Permítanme la metáfora, el juego de palabras. El edificio que hoy alimenta estas páginas tiene aire de navaja suiza multiusos por sus empleos. Hace no demasiado tiempo estaba destinado a la horca, a su demolición, invisible hasta para el vecindario oculto tras el cemento del viaducto que lo ocultó durante años. Hubiese sido injusta esa muerte por falta de luz, máxime si se juzga que el edificio se edificó hace 101 dálmatas, hace un poco más de un siglo. Hoy vive una nueva primavera y el vecindario se regodea en la contemplación de un local que tuvo un origen, digamos que peligroso.

Hoy tiene un nombre singular, La Perrera. Se trata de un emblemático edificio de Basurto de 1922, obra de Adolfo Gil Lezama y Pedro Ispizua Susunaga. Su construcción fue diseñada para albergar materiales peligrosos e inflamables. Era un tiempo insólito. Permítanme que se lo explique. Los años veinte fueron una década de progreso, y también de reacción. La catastrófica Guerra Mundial –a la que siguió una pandemia con la que la reciente crisis del coronavirus posee un notable paralelismo– despertó las ansias de vivir de la gente. En ningún otro momento del siglo XX fue el deseo de cambio tan intenso. Bilbao, en plena revolución industrial, también vivía un tiempo de cambio y de revoluciones.

Explosivos, les decía. El Depósito de Materias Inflamables se construyó como respuesta al crecimiento industrial de la ciudad y la consiguiente expansión poblacional. Cuando se construyó se pretendió que el almacenamiento de este tipo de material estuviera prohibido en otros lugares, debido a su peligrosidad. Esta funcionalidad influyó tanto en el diseño interior del edificio, que constaba de celdas con puertas metálicas alrededor de un pasillo, como en la elección del material del edificio, el hormigón armado. Se trataba de áreas segregadas con pesadas puertas de acero que podían evitar que cualquier posible incidente se extendiera a otras partes del edificio. ¿No les había hablado de un destino de demolición en el comienzo de esta crónica...? ¡Ahí tienen una posibilidad!

No es muy conocido que el linaje banderizo de los Basurto, que tuvo su propia torre en el siglo XV, fue el que dio nombre a un barrio que se caracterizó por acoger huertas y campos hasta bien entrado el siglo XX. Se anexionó a Bilbao como parte de Abando y que empezó a ser visto por las corporaciones municipales de la época como el sitio “donde se traían las cosas que el centro de Bilbao no quería”. A su juicio es reseñable que un mismo edificio fuese primero, como les dije, depósito de materias inflamables, perrera municipal (de ahí tomó el nombre la calle para bautizar el local con el sobrenombre de La Perrera...), centro de infecciones a personas enfermas por las frecuentes epidemias que asolaban toda Bizkaia a caballo entre los siglos XIX y XX; cuartel de la policía municipal o una biblioteca antes de que les de cuenta de su última utilidad. Allá en la parte alta de Sabino Arana el edificio luce en todo su esplendor, como una suerte de Casa Blanca.

A finales del pasado año se dio un nuevo giro a las utilidades del edificio. Se creó un nuevo espacio sociocultural al servicio de la juventud de entre 12 y 30 años, dando respuesta a sus necesidades a lo largo de los diferentes ciclos de la vida. Cuenta el pliego de propósitos que todos los servicios dirigidos a la juventud se enmarcan en el programa Konekta, que se desarrolla en colaboración del Gobierno vasco; en este sentido, cabe destacar que ambas instituciones trabajan de manera conjunta para la consecución y el desarrollo de los objetivos que plasma la Ley vasca de Juventud.

Bajo el lema de Bilbao Hiri Gaztea, se plantean como un elemento de conexión con la juventud de Bilbao, poniéndola en el centro de toda acción municipal que pueda ser de su interés. No solo se incluye información y orientación sino que también se fomentarán y posibilitarán las oportunidades innovadoras para que la población joven pueda desarrollar sus habilidades y competencias como el emprendizaje, el talento, la creatividad, la iniciativa, la participación, el compromiso social, el pensamiento crítico, el empoderamiento personal o el trabajo en equipo, entre otras.

En más de 650 metros cuadrados se expresan diversos espacios. El sótano comprende una superficie de 225 m2 destinados a la innovación. Alberga dos de los servicios juveniles: la zona Maker Gunea y el Gaztegune. Ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas encuentran ahí su realojo.

Maker Gunea pretende ser un espacio innovador en el que se fomenten los proyectos basados en sinergias, el trabajo en equipo y la colaboración, empoderando a la juventud para la creación de proyectos y contribuir a visibilizar el talento joven. Apuestan por un ocio educativo y ponen la tecnología a disposición y al alcance, con una zona de investigación, experimentación y creación dotada con una zona de robots industriales, inteligencia artificial, impresión 3D, taller de drones y un minilaboratorio

Con el noveno Gaztegune de la villa se crean espacios de encuentro juveniles, para chicos y chicas de entre 12 y 17 años, en los que socializan y se divierten desarrollando diferentes iniciativas de ocio educativo incluidas en el programa Gaztekluba, entre otras, actividades deportivas, artísticas, talleres o salidas. Es, como ven, un nuevo uso. No será el último.