Paula Ostiz se sube al arcoíris
La navarra hace historia y se proclama campeona del Mundo júnior en Kigali por delante de Pegolo y Grossmann en un final infartante
Paula Ostiz asomó con grandeza, la de las mejores, la de las elegidas, la de las pioneras, para certificar que su mejor día había llegado. Estaba predestinada. Alineada con los astros. Tras la plata Mundial de ruta del pasado año en Zúrich y después de haberse ungido en las aguas felices del mismo metal en la crono días antes, la navarra buscaba el arcoíris, su misión en Kigali en su último curso en la categoría.
La navarra, la estrella que viene, enrolada en el Movistar, era la gran favorita para encaramarse al cielo de Ruanda, limpio y sereno, el azul de los días felices y un sol suave, ligero, casi etéreo. Un día perfecto.
La iruindarra, campeona de cuerpo entero, alcanzó el arcoíris en un final infartante al esprint de un quinteto por delante de Chantal Pegolo, plata, y Anja Grossmann, bronce, sometidas por la ambición, el talento y la determinación sin límites de la navarra.
El futuro ya está aquí. 27 de septiembre de 2025. Un día para la memoria. Una foto para el recuerdo. Paula Ostiz, campeona del Mundo júnior. Honor y gloria para ella.
La joven navarra hizo historia en un desenlace agónico en el que impuso su potencia sobre la italiana y la suiza, abrumadas por el ímpetu salvaje de la iruindarra.
Remató de fábula Ostiz, una ciclista de oro de macizo que gritó su alegría a los cuatro vientos. Unió Iruñea con Kigali. Ciudades hermanadas para siempre en la memoria colectiva.
Desde Kigali hasta Iruñea voló su emoción, inmensa, indescriptible. Día de fiesta. Se desplomó de pura felicidad y fatiga en cuanto empuñó el cielo la iruindarra. Un chupinazo. Las lágrimas de oro le inundaron. Jadeaba entre lloros, en la dicha más absoluta. Al fin el sueño era suyo. Que nadie le despierte. Que siga soñando.
“Es un sueño hecho realidad”, acertó a decir Paula Ostiz, que dedicó su mejor victoria de siempre a los suyos, a los que más cerca están y la arropan. “Para Imanol, que es la persona que está en el día a día. También para mi familia. Tengo mucha alegría encima. Lo quiero disfrutar”, expuso la navarra, que resumió su conquista.
Paula Ostiz, subcampeona Mundial de contrarreloj júnior
“Sabía que tenía que guardar hasta el final. A veces me costaba en los repechos más duros. He ganado y no me lo creo. He tenido un poco de calambre y he guardado hasta el final”, analizó Paula Ostiz, antes de elevarse al cielo y posar con el arcoíris.
Si la felicidad se puede pintar bastaba con retratar a la navarra de todos los colores con el maillot más bonito del Mundo, el más deseado. Ostiz puso al mundo a sus pies. Abandonará Kigali con la plata en la crono y el oro en la ruta. Las mejores memorias de África.
En el pavés, siempre exigente de la Côte de Kimihurura, de 1,3 kilómetros al 6,3% de pendiente media, incómodo e intransigente se inició el cribado en el Mundial júnior femenino de Kigali, que amaneció de buena mañana.
Una competición citada a deshoras para desayunarse 74 kilómetros en cinco giros con un buen bocado de empedrado y la ascensión en numerosas ocasiones del repecho de Kigali Golf.
La iruindarra vaticinó que la carrera sería un ejercicio de supervivencia, donde solo las que mejor se adaptan al medio prevalecen. Charles Darwin y la teoría de la evolución. Cuando el ritmo aumentó tras una salida sin vibraciones, las selecciones sin tradición perdieron tracción. Demasiada fricción.
Otras, con profundas raíces, también palidecieron, baqueteados los organismos. En Francia, Países Bajos y Noruega varias competidoras trataron de enmascarar la enfermedad. En vano. La debilidad les pinzó de mala manera. Megan Arens, oro en la crono, padecía horrores, desconchada.
Tácticamente perfecta
Leyre Almena, compañera de Paula Ostiz en la selección española, fue la primera en desarticular el orden y fijar la arquitectura de la carrera. El movimiento era una declaración de intenciones, el anuncio nítido del régimen que quería establecer Paula Ostiz más adelante.
Almena era la lanzadera y el señuelo para que fueran otros bloques los que trabajaran y se desgastaran. En el tablero de ajedrez que siempre es un Mundial, Almena era el alfil.
Eso implicaba que Paula Ostiz y las suyas se olvidaban del tajo para reservar la energía durante un puñado de kilómetros. Vuelta y media después de su apuesta, el pelotón devolvió a la ciclista al redil.
Los escarceos conjugaron con las miradas de desconfianza a medida que el sonido de la campana ponía la banda sonora de la última vuelta, la definitiva. Se concentraron las mejores, hombreando en cada palmo. La ruleta giraba.
Un aspersor de ataques y contraataques. Se trataba de calcular, de gestionar, de tamborilear la sangre fría y acertar. Paula Ostiz, camuflada, dejaba hacer, sin exponerse. Tenía el apoyo de Alejandra Neira.
Alta tensión
La tensión definía la composición del grupo. Una calma que llamaba a la tormenta. En la ascensión a Kigali Golf se afiló Neira. Se revolvió todo por un instante. Un chasquido más de nerviosismo a un enjambre. La descarga fue corta y se resituaron todas.
A una brazada del final, la batalla táctica y mental se imponía para encontrarse de bruces con la Côte de Kimihurura, de 1,3 kilómetros al 6,3%. Era el punto de no retorno. El todo o nada.
Paula Ostiz se situó en el frente. Era su lugar. Grossmann, Pegolo, Silo y Swierenga se encolaron en una subida agónica, donde ninguna era capaz de destacarse. Juntas, prensadas las unas con las otras. Las italianas no sacaron partido de la ventaja numérica.
Entre miradas aviesas, tratando de leer las mentes las unas a las otras, como si el tiempo se parara, suspendido, La prueba entró en el descuento de los metros. Cada pulgada era un redoble de tambor.
Una cuenta atrás donde aumentaban los latidos del corazón. 300 metros, miradas, 200 metros, tensión en la mandíbula. Entonces llegó la detonación. La navarra, puro fuego, entró en erupción. Volcánica, se subió en un cohete que le llevó hasta la eternidad. Estalló en el cielo. Chupinazo a la gloria. Paula Ostiz se sube al arcoíris.