta en 1929. El Hospital de Basurto, recuerden, también le dedicó el pabellón Jado. ¿Cómo no iba a dedicarle Bilbao una plaza en su nombre, con tanto como dio? . Su pasión hacia lo bello y su sentido humanista le llevaron a hacer gala de un talante desprendido ya que sus considerables fondos no sólo se destinaron al Museo, sino también a la financiación de muy diversas obras sociales que todavía hoy llevan su nombre: la Santa Casa de Misericordia, el Hospital Civil, el Colegio de Sordomudos y Ciegos, el Asilo de Huérfanos o el Sanatorio de Górliz. No se detiene ahí todo cuanto hizo. Miremos, por ejemplo, hacia el ámbito deportivo. También se vio beneficiado por la ayuda de este mecenas vizcaino. De hecho, cedió terrenos de su propiedad para la construcción del Campo de Ategorri, a petición de la Sociedad Deportiva Erandio Club.