La lluvia y el frío agarraron con fuerza de las solapas a la Itzulia Women y la zarandearon con violencia en Bizkaia, empapada, la borrasca feliz, chapoteando hacia Markina. Eso mismo hizo Demi Vollering con el resto de las rivales. La neerlandesa, sublime, talló una victoria sensacional después de mostrar una superioridad insultante en la jornada inaugural de la Itzulia Women.

En un día de gotas de melancolía, dantesco, cantó bajó la lluvia Vollering, que mandó un mensaje muy nítido al resto. Congeló al resto. Está por encima de todas. La neerlandesa se paseó. Fue una fueraborda. Solo un despiste o un incidente podrían alejar del trono de la carrera a Vollering, campeona del pasado curso.

En solitario, sin sombra, Vollering, que se impulsó en Urkaregi, alcanzó Markina con una renta de 47 segundos sobre Marlene Reusser, su compañera, la mejor guardaespaldas. Finalizado el calvario, se abrazaron para festejar el logro y recuperar algo de calor. Van Vleuten, un palmo por detrás de Niewiadoma, no tenía el ánimo para fiestas.

Tenía el rostro gris y triste. El cuerpo, destemplado por una derrota severa y la huella de una caída. Perdió 51 respecto a Vollering. Un mundo separó a ambas en Markina. Con la bonificación de meta, Vollering empuja a Van Vleuten a 1:01.

El templo de Markina no es una iglesia, tampoco una basílica ni tan siquiera una ermita. En el pueblo se rinde culto a una religión pagana, la cesta punta, alfa y omega de un pueblo que adora la cultura del mimbre y la piedra. Son famosas sus canteras.

De las entrañas de montaña se cubrieron los rostros de los frontis de numerosos frontones de Euskal Herria. El frontón es el altar, su universidad, el lugar de la gloria, las leyendas, los mitos y el txi-txak. Frente a la piedra de la Universidad, conquistó un pedazo de felicidad Vollering, cum laude en la Uni.

Un día dantesco

Caían proyectiles de agua sobre las cabezas de las ciclistas, el tintineo abrumador de una gotera incesante retumbando en los cascos. La banda sonora que suele acompañar al caos y al temor que provoca la lluvia, que espeja el asfalto. El reflejo distorsionado genera mayor inquietud.

Las gafas claras para ver mejor y las prendas de agua eran el bien más preciado sobre un asfalto de agua, un río. Se desplomó el cielo como si fuera invocada la lluvia para bautizar la carrera. La tempestad abrió grietas en el pelotón, destrozado.

El agua siempre encuentra un camino por el que avanzar y horadar la roca más dura. Se imponía el tratado de supervivencia. Plegado Gontzagarigana, el primer puerto que saludó Fisher-Black, Kiesenhofer, campeona olímpica, y Nerlo se adentraron en la cascada de la aventura. Un brindis al sol en un día de lluvia. Una quimera. Las carreteras de la costa son bellas y duras, como el Cantábrico, bravo.

Vollering no espera

Las favoritas se arrullaban en el pelotón a la espera de Urkaregi, la zona cero de la jornada. El puerto, de segunda categoría, era una llamada para la batalla. Más de 5,5 kilómetros y con rampas picudas, alguna al 10%. Vollering ordenó a Reusser que encendiera la hoguera. Caretas fuera.

Vollering, chispeante, enérgica, se desató. Quería derretir la montaña. Niewiadoma trató de apresarla. En vano. Se quemó. La neerlandesa era un cohete montaña arriba. Van Vleuten, más diésel, tampoco pudo seguir el compás de Vollering, mentalmente más madura desde que perdió el miedo a la derrota.

Eso solía atenazarle tiempo atrás. Aquello es historia. Reusser, Niewiadoma y Van Vleuten no alcanzan verla ni con prismáticos. El grupo era de tres, pero eran dos las que tenían que encapsular a la neerlandesa, puro fuego. Vollering, imperial, no tenía intención de rebajar la intensidad. Sola ante el peligro. Una crono para ella. El tobogán hacia Markina era el de un aquapark de curvas burlonas.

El piso, mojado, era una advertencia. Vollering gestionó la renta de la cumbre y la amplió hasta lograr un gran tesoro. En su persecución, Olivia Baril se personó más tarde. En realidad, todas llegaban demasiado tarde para tratar de poner bridas a Vollering, que se disparó. Cañonazo. Carretera y trueno. Demoledor su ritmo subiendo, bajando y en el plano, ambiciosa al extremo, la neerlandesa sentenció en buena medida la Itzulia Women. Vollering canta bajo la lluvia.