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Zoncolan la montaña infinita

Igor Antón, ganador en 2011, analiza el tremendo puerto que hoy puede ser el juez de la carrera italiana

Zoncolan la montaña infinitaFoto: Afp

Bilbao - Para comprender la magnitud del Zoncolan, su colosal majestuosidad, basta con mirar al cielo, donde la legendaria montaña y el firmamento se unen. Imposible de separar. Indisoluble. Es más, el Zoncolan hunde su perfil en el friso que compone el paladar del cielo. En ese lugar, punto de acceso a la agonía, un carril de dirección única hacia el calvario, se removerá hoy el Giro de Italia, que se enfrenta a una de las grandes montañas. “Probablemente sea uno de los puertos más exigentes de Europa”, sugiere Igor Antón, campeón en su cima en 2011, cuando vestía de naranja, la piel del Euskaltel. “En lo deportivo, la de Zoncolan ha sido mi mejor victoria, no solo por la dureza del puerto, sino también por los rivales a los que pude ganar aquel día. Es un triunfo que me lo recuerda mucha gente, de esos de los que te sientes orgulloso”, rememora. No es para menos. La ascensión por la cara oeste es considerada por muchos como el puerto más difícil de subir en Europa. Después del pueblo de Ovaro, el camino asciende 1.210 metros de altitud en sólo 10,5 km, una pendiente media de 11,5 %, con una inclinación máxima del 20%. El infierno.

El galdakoztarra, a un palmo del abandono en este Giro por culpa de los problemas digestivos que viene padeciendo desde el Tour de los Alpes, recuerda que fue capaz de imponerse a Contador, Nibali y Scarponi. La Santísima Trinidad en una montaña que crucifica por mera diversión. “Pero lo que tuve que sufrir para poder ganar”, explica sobre aquella subida. El monte Zoncolan es una montaña interminable, inagotable, una invitación al padecimiento. Un puerto a dos tintas: blanco o negro. “Son diez kilómetros a una media del 12%, una barbaridad. En mi opinión es incluso más duro que el Angliru. Al menos, me lo parece”, describe el ciclista del Dimension Data, que en aquella jornada de gloria se tomó la ascensión como si de una contrarreloj se tratara. El Zoncolan, más que subirse, se repta. Es una ejercicio de resistencia extrema, de supervivencia. “Parece que nunca se acaba”, analiza el vizcaino.

En sus rampas todo cuesta el doble. Cada pedalada tiene que pagar un montón de impuestos. “Si en un puerto normal cada kilómetro lo hacemos en tres minutos, en Zoncolan necesitas seis o siete minutos para hacer la misma distancia”. Esa sensación de ir clavado, con un martillo aplastando cada esfuerzo, resulta demoledora para la mente en un paraje de rampas imposibles, que no dejan aire para renovar los pulmones, solo asfixia y jadeos. “Las dos veces que he subido, sobre todo el año en el que gané, te das cuenta de lo duro que es ese puerto, con unas rampas terribles”, desgrana Antón sobre una montaña sin hamacas, sin una miga de resuello que llevarse a la boca. “Además es un puerto en el que no hay descanso. Las rampas no te permiten recuperar. Tienes que regular, pero vas al límite”. “Ir a rueda no sirve de nada”, apunta. No tiene sentido alguno en el Zoncolan.

decenas de miles de tifosi La mole italiana es una pared que sepulta voluntades, que lleva a lo corredores a la última frontera. Es por ello que la cuneta venera a la gran montaña. Es un imán para los aficionados, uno de los lugares santos del ciclismo, un altar en el que emocionarse y sublimar el Giro. En 2014 se reunieron casi 170.000 aficionados en los márgenes de la ascensión. “En un momento dado, recuerdo que se oía un ruido terrible por todos los tifosi que había a los lados de la carretera. También me viene a la memoria esa barrera que forman los carabinieri, la policía italiana, para hacer paso a los corredores y contener a los aficionados”, relata Igor Antón sobre una subida que late con fuerza en el imaginario colectivo, que mitifica sus rampas. Curiosamente, la primera vez que se ascendió el Zoncolan en carrera oficial fue en 1997, en el Giro femenino. La subida se encaró por Sutrio en una jornada de 79 kilómetros con final en el alto desde Forgaria nel Friuli. La italiana Fabiana Luperini holló su cumbre. El Zoncolan no entró en la cartografía del Giro hasta 2003. La irrupción de la mole generó debate. A algunas de las grandes estrellas italianas del momento el puerto les pareció un escándalo. No querían verse en medio de un espectáculo que se presumía dantesco por su dureza. Mario Cipollini, el promiscuo esprinter, decidió subir Zoncolan en mountain bike, un gesto entre la protesta y el autobombo que tantas veces acompañaba a Supermario en sus apariciones. En aquella edición, -se subió desde Sutrio- el triunfo se lo quedó Gilberto Simoni. Cuatro años después, repitió corona el italiano ya desde Ovaro. En 2010, Ivan Basso vio el mundo a sus pies desde la atalaya. Igor Antón cinceló su nombre en oro en 2011. “Es un puerto que siempre tengo en mi corazón”, subraya el vizcaino. Michael Rogers, en 2104, puso su firma en la cumbre, a la espera de lo que suceda hoy en la grandiosa montaña. “Estoy deseando que llegue”, apuntó el líder, Simon Yates. Tom Dumoulin, su principal rival en el Giro, replicó con el mismo mensaje ambicioso: “En el Zoncolán lo daré todo y estoy deseando que llegue”. Tal vez hoy, cuando miren a la montaña infinita, piensen distinto.