El viento airea las vergüenzas de la Vuelta
Kämna, formidable, vence en el Collado de la Cruz de Caravaca, donde los jueces vuelven a premiar a los nobles situando los tiempos de la general a dos kilómetros de meta por la peligrosidad de la llegada mientras los que disputaron la etapa se jugaron el pellejo
La Dana se agitó, con el viento loco, la lluvia caprichosa, y las vergüenzas de la Vuelta quedaron al aire. Imposible tapar otro episodio bochornoso para la competición, con la imagen muy deteriorada. Pierde crédito la Vuelta, demasiado expuesta a la improvisación. Se acumulan los capítulos demenciales en la carrera. El ridículo azota la competición.
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Al apagón de la crono en Barcelona, el pseudoplante de los ciclistas en Montjuïc, el golpetazo de Evenepoel tras la meta de Arinsal al chocar con una responsable de prensa de la Policía de Andorra y los intentos de sabotaje, se sumó el desenlace en el Collado de la Cruz de Caravaca.
Otra viñeta al sainete de la carrera. Los jueces determinaron que dado el estado del asfalto en la meta, barnizado con barro y gravilla por las precipitaciones, los tiempos de los hombres de la general se tomarían dos kilómetros más abajo, en plena ascensión, y no tras una pequeña bajada. Los jueces tomaron los tiempos entre dos conos, que señalaban el punto exacto. Fernando Escartín sujetaba la bandera. La imagen ensalzó el bochorno. El descrédito.
La decisión hubiese sido razonable si el registro de la etapa también se hubiera fijado en ese ese punto. Sucedió que los que peleaban por el jornal, a modo de temporeros, tenían que jugarse el pellejo. Lennard Kämna, gigantesco, se ganó cada plano de gloria. La suya fue la victoria de la dignidad. El alemán puso su nombre en la Vuelta tras sumar etapas en el Giro y en el Tour. Cerró el círculo virtuoso.
Sonrojante final
Dos kilómetros más abajo, Primoz Roglic esprintó, pero todo, salvo algún segundo que bailó, siguió igual entre la nobleza, que disfruta de un trato de favor inexplicable en la Vuelta. Existen castas en el ciclismo. Los aristócratas recorrieron los dos últimos kilómetros sin presión alguna porque no tenían que competir.
Otra risotada que ruboriza la Vuelta, de sonrojo en sonrojo. En este tramo de nada, Sepp Kuss, el líder, amagó con arrancar. El resto, a ritmo de cicloturista. Dos kilómetros más a añadir a la jornada de descanso de este lunes.
No es admisible la doble moral de los jueces y la permisividad de la organización con decisiones que contravienen la competición. Si el precedente de Montjuïc fue peligroso, el de Caravaca de la Cruz acentúa un modelo que abre aún más la brecha entre los más pudientes y el resto.
Distintas castas
Si el final era peligroso, la decisión debería haber sido la misma para todos los competidores. Si se trata de preservar la salud de los ciclistas, la organización debe abogar por cuidar a todos del mismo modo. De otro manera se toma una decisión caprichosa y arbitraria que enfatiza la discriminación y la falta de respeto. O todos o ninguno.
Esperaba el día descanso. El de la hamaca. Pero son en días así, cuando aguarda la esperanza y sólo cabe la rutina de tachar otra jornada, cuando ocurre todo. Cuando el murmullo del viento fue grito, palpitó la histeria.
Soplaba pendenciero el viento, que generó inquietud y desazón en Murcia. La Dana agitó la carrera y la meta se achicó. Los tiempos de la general se situaron a 2 kilómetros de la llegada original. La Vuelta continúa envuelta en el temporal de los días extraños. La tormenta que no cesa.
El frenesí de los abanicos
Con el navajeo del viento, el pelotón cruje de inmediato. El ay de la incertidumbre, el uy del miedo y ese escalofrío que se expande por todos los poros de la piel.
A campo abierto, sin trincheras en las que cobijarse, las ráfagas del viento vocean afiladas y los nervios anudan los músculos, que son trémulos. El estrés alardeaba.
En ese escenario abierto al desasosiego, a la preocupación, hay quién sonríe con la mirada traviesa. Evenepoel, poderoso, aerodinámico, Kuss, el líder, Vingegaard, Roglic se enrolaron en el torbellino, que esculpía a trozos de metralla el día.
Se alían con el viento y se estimulan mutuamente. Son hijos del viento. Cometas al aire que danzan un baile que en otros provoca pavor. ¡Danzad malditos!
No estaba Mikel Landa. Tampoco Mas, Soler y Ayuso. Se desgañitaban. Quedaba el mosquetón de la esperanza.Un canto feliz a los pasajeros del viento.
El padecimiento era para los otros, a los que el viento les desgarró y les tapió le horizonte. El barrio de alegría frente a los vecinos de la calle melancolía. La locura amainó tras la primera serie de latigazos. Respiraron los que persiguen.
Fantástico Barrenetxea
De ese hábitat hostil surgió la fuga, que brotó con fuerza. Jon Barrenetxea se integró en un grupo con Gehbreigzabhier, Kämna, Caicedo, Sobrero, Fernández, Hamilton y Navarro. El viento provocó el caos. La estampida. El pelotón se quebró. Los más fuertes y atentos moldearon sus manos en el viento.
Se cortó el pelotón que no era uno, sino tres. No había vasos comunicantes ni velcro suficiente para pegarlos. Hubo dos rachas, dos grandes ráfagas que convirtieron la carrera en un maravillosa locura, que no se podía contener con una camisa de fuerza.
Eolo desmelenó los árboles, que pierden hojas porque el otoño las reclama. Derechos de autor. Aún es verano, pero se empeña el otoño en arrastrarlo por el suelo. Las ráfagas acechan sin descanso. Los días en los que nunca pasa nada se convierten en una página de sucesos.
Otra racha de nerviosismo
Como esos vecinos modélicos, agradables y educados que saludan en el ascensor y en los que nadie repara hasta que acaban en la cárcel. El viento se alió con la anarquía.
Regresaron los abanicos, pero esta vez estaban todos. Los de siempre, el Jumbo y sus lanceros –Kuss, Vingegaard y Roglic–, Evenepoel, pero también Landa, Mas, Ayuso, Soler y Almeida.
Encolados los favoritos después del zarandeo de los adentros, la fuga entre carreteras secundarias y estrechas, de asfalto añejo, y pintura que se desprende como el rímel tras el lloro, respiró. La ruleta de la gloria elegiría uno de sus nombres.
Jon Barrenetxea padeció una caída. Se rearmó a tiempo y se colgó de nuevo de la percha de los aspirantes a la victoria como pudo. El vizcaino sufrió antes de iniciar el asalto al collado de la Cruz de Caravaca, 8 kilómetros a algo más del 5% pero con alguna rampa al 20%.
Kämna no perdona
Se sostenía el ciclista de Gamiz-Fika en el alambre en un grupo que se encogió. Hamilton, Gehbreigzabhier, Kämna, Caicedo y Sobrero. Barrenetxea, a cabezazos de orgullo, tuvo que ceder, fatigado. Se impuso el paso cuartelero de Kämna, un ciclista excelso en un puerto de piel negra y lengua burlona.
El alemán, obstinado, no cejó. Sobrero le veía, pero en realidad, le soñaba en el horizonte. No llegaba. Kämna, formidable, agarró el laurel en la meta original. Barrenetxea, excelso, logró la quinta plaza.
Entre los nobles, Almeida vio un resquicio para limar desventaja en la general entre los conos. Vlasov se subió a su pequeña ola. En el esperpento, Roglic aceleró y arañó una nimiedad. Los jueces les habían premiado con anterioridad. El viento airea las vergüenzas de la Vuelta.