Esta es la historia que comenzó a fraguarse a medidos del siglo XIX, más en concreto en 1857, cuando Fructuoso Gorostiaga inició aquel negocio que 165 años después sigue vivo y con el mismo apellido fundador. Sombreros Gorostiaga era un tienda que nacía inmersa en un periodo de despegue socio-económico que haría de la villa de Bilbao una ciudad cosmopolita. Fructuoso Gorostiaga era hijo de un sombrerero que trabajaba en un piso de la calle Bidebarrieta, encima de la guantería La Violeta. Tras suceder a su padre, trasladó el obrador a una lonja entre las calles Victor y Correo y ahí comenzó una aventura cargada de variedades y vicisitudes. Hoy en día allí siguen los descendientes y herederos del negocio. Pero no nos adelantemos.

Eran los tiempos de sombreros de Copa y bombines que lucían en el Arenal y en las principales vías de paseo de la villa. Sin embargo, ya empezaban a verse otros modelos más modernos como los hamburgos o los borsalinos que se imponían poco a poco en las grandes capitales europeas.

El hijo de Fructuoso, Benjamín, no continuó el oficio familiar y prefirió dedicarse a la odontología. Pero su recuerdo aún hoy sigue presente en la sombrerería ya que el busto del famoso boxeador francés de la época George Carpentier que adorna su escaparate (llegó de un museo de cera de París....) luce una dentadura perfecta gracias a sus habilidades profesionales. Perfecta y real, dicho sea de paso.

Aquella decisión de Benjamín, unida al delicado estado de salud de Fructuoso, aconsejaron que se buscara un sombrerero para la buena marcha del negocio. Fue así como, por mediación de un agente comercial de la zona, llegó a Bilbao, procedente de Burgos, Antonio Pirla Martín.

Así, a principios del siglo XX entra en escena alrededor de este negocio la familia Pirla. Isidoro Pirla, sombrerero en León, era hijo de un ebanista de Ricla (Zaragoza) y mandó a su hijo Isidoro a Madrid a la sombrerería Antón Martín, en la calle del mismo nombre, para perfeccionarse en el oficio. Recordemos cómo se produjo todo ese cambalache, tal y como lo recuerda la página web del histórico comercio. Antonio Pirla Martín, fue el recomendado para encargarse de la Sombrerería Gorostiaga en 1920. No obstante, la propiedad del negocio siguió en manos de los Gorostiaga hasta que Alejandro Gorostiaga, nieto de Isidoro y afincado en Francia durante la guerra civil, firmó el traspaso.

En los duros tiempos de posguerra, la familia Pirla se encontró con una sucesión de dificultades. Bilbao tenía varios negocios entregados al ramo y no era fácil ni sencillo encontrar nuevos compradores. La propia casa relata, en sus documentos, algunas de las medidas que hubieron de tomarse para la supervivencia. Antonio animaba a su hijo Luis a mantenerse en el negocio ya que, según cuenta una anécdota familiar, “si faltaban los clientes siempre podía ganarse la vida cepillando los sombreros a la puerta de los teatros y recintos de celebraciones”. A pesar de la sorpresa que nos produzca hoy en día esta afirmación, era una actividad que, al igual que la de limpiabotas, se mantuvo vigente hasta bien superada la primera mitad del siglo XX.

Cuentan las crónicas más recientes que entre la clientela de la Sombrerería Gorostiaga están hoy artistas como Loquillo o Fito Cabrales. Confeccionan para ellos gorras a medida desde su pequeño taller-tienda en el centro del Casco Viejo. Y también se diseñan sombreros propios de Pasión de Gavilanes o gorras dignas de Pulp Fiction o Peaky Blinders. Las txapelas, toda una leyenda en el local, es todo un emblema de nuestra cultura e historia. Las de Gorostiaga son uno de los lemas de la ciudad.