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Las grietas de Nibali

Froome tensa y rasca diez segundos al italiano en el Muro de Bretaña, donde se corona Alexis Vuillermoz

Las grietas de NibaliFoto: Efe

bilbao - El Tour es un baile de máscaras. El martes, el pavés pintó de polvo el rostro de los ciclistas. Hombres marrones, de tierra y piedra. Guerreros de Xian. Las caídas, dolientes, afiladas, cepos dientudos, han moldeado caretas que son El Grito de Munch. Las hay como las de Froome, líder de la carrera, que luce una máscara decorada en amarillo con una sonrisa burlona. Joker. El comodín de la baraja es suyo. El reparte las cartas. Es el croupier del Tour. En la danza de máscaras, en el baile de salón sobre el Muro de Bretaña, se agolpaban los rostros de los favoritos después de una aclimatación a base de nervios para pasar por el embudo, la alfombra roja de la tensión. Mimos de sí mismos, los rostros siempre dicen algo. Caretas que adornan la comedia del arte. Era carnaval en el Muro de Bretaña, un festejo para Alexis Vuillermoz, el más espabilado en la coronación de la etapa. La efusividad del francés, su maillot que fue arlequinado, contrastaba con la mueca torcida del melancólico Nibali, su mascara ajada, cuarteada por el cincel de Froome. El británico, que esquivó las pedradas de Nibali en el adoquín, chasqueó el látigo, ese centrifugado agitado, y al italiano se le entrevieron las costuras, aplanado su relieve por el ventilador de Froome, al timón del Tour. Las piernas de alambre del británico están trenzadas con hilos de acero. Las más resistentes. Las bombeó con tanto ritmo el frenético Froome que Nibali se desgajó del grupo en el que Quintana y Contador se confundían entre el decorado colorista de maillots. El madrileño, de aguador de Peter Sagan; Nairo, descontando los días para palpar los Pirineos. El anhelo de ambos.

Antes de que la gran montaña ice la bandera, en la pared de Bretaña, Contador y Quintana se cubrieron el rostro con máscaras anónimas. Desapercibidos. Camuflados en las entrañas del grupo. Lejos de la luz de Froome y de la sombra de Nibali. “Le vi atrás del grupo, pero no sabía si iba a perder tiempo. Ganar tiempo con Nibali siempre es bueno”, argumentó Contador, que se embolsó la misma ventaja que Froome sin exponerse en el escaparate, al igual que Nairo. Hierático, el colombiano, con ese rostro de cera, y bamboleante Contador, con los incisivos de muestra, jugaron al escondite. Por delante, el mascarón de proa de Froome, la cabeza agachada, atornillada en su mundo virtual de datos, vatios y pantalla. Sensaciones digitales. Aislado en su pedaleo magnífico, descompuso el grupo una vez Vuillermoz (AG2r) había despegado por segunda vez, la definitiva. El francés dislocó a Dan Martin (Cannondale), que alcanzó la meta golpeando el manillar, masticando la hiel de la derrota.

El test Froome descansaba en la otra orilla. Hamacado tras unos largos, ya sin el antifaz que le vistió de superhéroe. “Cuando llegué a cabeza, pensé que si estaba allí, debía empujar un poco más y ver cómo notaba las piernas y también la respuesta del grupo atrás”. Atrás, en el retrovisor, Nibali no tenía nada que decir. Sin respuesta. Barba de dos días, moreno, se le apuró el rostro, pálido, blanquecino por el susto. La mascara se le caía a pedazos bajo el sol. Uno a uno. Diez trozos de plomo. Otros diez segundos cedidos. “En el final no he tenido buenas sensaciones. Al llegar las aceleraciones no he podido responder. Ha sido un mal día”, confesaba el campeón de Italia, al que se le escurre el Tour. La manecilla de Nibali se retrasa. No es capaz de poner el reloj en hora. 1:48 concede respecto a Froome.

El segundero preocupa a Martinelli, el director del Astana, que no acierta a entender el motivo del desajuste horario de su pupilo en una semana de competición. Tiene la hora cambiada Nibali. “No comprendo qué ha pasado. Tenemos que pensar que ha sido un mal día, porque sino este Tour será complicado. No nos podemos permitir cometer más errores”. Las dudas de italiano, un signo de interrogación, -“me sorprendió oír que Nibali nos había perdido, teniendo en cuenta que, una vez superado el viento de costado, era más fácil mantenerse a rueda con el viento viniendo de frente”, radiografió el líder- son las certezas de Froome, por el momento el mejor engrasado. “Era una subida relativamente corta y sabía que no iba a haber grandes diferencias. Quería mantener las riendas del asunto”. El control de Froome, el joystick de la carrera entre sus manos, fue el suplicio de Nibali, apolillado en meta. Desenmascarado, el padecimiento al descubierto. En el Muro de Bretaña no había maquillaje que disimulara las grietas de su máscara.