Los impulsos son irreprimibles. Como las pasiones. Cada uno tiene la suya. Resultan invariables, inmutables, irreductibles. La escena de El secreto de sus ojos sublima esa idea, la del amor incondicional, irracional, respecto a algo. Nadie puede cambiar de pasión. Uno de los personajes del filme de Campanella era un hincha de Racing de Avellaneda. Para siempre.

Después de comer Ángel recitaba a Lorca porque era lorquiano. Apasionado por su obra. Así vivió, persiguiendo la sabiduría. Un hombre sabio cada vez que recitaba al poeta granadino. La poesía es la rebeldía, lo que perdura en medio de la prosa. La pasión de la Vuelta cabe en un tarro pequeño, minúsculo.

La carrera, en Cantabria, entró en una muestra de perfume. No era Cantabria infinita. Lo es Jonas Vingegaard, el aroma de la victoria. El danés es eterno para el resto, inaccesible, excesivo. Una luz amarilla en el horizonte. Podría ser roja. Es el nuevo patrón de la Vuelta que lidera Sepp Kuss con medio minuto de ventaja sobre su compañero tras el breve pero definitorio pasaje de Bejes.

Una subida desconocida, de sólo 4,82 kilómetros, al 8.78 % de pendiente media y rampas al 14%, mostró al incontenible danés. Vingegaard, obsesivo, perseguía una misión. “Quería ganar por Nathan. Ha sido una gran motivación.  He querido ganar hoy por mi mejor amigo”, dijo el danés. La pasión.

En la cima, Vingegaard, emocionado, recordó a Van Hooydonck, en coma inducido tras sufrir un accidente de coche. Víctima de un fallo cardíaco, desvanecido, se estrelló contra otros vehículos el belga, compañero del danés en el Jumbo. Viajaba con su mujer, embaraza de ocho meses.

Afortunadamente ella y la criatura que esperan no sufrieron heridas graves. La cicatriz emocional recorrió la espina dorsal de Vingegaard, la mirada triste, que se tocó el corazón. Una caricia para el belga. Una victoria para él. El ánimo estrecho en esa mano. El calor del ser humano para darle fuerza. Con esa fuerza estrujó la carrera. La zarandeó.

Amenaza para Kuss

En el Tourmalet, el danés regaló el triunfo a su hija Frida, que cumplía años. En Bejes, un puerto opuesto al coloso pirenaico, venció por su compañero. Un sentido homenaje. No hay montaña que se le resista Vingegaard, un tirano cuando se trata de escalar. Es el hombre fuerte de la Vuelta. El danés irrumpió como un vendaval y aireó la general.

Viento frío para Kuss, su colega. Sigue al mando el norteamericano, aunque destemplado. “Jonas atacó en el momento exacto. Subió como una bala”. El proyectil danés alcanzó al líder, que no lo parece tanto. Puede ser víctima del fuego amigo, el más peligroso. En el Jumbo el enemigo está en casa. “Ganará el más fuerte”, dijo el colibrí de Durango, cuyo aleteo no parece el más enérgico. Tuvo su discurso algo de lacónico y mucho de realismo.

Nadie puede con el danés

Después de comerle 1:15, Vingegaard le rastrea a solo 29 segundos. Está a un ataque del liderato el danés. Se desconoce qué estrategia dispondrá el Jumbo o si no hay consignas más allá del dictado de la carretera.

En ese caso, el enemigo de Kuss, el más íntimo, es el danés. Primoz Roglic, que era la apuesta del equipo antes de emprender la marcha porque la subida le convenía, también se agitó, pero no pudo dislocar al resto con su escarceo.

Es tercero en la general el esloveno, a 1:33 de Kuss. Ayuso y Mas, que llegaron en la misma lazada que Roglic, continúan en el mismo fotograma. También Mikel Landa, otro vez con los nobles. A la espera del Angliru, montaña elevada a mito en el imaginario de la Vuelta, se destaca Vingegaard.

Una etapa mínima

Antes de arremeter contra la imponente mole asturiana, la de los desniveles demenciales, por encima del 20% que espera este martes, la Vuelta presentó un recipiente de sólo 120 kilómetros, un trazado propio de aficionados.

El final, en cuesta. Inédita la salida, ignota la cima en Bejes, famosa la localidad por el sabor de su queso Picón. Quedó un regusto amargo para todos, salvo Vingegaard, cuyo poderío todo lo endulza.

El paladar de la carrera era más de un trago corto, un chupito de orujo de Liébana. Se lo tomó Vingegaard, muy por encima del resto incluso en una etapa mínima. El danés es el más fuerte de la Vuelta, aunque Kuss la lidere. Dice el norteamericano que no quiere que le regalen la Vuelta.

En Bejes, Vingegaard colocó un minuto sobre el resto de favoritos, incapaces de dar réplica a la sacudida del danés, con crecederas durante la Vuelta. El mensaje que envió Vingegaard era muy nítido. Si quiero, ganaré la carrera. El resto encogió los hombros y agachó la cabeza. El lenguaje corporal de la resignación.

La línea del horizonte, ese no lugar, se posaba sobre el Cantábrico, en paralelo al recorrido de un día que nació a la hora de comer y concluyó a la hora de la merienda. La sobremesa.

En la digestión, nerviosa, se movieron muchos, intranquilos en carreteras repecheras que servían de hilo argumental a un anuncio de Cantabria, donde en ocasiones llovía con fiereza y en otras aparecía el sol.

Fuga controlada

Infinito, estupendo el paisaje, comprimida al máximo, la competición. Después de varios tics, Cattaneo, Groves, Van den Berg, Prodhomme, Poole y Nicolau encontraron una grieta y exploraron las arterias cántabras para escalar a Bejes.

Un día de entrenamiento para recuperarse de la hamaca de la jornada de descanso. El Jumbo fijó la marcha. Querían ganar. Por Nathan. Dejaron que se alejaran, pero no demasiado. Mando a distancia. Apagaron la vela de la fuga en cuanto quisieron.

La colocación para acceder con buena perspectiva a la pared era el motor que empujaba a los favoritos. En las distancias cortas, frente a cotas explosivas y donde no sobra el espacio, conviene no perderse en el laberinto que daba a la novedosa subida.

La danza diabólica, el frenesí para encarar lo desconocido, aumentó la presión en un desfiladero de rocas desafiantes y carretera menguante, de curvas pintadas con el verdor de los árboles.

Imparable Vingegaard

Bejes comenzaba con un puñetazo tras un giro. Un puerto corto, pero duro. El cuadrilátero para la exhibición del danés, que lanzó un directo a la mandíbula de la Vuelta. Nadie más rocoso que Vingegaard.

El estacazo del danés retumbó en el corazón del grupo de favoritos, sin respuesta ante Vingegaard, que no es el del Tour, pero se asemeja cada vez más a aquella versión superlativa. Al igual que en el Tourmalet, el danés regaló otra montaña. Bejes, para Nathan. Su mejor amigo. La pasión de Vingegaard.