Mientras Europa ardía en llamas en la Primera Guerra Mundial se diría que Bilbao vivía en serenidad, por mucho que de los 72 barcos españoles que fueron hundidos durante el conflicto, el 80% tuvieran matrícula de Bilbao. Eran barcos que zarpaban hacia Francia y el Reino Unido, sobre todo cargados de minerales. Los submarinos alemanes, conscientes de la carga, les aguardaban para enviarles a los fondos del mar. Sin embargo, la ciudad vivía con templanza aunque, eso sí, estaba sembrada de espías alemanes, según se dijo en la época. Cuentan las crónicas que el 7 de octubre del 1915 el funicular de Artxanda realiza el primer viaje, siendo alcalde de la villa Benito Marco Gardoqui y que Bilbao estaba inmerso en la revolución industrial, creciendo a pasos de gigante.

En esa atmósfera de desarrollo las motos ya habían conquistado medio mundo. No por nada, su aparición se remonta al siglo XIX cuando el estadounidense Sylvester Howard Roper (1823-1896) inventó un motor de cilindros a vapor (accionado por carbón) en 1867. Esta puede ser considerada la primera motocicleta, si se permite que la descripción de una motocicleta incluya un motor a vapor. No obstante, los alemanes Wilhelm Maybach y Gottlieb Daimler construyeron una moto con cuadro y cuatro ruedas de madera y motor de combustión interna en 1885. Su velocidad era de 18 km/h y el motor desarrollaba 0,5 caballos. En poco tiempo comenzaron a organizarse carreras.

Incluyamos a Bilbao en esa pasión motociclista. A Bilbao y a sus circuitos urbanos, que los hubo y muchos. Fue en 1915 cuando el Club Deportivo Bilbao organizó el primer Campeonato de España de Motociclismo con un recorrido de 335 kilómetros entre Vitoria y Bilbao, con salida y llegada al Botxo y con dos categorías participantes, 350 y 500cc. Rodrigo Díaz con una NUT y Rodolfo Cardenal, a bordo de una Indian, ganaron las pruebas, respectivamente.

Vengan hasta aquí los libros de historia. Bilbao fue pionera en diseñar circuitos urbanos, sobre todo motociclistas. Aunque no haya tenido carreras de Fórmula 1 (las World series fueron lo más cercano...) han sido innumerables los ralis automovilísticos que han discurrido por la villa con vehículos de marcas históricas como Bugatti, Hispano Suiza, Benz, Chenard, Peugeot, Opel, Fiat, Berliet, Dietrich, Panhard, Renault, Motobloc, Daimler, Loreley, De Dion, Hudson, etc. Pero sobre todo, el Botxo se ha distinguido por sus carreras de motos que ya se celebraban en los años veinte, generalmente por el mes de septiembre. Como el Gran Premio Bilbao, cuyo trazado era: Sabino Arana, Sagrado Corazón, Gran Vía, María Díaz de Haro, alameda Urquijo y vuelta a Sabino Arana. Con una longitud por vuelta de 2.107 m. y una velocidad punta de 126 km/h., este circuito data de 1933. Pero el de más solera era el de Kastrejana que luego pasó a celebrarse en Deusto y que a partir de 1931 perteneció al Tourist Trophy, oficioso campeonato del mundo que tenía su culminación en el peligroso circuito de la Isla de Man, donde han fallecido varios pilotos, entre ellos el llorado motorista bilbaino Santi Herreros.

Durante los años treinta se pudieron contemplar en los circuitos bilbainos a las más renombradas figuras del motociclismo extranjero que, junto a las figuras locales, marcaron la pauta para mantener en las sucesivas ediciones un alto nivel de participación. Así se pudo ver en la salida a Leo Davenport, ganador en la Isla de Man, a Graham Walker, a Sidney Gleave; a Loof, campeón de Alemania con su moto Imperia, a Fernihough y a Simrock, recordmans en Brooklands, al portugués Black y sobre todos ellos, a Jimmy Guthrie, reconocido como el fenómeno mundial a lomos de su Norton de 500 cc., lo mismo que a Paddy Jhonston, el encarnizado rival británico opuesto al formidable Sanori que vino de Italia con su maravillosa Guzzi Ligera.

Organizaba el asunto la Peña Motorista Vizcaya. Tras la guerra tuvieron por sede el bar Sagarna de alameda San Mamés. Mantuvieron el fuego sagrado de los circuitos y pruebas motociclistas y trajeron en las categorías de 250, 350 y 500 cc. y sidecars a figuras locales como Ripalda, Ortueta, Flores o Tito y a corredores consagrados como Nemmers, Guthrie, Helmuth Fath, o el italiano Bandirola imbatido en varias temporadas con su magnífica MV Augusta poseedora de un ruido especial, sobre todo cuando tomaba la curva del Tigre, compitiendo con las grandes marcas de aquella época Norton, Matchless, Sanglas, Guzzi o Lube, magnífica moto que construía Luis Bejarano en su fábrica, cercana al circuito de Deusto. cuyo paddock se instalaba en la finca Bidarte. Unos metros más arriba, en el alto de Sarriko, tuvo lugar el único hecho luctuoso, cuando el Campeón del Mundo de Sidecars Friederick Hillebrand, chocó contra un poste de hormigón pretensado que había en la medianera, falleciendo en el acto. Durante años una placa adosada al poste lo recordaba. Hoy en día ya no queda ni una cosa ni la otra, pero permanecerá siempre en el recuerdo que un gran campeón dejó su vida a miles de kilómetros de su casa.

Poco a poco los circuitos urbanos fueron desapareciendo del paisaje y ya no queda nada de aquel mundo motociclista que tanta pasión despertó. Un viejo amigo, motero a machamartillo, me lo comentó en cierta ocasión. “Si montas en moto y no sabes dónde ir, empieza por alejarte de donde no quieres estar”.