UANDO se erigió en 1190 la iglesia de San Vicente de Abando, se abrió paso un camino hacia ella, con sus dos orillas ensombrecidas con dos hileras de robles. Uno de ellos situado en la República de Abando sobrevivió hasta 1881 y era llamado popularmente Árbol gordo de Arbieto. Se trataba de un roble gigantesco y al abrigo de su sombra se celebraba la junta vecinal anual de los feligreses de San Vicente de Abando.

Recuerdan las crónicas y los libros que Miguel de Unamuno escribió sobre este ejemplar un poema titulado Las estradas de Albia. Aquellos versos propios del “Bilbao chiquito y bonito” decía algo así como Aquí donde hoy esta plazuela / antaño se alzaba el Árbol Gordo / y las que hoy son cuajadas calles / eran huerta y verdura. Quedó registrado que Trueba también pasaba a la sombra del árbol sus buenos ratos al igual que aquel apacible presbítero andaluz que había ganado la cátedra de Matemáticas en Bilbao, don Alberto Lista. El árbol acompañaba a la Torre del linaje de los Arbieto, que llegaron de Orduña a poco de fundarse la Villa de Bilbao, en 1300. La calle trasera del palacio de Diputación recuerda hoy la vieja propiedad de estos terrenos. ¿El árbol?, preguntará usted. Murió en abril de 1881 a los 691 años, hecho todo un matusalén.

He ahí un pequeño inciso que explica los orígenes de la historia que hoy vengo a contarles, el latido de uno de los rincones más poblados de este Bilbao del siglo XXI. ¡Tic-tac, tic-tac!, venga a nosotros este corazón a la bilbaina.

La calle Arbieto desemboca, en perpendicular, con la calle Diputación y en ese aspa que dibujan a vista de águila -a vuelo de dron debería decirse en estos tiempos, por mucho que volar un objeto en Bilbao sea casi misión imposible...- ambas calles entra en juego la imaginación: con esa cruz se marca uno de los tesoros del botxo sobre los mapas callejeros de la ciudad. A lo largo del siglo XX, la encrucijada que hoy alberga edificios de talla, esculturas y relieves con vuelo (incluyendo un montaje acuático a cuyas orillas reposa la ciudadanía caminante, sentándose en su pretil...), bares con regusto y hasta un hermoso palacio fue forjándose hasta el punto de la que la ciudad se da un respiro a sus pies, como si se tratase de un spa urbano y urbanita.

Miremos por el retrovisor a lo que estuvo y ya no. Por ejemplo, el Conservatorio de música Juan Crisóstomo de Arriaga. Pese a que la Sociedad Filarmónica, cercana a este mismo punto, había cedido sus locales para comenzar su singladura el 1 de octubre de 1920, hace ahora un siglo ya, los locales se quedaron pequeños. En 1921 ya estaban en la calle Santa María, allá en el Casco Viejo, y la demanda de nuevo les sobrepasó. Por fin, cuando la Diputación dispuso de locales propios para instalar el Conservatorio en una parte del edificio construido para Biblioteca y Archivos, el curso 1927-28 comenzó ya en la calle Diputación, en donde el Conservatorio ocupó la segunda y tercera planta. Miles de bibainos han soñado allí con fusas y corcheas, con convertirse en el nuevo Arriaga de Bilbao. El primer alumno que terminó su carrera en el Conservatorio fue Jesús Arambarri, quien obtuvo el Grado Superior de Órgano en el curso 1921-22 y el de Piano en el 1925-26. Clara Bernal fue la primera mujer en lograrlo. En el curso 2006-2007 se inaugura el nuevo edificio situado en la Plaza Ibarrekolanda. Habían pasado más de ochenta años.

No tanta vida gastó el bar Eboga, que acogió tertulias de ópera organizadas por la ABAO y charlas sobre la vida, organizadas por insignes ciudadanos que heredaron el gusto por los viejos y legendarios cafés de antaño. En el Eboga hoy se levanta un local de renombre en la hostelería de Bilbao, El Globo, con una barra de fama universal.

Puestos a elegir locales con sabor en Bilbao, unos metros más allá se ubica La Viña del Ensanche que fue fundada por Bautista González en 1927 y desde entonces se ha convertido en un templo sagrado del jamón ibérico. Es uno de los locales de referencia en Bilbao, seguida bien de cerca por La Olla, un local vecino donde también se adora al muslamen del cerdo de bellota. En ese mismo rincón se hallan el De Santa Rosalía, cocina singular con una hamburguesa de referencia en la villa y productos de primera que llegan directamente de la Finca Santa Rosalía en Vizmalo (Burgos); el Zurekin, con una cascada relajante y otra, sabrosa, en su cumplida bodega y el Amaren, decorado con ladrillo vista y un diseño de vanguardía, tanto en lo físico como en la carta y en la barra.

El recorrido, intenso aunque sea una miniatura geográfica, acoge la biblioteca foral. El edificio amplía la superficie de la antigua Biblioteca Foral de Bizkaia hasta los 10.000 m² mediante un contenedor acristalado de seis plantas de altura y un bloque anexo de oficinas.

La colección original que funda la biblioteca proviene de una donación realizada por los herederos de Fidel de Sagarminaga, tras su fallecimiento en 1890, a la Diputación de Bizkaia. Se trataba de una notable biblioteca privada de 12.000 volúmenes y debido a que la Diputación no contaba con un local adecuado para alojarla, se dispusieron temporalmente en la sede de la Corporación, ubicada en la Plaza Nueva de Bilbao. La actual biblioteca aloja un total de 300.000 volúmenes, gran parte ellos son de libre acceso y pueden consultarse en sus salas. Cuenta además con un fondo de reserva donde se incluyen 41 incunables y 624 manuscritos y una notable colección de (copias) de obras antiguas publicadas por imprentas vascas (siglos XVI a XVII). Mira cara a cara al Palacio Foral, sede de la Diputación, que merece un recorrido aparte.

Más allá del busto de John Adams, que fuera presidente de Estados Unidos, obra de la escultora Lourdes Umerez, en la confluencia de las calles Diputación y Gran Vía o de la estatua El caminante de 1997, obra de Jose Ramón Gómez Nazábal, en la confluencia con la calle Arbieto, no demasiados visitantes se detienen en la contemplación del edificio de oficinas de 1947, obra de Rafael Fontán Sáenz, en la confluencia de las calles Diputación y Arbieto, rematado con un singular templete en la cúpula. Escoltan a tal remate unos relieves art decó que recrean a un minero con el pico, un detalle llamativo que honra los orígenes de aquel Bilbao que tocó el cielo con las manos.