Todo empezó con la primera sede jeltzale, el llamado Euskeldun Batzokija, en Bilbao, en 1894. Aquel primer local nacionalista fue el primero de otros muchos que seguirían después, dando cauce a un nuevo modelo de partido, más moderno que la mayoría de los anteriores presentes tanto en Euskadi como en el Estado, que basaba su fuerza en el número de adeptos más que en la influencia de sus miembros.

Efectivamente, a finales del siglo XIX se estaban ya imponiendo en la arena política europea y estatal los llamados “partidos de masas”, frente a las formaciones políticas de corte más antiguo –como el Partido Conservador de Cánovas o el Partido Liberal de Sagasta– en los que la fuerza política de los mismos venía dada por la importancia económica, social, cultural… de los socios que los apoyaban. En los albores del siglo XX el juego político empezaba a trasladarse a pie de calle y abandonaba ya los grandes despachos. Y fue en esa coyuntura en la que nació el Partido Nacionalista Vasco. La formación política jeltzale, cuya ideología es sabida por todos, es sin embargo menos conocida por su estructura y articulación “como partido”. Y sin embargo fue precisamente dicha estructura –amén de su mensaje– la que permitió alcanzar unos índices de penetración en la sociedad vasca que no fueron igualados por ningún otro partido del País.

El Partido Nacionalista Vasco vio claro, desde el primer momento, que la mejor forma de extender su mensaje venía dada por dos premisas fundamentales: consecución de una numerosa militancia –a más militantes más votos– y formación de la misma en el espíritu jelkide. Pero para lograr esos dos objetivos se necesitaba algo básico: locales donde reunirse, sedes propias, en las que desarrollar sus actividades, preparar las elecciones, reunir a sus juntas directivas, crear un ambiente “de partido” que hiciera del nacionalismo una vivencia diaria, independientemente de los periodos electorales. Y en ese contexto aparecieron los batzokis.

“Un Pueblo en marcha”

Pero a este elemento –material– se unió un concepto nuevo, al que los batzokis venían a dar cabida, y era hacer del PNV algo más que un partido, una simple máquina de ganar elecciones. Se trataba de crear una comunidad, una microsociedad dentro de la sociedad vasca, una masa de personas de toda clase y condición unidos bajo una aspiración común. Como dijo el Lehendakari José Antonio Agirre: “El PNV no es un partido, es un pueblo en marcha”.

El batzoki de Bermeo cuando fue inaugurado, en 1934. SABINO ARANA FUNDAZIOA

La idea no era nueva. Los socialdemócratas alemanes –y después los de otros países– venían desarrollándola desde décadas atrás. Como ellos reconocían, se trataba de acompañar a los afiliados al partido en todas las etapas posibles de su vida diaria. Ello implicaba dar respuesta a todas las inquietudes y exigencias vitales de los adeptos al mismo a través de una organización o sociedad –cultural, política, deportiva–- adecuada. El PNV no fue el único partido que lo puso en práctica en Euskadi. También los socialistas con sus Casas del Pueblo y los carlistas con sus Círculos hicieron lo propio. Pero fue el Partido Nacionalista Vasco el que llevó al extremo esta idea, consiguiendo englobar a través de “organizaciones paralelas” vinculadas al mismo gran parte de las actividades diarias o de ocio de sus militantes.

El resultado fue que, a medida que el PNV abría nuevas sedes –los batzokis–, enseguida se formaban agrupaciones culturales, deportivas, musicales… en las que los socios de la entidad jeltzale podían dar salida a sus aficiones. De esa forma se constituían grupos de danzas, coros, equipos de fútbol, se daban clases de euskera en las zonas menos vascoparlantes, se organizaban salidas al monte –embrión de los luego famosos grupos mendigoxales–… incluso hubo cabida para deportes más minoritarios, como el ciclismo o el cross, en algunas sedes sociales. La mayor parte de estas organizaciones paralelas vinculadas a los batzokis terminaron englobándose en entidades supralocales dependientes de los Consejos Regionales nacionalistas: los coros terminaron agrupados en Euzko Abesbatza, las organizaciones locales de niños y niñas en Euzko Gastetxu Batza, los grupos de danza en las Federaciones de Ezpatadantza… y así un largo etcétera, por no hablar de la enorme pujanza de la Federación de Mujeres Patriotas –Emakume Abertzale Batza– o de Euzko Mendigoxale Batza, la Federación de Montañeros.

A este respecto hay que hacer una matización. Aunque los batzokis –o Juventudes, o Centros Vascos… el nombre que se les daba en cada localidad podía variar– eran en principio sedes abiertas solo a los afiliados al PNV, este requisito nunca se cumplió a rajatabla. En la inmensa mayoría de los casos, los socios del batzoki no estaban afiliados al partido. Y las Juntas Municipales, después de infructuosos esfuerzos por lograrlo, terminaron desistiendo de intentarlo. Esta renuncia a solicitar la afiliación a toda costa fue finalmente un acierto, puesto que consiguió atraer a las sedes nacionalistas a un gran número de personas que, de otra forma, no se habrían hecho socios de las mismas: así, una persona de tradición familiar no nacionalista, un intelectual destacado, un simple amante del deporte… podían inscribirse en el batzoki y participar en sus actividades con muchos menos reparos que si se les solicitaba previamente la adhesión al partido. Y en muchos de los casos terminaba militando en el mismo. Y, sobre todo, se convertiría en un votante habitual.

En progresión

Todo ello hizo que, poco más de treinta años después de la creación del PNV, durante la República, el partido creara una vasta red de batzokis –sobre todo en Bizkaia y en Gipuzkoa– que, con sus organizaciones paralelas, se convirtió en una entidad política con una capacidad de penetración en la sociedad vasca que puede calificarse de “capilar”. A ello ayudaba que las sedes nacionalistas contaban en muchos casos con servicio de bar, una pequeña biblioteca, mesa de billar, prensa nacionalista del día o revistas periódicas e incluso aparato de radio, todo un lujo para un particular en aquellos años. Además de, en muchos casos –sobre todo si el batzoki era de nueva planta– salas amplias para clases de todo tipo: danzas, ensayos corales, de teatro, actividades para los niños… Así, sobre todo en las zonas rurales, donde en los años treinta las posibilidades de ocio eran bastante limitadas, el batzoki podía convertirse en una alternativa real y competitiva de diversión y en un cómodo punto de encuentro.

Marcha de nacionalistas hacia el cementerio de Sukarrieta en 1917. SABINO ARANA FUNDAZIOA

Como nos podemos imaginar, todas estas actividades convertían a los batzokis en un hervidero buena parte de la semana. Y hacían de polo de atracción para nuevos adeptos, sobre todo en las localidades rurales y principalmente en los meses de otoño e invierno. A esos nuevos socios de los batzokis, que en muchas ocasiones –como ya se ha dicho en otro párrafo– venían atraídos más por el ambiente que por la ideología, luego el excelente sistema de formación jeltzale terminaba por introducirlos en el nacionalismo: conferencias, mítines, charlas sobre tema vasco y nacionalista e incluso obras de teatro se convirtieron en el pilar de la formación política de la militancia del PNV antes de la Guerra Civil.

Para hacernos una idea de la importancia cuantitativa que tuvieron las sedes locales del PNV y las organizaciones paralelas a ellas vinculadas antes de la Guerra Civil –concretamente durante la República– sirvan de ejemplo los siguientes datos: en localidades como Busturia, Arrankudiaga, Urduliz, Gamiz-Fika y Ea, el porcentaje de habitantes vinculados directa o indirectamente al PNV a través del batzoki y sus organizaciones paralelas rebasaba el 20% de su población. En otras como Areatza, Zollo, Fruiz, Sukarrieta, Ondarroa, Ermua, Bermeo o Mundaka superaban el 15%. Pero los números no sólo eran importantes en localidades de tamaño pequeño o medio [en aquella época] como las anteriormente citadas. En el caso de Bilbao, el municipio más poblado de Euskadi, por ejemplo, la comunidad nacionalista abarcaba al 8% de sus moradores. En Barakaldo, segunda localidad de Bizkaia en población entonces, pasaba del 6%. En Getxo era el 11%, en Sestao el 6%... Se calcula que la comunidad nacionalista en Bizkaia pasaba de las 40.000 personas, lo que equivalía aproximadamente al 8% de la población del Señorío. En Gipuzkoa la comunidad jeltzale llegaría a los 20.000 adeptos, en Álava alcanzaría los 3.000 asociados, en Navarra serían alrededor de 4.500 personas… Sumando estas cifras nos encontraríamos ante un partido-comunidad que, en los años republicanos, antes de la Guerra Civil, englobaría, a la baja, a un total de unos 70.000 adeptos en Euskadi y Navarra cuando de ellos, sólo unos 26.000 eran realmente afiliados.

Esta densa representación nacionalista en las localidades vascas –sobre todo en Bizkaia y en Gipuzkoa– y en la vida cotidiana de sus habitantes tenía también otra lectura: la enorme capacidad de movilización de las bases jeltzales cuando la situación lo requería. El Bizkai Buru Batzar (BBB) exclamaba con orgullo en el diario Euzkadi en abril de 1933 que “Con una palmada del BBB, en Bizkaya se reúnen sin esfuerzo 30.000 nacionalistas”. Los hechos confirmaban esta afirmación: al Aberri Eguna de Bilbao de 1932 –el primero de la historia– se calcula que acudieron entre 50.000 y 70.000 personas; la huelga general decretada en mayo de 1933 por el sindicato Solidaridad de Trabajadores Vascos –entonces vinculado al PNV– lograba paralizar buena parte de Bizkaia. Y los mítines de José Antonio Agirre competían holgadamente en capacidad de convocatoria con los celebrados por Manuel Azaña o Indalecio Prieto. Todo ello ayuda también a explicar los buenos resultados electorales cosechados por el PNV durante la República, especialmente en las localidades rurales y en los dos territorios vascos costeros.

Como colofón puede decirse que la combinación de las sedes materiales del partido con las organizaciones paralelas a él vinculadas y que actuaban bajo su techo fue un acierto. Ninguna otra formación política del ámbito vasco fue capaz de igualarlo: el Partido Nacionalista Vasco, para el final de la República, había logrado establecerse en la casi totalidad de los municipios de Bizkaia, en el 70% de los guipuzcoanos y en algo menos de la mitad de los alaveses. Y a pesar de las diferencias territoriales –patentes en Navarra– se convirtió en el partido con más adeptos del sur de Euskal Herria.