POR la mañana el sol calientael ambiente, es primaveraen Bilbao, en el centrodel universo. El cielo, azul, da la bienvenidaa un buen puñado de aficionadosen la explanada del Guggenheim,donde los ciclistas, aún en losautobuses de los equipos, aguardanel pistoletazo de salida. Fuera, bajola mirada penetrante de Puppy, elguardián, la marea colombiana sedeja ver y oír. Se hace sentir a milesde kilómetros de su hogar, aquí, enBilbao, en el centro del mundo. Nairo,el cafetero, el hombre de la sonrisaeterna, no esconde su gratitud,está como en casa. Es el señalado, elmás aclamado, el que más calor recibey el favorito para repetir la gestade 2013, cuando se coronó en la Vueltaal País Vasco. A unos pocos metrosde distancia, en el bus del Caja Rural,Txurruka vive una situación similar.Él también se sintió ganador enaquella Itzulia, en la que conquistóla montaña y las metas volantes. Lagente de casa le aclama. Devuelve elcariño. Siempre presto.

Como Fraile, que saluda a los suyosmientras digiere la larga charla desu director, Eugenio. Entre vítores,el conjunto navarro se hace huecohacia la línea de salida. No hay ni uncabo suelto. Último chequeo desdeel coche. “¿Pinganillos?”. Todo OK.Se avecina tormenta aunque el cieloindique lo contrario. Omar, que noes de Bilbao pero como si lo fuera,más en un día como el de ayer, se lanzaa tumba abierta mientras dejaatrás la villa. Camina en sentidoopuesto a su casa, Santurtzi, intentaalcanzar Galdakao en compañía deBulgac y Turgis. Se rompe la carrera.

Tres kilómetros nada más. Laventaja crece, no para, hasta quesupera los seis minutos. Entonces,una voz, seria pero entusiasmada, sedeja oír a través de la radio. HablaEguenio: “Bien Omar, bien. Vas atener el día hoy en Bilbao”. Y tanto.Dos podios: la montaña y las metasvolantes. Casi nada.

Pero en la Gran Vía, pulmón de lacapital vizcaina, la alegría se mezclacon la tristeza. Llora Pardilla, tendidoen el suelo. Le cuesta respirar alfino escalador. Su sueño se ve truncadoa unos 300 metros de meta. Almismo punto al que el santurtziarra llega triunfante. Es la cara y la cruz.El alborozo y la desdicha. La cara deEugenio es un poema. Ha perdido auno de sus hombres fuertes. Entreaplausos de los miles de curiosos quese agolpan a uno y otro lado de laartería principal de la ciudad, el deCiudad Real es introducido en laambulancia. La Vuelta al País Vascose ha acabado para él. También paraBilbao, de donde la carrera partiráesta mañana para no regresar... almenos este año. Solo el tiempo diráhasta cuándo.

MAREA HUMANA Cerca de allí, a loalto, junto al abandonado Parque deAtracciones de Artxanda, Fraile,entre una marea de gente, hace unguiño al coche del Caja Rural. “Objetivocumplido”, viene a decir mientrasse deja absorber por alguna delas grupetas a las que el pelotón ha demás banderas la carrera se vuelveloca. Los ataques son constantespara disfrute de los aficionados.Muchos, casi todos los que alientana los corredores cuesta arriba en lasegunda ascensión al Vivero, hanvivido también la primera, desdeLezama. Más tranquila, más relajada.Como en Morga, el primer pasomontañoso de la jornada, donde reinala calma y donde no falta gentetampoco.

Resultaría imposible contar elnúmero de aficionados agolpados encada punto de la geografía vizcaina.Decenas, cientos, miles, muchosmiles, muchísimos. Desde Bilbao,pasando por Lekeitio y Gernika, tambiénpor Larrabetzu, para acabar denuevo en Bilbao. Allí, en el centro deluniverso, bajo la mirada del SagradoCorazón, Michael Matthews cogióel testigo de Igor Antón, último vencedoren la Gran Vía. Entonces, enaquel lejano 2011, como ayer, la villafue el epicentro del mundo ciclista.Todo un lujo para los bilbainos.