Cuando llegó a Kabul, el nuevo gobierno Talibán no solo tomó poder de las infraestructuras físicas del país, sino también las digitales. Fue difícil ver esto en un telediario, pero según algunos grupos activistas (especialmente Human Rights First, que publicó varios informes), los riesgos de que esto ocurriera eran altos. Han sido años de inversión internacional para dotar de Internet e infraestructuras digitales a un país que, le ha permitido, tener tarjetas de identificación digital con una base de datos biométrica. Caras, pupilas, iris y huellas dactilares de la población afgana perfectamente digitalizadas, y que ahora están en manos del nuevo gobierno Talibán. Un historial digital que seguro que la gran mayoría de la población afgana ahora mismo no sabe que está en manos del gobierno. Es difícil desde la distancia y con tanta asimetría de información entender los detalles, pero no es difícil imaginar que utilizar esos datos para hacer segmentaciones y elegir personas concretas que hubieran colaborado con el gobierno anterior, no será difícil (y parece que es una de las primeras acciones que está haciendo el gobierno Talibán).

Llevo años hablando que tener bases de datos digitalizadas de huellas únicas en manos de una administración, no es buena idea. Los datos deben ser de sus legítimos propietarios (la ciudadanía, vaya). Y ahí veo gran utilidad a sistemas blockchain, donde la comunidad es la dueña de lo que ahí se guarda. Pero, sobre todo, se evita que existan grandes nudos centrales de poder. Es precisamente parte del discurso que tienen los emprendedores que están tratando de montar bases de datos por y para la ciudadanía. Un discurso que desde lo público también debería entenderse en esa clave: quién posee qué y quién administra qué. En el mundo tecnológico, estos elementos, se suelen mezclar.

diplomacia

Por otro lado, a nivel de diplomacia digital, las comunicaciones son muy diferentes a la última vez que tomaron el poder a comienzos de los 90 del siglo pasado. Además, han aprendido a manejar los medios digitales y sociales. Es probable que estén recibiendo asesoramiento de alguna agencia de relaciones públicas (según SITE, grupo de inteligencia, es lo que les diferencia de grupos anteriores). Pero lo que es evidente es que están sabiendo elegir qué temas (oportunidades, economía, seguridad, tranquilidad, etc.), cómo trasladarlos (cielos azules, estampas idílicas, sonrisas, etc.) y cómo viralizarlos con las palabras clave y etiquetas más adecuados (tanto imágenes como vídeos). El portavoz que habrán visto en los telediarios (Suhail Shaheen), tiene ya más de 600.000 seguidores en Twitter. Y se mueve muy bien ahí.

Por mucho que no quieran ni tengan responsabilidad pública, Twitter, Facebook, Youtube e Instagram, son agentes diplomáticos de esta era digital. Al no estar el gobierno Talibán de Afganistán tipificado como grupo terrorista (sí en cambio el de Pakistán), no tienen un amparo “legal” para bloquear o prohibir (más allá del discurso del odio -que lo están evitando claramente- o el incitamiento a la violencia -igualmente esquivado-). La paradoja de todo esto es que mientras la cuenta de @realDonaldTrump sigue bloqueada, desde agosto hay centenares de cuentas con miles de seguidores cercanas a este nuevo gobierno Talibán en las principales plataformas sociales. Más allá de aspectos legales, está la mirada lógica: la sociedad concentra grandes atenciones a las redes sociales. Entender que definirse como una plataforma les puede eximir de su responsabilidad social, creo que es tener una postura muy inocente.

La ocupación de los espacios de comunicación y de las infraestructuras digitales por empresas privadas o por gobiernos podría traer estas consecuencias, claro.

Los datos deben ser de sus legítimos propietarios (la ciudadanía). Y ahí está la gran utilidad de sistemas blockchain, donde la comunidad es la dueña de lo que ahí se guarda