En Santurtzi, entre el mar y la montaña, despegó y aterrizó la cuarta etapa de la Itzulia. En pleno Jueves Santo, con un insolente sol que apenas parpadeó en lo más alto, la procesión ciclista peregrinó por las carreteras de Ezkerraldea y Enkarterri. Y Bizkaia entera demostró tener ganas de ciclismo. Era la primera vez que esta edición de la ronda vasca pasaba por el territorio histórico y el día escogido no pudo ser mejor: festivo para la gran mayoría, cielo azul y una perfecta temperatura. Así que la gente salió a la calle para ver el paso del pelotón internacional, para disfrutar de unos costaleros que llegaron a rodar a más de 65 kilómetros por hora y que tuvieron que aceptar el dominio de la cofradía de Jonas Vingegaard. El corredor del Jumbo impidió que Mikel Landa (Bahrain Victorious) fuera profeta en su tierra justo en unas fechas tan devotas.

Sin embargo, a pesar de no tener el final deseado por los más beatos, la cuarta etapa de la Itzulia demostró que Bizkaia está preparada para el Tour. Porque, a menos de tres meses para que Bilbao sea la salida de la ronda gala, el escenario de la esperada Grand Départ, la afición ciclista volvió a abarrotar las cunetas.

Fue Santurtzi el punto urbano escogido por la mayoría. El hecho de que fuera, a la vez, escenario de la salida y la meta provocó que muchos seguidores optaran por disfrutar del mejor pelotón internacional en la localidad morada. Portugalete, Muskiz, Sopuerta o Balmaseda también pusieron color a lo largo de unos 175,7 kilómetros que, lejos de eternizarse, pasaron en un suspiro. Como lo harán las vacaciones de Semana Santa. Y si no que se lo digan a aquellos que decidieron esperar a los corredores en el puerto de Peñas Negras, más conocido ahora como La Asturiana. Era el ascenso más exigente de la etapa, de segunda categoría y encima colocado al final, cuando el pelotón llevaba en sus piernas casi cuatro horas de pedaleo y tres importantes puertos: Malkuartu, Santa Koloma y Bezi. Así que hasta allí se acercaron centenares de aficionados ataviados con el uniforme oficial del apasionado del ciclismo: ikurriña y camiseta naranja.

Las ikurriñas volvieron a dominar el paisaje de la Itzulia. José María Martínez

Los seguidores se diseminaron por La Asturiana, en un ambiente festivo pero, a la vez, íntimo. Y es que es un paraje precioso, de carretera estrecha y entorno verde, con olor a pino y eucalipto. Con aroma a clásica. Así, los presentes se sintieron en medio de una cita entre Vingegaard y Landa. Como unos sujetavelas que, con cualquier movimiento, pudieran estropear la velada entre el corredor danés y el vasco. Pero ninguno la arruinó, sino que todos la mejoraron. Llevaron en volandas a ambos ciclistas –aunque claro que la tierra tira y, por eso, Landa fue el más jaleado– y entre todos hicieron que La Asturiana, con su dureza y encanto, fuera clave en el devenir de la etapa. Porque sus primeras rampas hicieron sentirse invencibles a Esteban Chaves y Richard Carapaz; hasta que encallaron al 12% y volvieron a ser terrenales.

Entonces emergió la figura de Vingegaard, ayer deidad todopoderosa al que todos rezaron, y tan solo hizo un rehén: Landa. Ambos protagonizaron en este puerto de segunda un baile de piernas, pulmones y riñones. Y, aunque no los vieran, centenares de aficionados aplaudieron su arrojo desde las cunetas. Ganó el danés, como casi siempre últimamente; pero sobre todo, ganó Bizkaia, que acudió a la llamada de la Itzulia y calentó su garganta para la gran cita del año y, quizá, de la década: el Tour de Francia.