FLACO y se diría casi que contrahecho, entre las décadas de los setenta, ochenta y noventa, Alejandro Cabrera (Alejandro Eusebio López Gómez dicen que se llemaba) fue, a su gesticulante manera, un catedrático doctorado en las calles de Bilbao, donde se ganó un nombre en el universo chirene, sí. Pero también entre artistas, periodistas y toreros. Comía a cuerpo de rey teniéndolo de mendigo y la historia recuerda que llegó a vender el Gordo de Navidad en un Athletic-Barcelona disputado en San Mamés. Era 1986.

"Estuve en la Santa Casa de la Misericordia hasta, aproximadamente, los veinte años. Lo pasé bien, eso es cierto"

Militó en la alineación de un equipo callejero junto a, qué sé yo, Jo dra, Pitarque, Lorito, Cabesita de ajo y tantos otros arquetipos de un Bilbao que se nos fue, aquellos días chirenes en los que la vida podía ganársela uno a la remaguillé. De sus primeros años de vida no hay mejor relato que el que él contaba en el periódico Bilbao, junto a Carlos Bacigalupe. Oigámosle. “Nací en Begoña, en la Maternidad. Hay gente que cree que tengo treinta y cinco años o yo qué sé. Pero está equivocada, porque actualmente mi edad es de cuarenta y dos (falleció a los cincuenta...). Lo de Cabrera me lo sacaron como mote, por culpa de un señor que se apellidaba así, y se hizo famoso cuando me anunciaron en aquel famoso cartel taurino como Alejandro Cabrera, el Niño de la Prensa. Estuve en la Santa Casa de la Misericordia hasta, aproximadamente, los veinte años. Lo pasé bien, eso es cierto. Nos habían enseñado un oficio a todos. A mí, el de hojalatero. Trabajé también de encuadernador y no lo hacía mal. Total, que me recogieron unos señores que me apreciaban mucho, los señores de Estébanez, y me llevaron al sindicato para una cosa de vender periódicos. Después me empleé en un taller de limpiar chapas donde pagaban muy bien, lo que pasaba es que era un trabajo muy fuerte y yo no podía con él. Un día los médicos me dijeron que estaba diabético, que tenía quince de azúcar en la sangre, o así, y que eso no lo aguantaba una persona normal. Me decidí por los periódicos”.

El suyo fue el arte de la difusión de las noticias sobre el mundo, los temas de actualidad, fútbol y deporte, los toros o lo que fuera. Informaba a quien se detuviese a hablar con él. Porque sabía lo que decía a merced de lo que escuchaba en la radio, entre las personas o la aparición de las noticias en la prensa. Era un Internet en carne y hueso.

Presumía de haber descubierto al Niño de la Capea, uno de los toreros de Bilbao y cuando le hablaban de una hipotética fortuna que amasaba decía que eran cuatrocuartos. “El dinero lo tengo en el banco, administrado por mi buen amigo Jesús. Eso sí”, decía. “Puedo presumir de serr de los pocos bilbainos que comen de restaurante todos los días: los laborables, en el Lepanto y los fines de semana, como cierran, en el hotel Ercilla, que también me tiene en palmitas. ¡Como para quejarse!”

En el Café Lepanto de Bilbao, como escribió el periodista Carlos Bacigalupe, se conocen Alejandro Cabrera e Iñaki García Ergüin. Eran dos mundos bien distintos pero la conexión fue mayúscula. Iñaki le utilizó como modelo en no pocas obras y recrodaba que en el cumpleaños que le ofrecieron sus amigos en 1985, se hablaba de homenaje y tributo, dejando claras sus aventuras madrileñas de 1975 hasta los retazos actuales y variopintos del momento. Desde el 23-F a la entrada en el Mercado Común, desde San Mamés a Vista Alegre, de Giscard a Mitterrand, de Camino a Capea: la narrativa graciosa, simpática y gesticulante de Alejandro ha hecho las delicias de todos los comensales”. Alejandro falleció a los cincuenta años de edad. Ya le habían advertido los médicos de su salud quebradiza. Bilbao no le olvidará. Para la calle es inmortal.