De Maubourguet a Bergerac el Tour manda a los ciclistas por el camino más rápido, el recto, mientras como alternativa el GPS escoge lo que queda, un viaje por el sur rural hacia el oeste, entre viñedos y campos cultivados. Territorio New Hollande. Hay más concesionarios de tractores que de coches. Mandan en la carretera. Cualquiera les pasa. La ley del más grande. Se imponen. Como Navardauskas. Un tallo de 1,90. El más grande del Tour llega antes que nadie hasta Bergerac, solo bajo la lluvia, contrarreloj. Hoy, les toca a otros.

Hacia el oeste, en el horizonte el Atlántico y Las Landas, Aquitania, por donde empuja el GPS se tropieza uno con Mont-de-Marsan, de donde era Ocaña, desarraigado, aunque naciese en Priego, y donde murió hace 20 años. Se suicidó en el sótano de su casa. Solo se rindió esa vez. Pero fue para siempre. Su biografía (Ocaña, Libros de Ruta) reciente, la primera en español, con lo que eso tiene de elocuente, es una lectura inquietante. La de un hombre contra todo. Ocaña era, o parece que era, un alma en pie de guerra. Así en la vida como en carrera. De pie o sobre la bicicleta. El conquense no diferenciaba una cosa de la otra. Corría y vivía de la misma manera. Contracorriente. Y en el alambre. Iba detrás del riesgo. O contra él. Y decía porque lo pensaba que no importaba tanto el qué como el cómo. O lo que es lo mismo, el camino y no el destino. Lo importante de ganar era cómo se ganaba. No existía en su vocabulario la palabra imposible. Ningún reto merecía tanta grandeza. Ni ningún rival. Nadie era imbatible. Ocaña perdió, por no conformarse, muchas carreras, pero ganó un Tour en la época de Merckx y habría ganado otro si el destino?

“No es imposible”, proclama Valverde como raptado por el alma de Ocaña, aunque no habla de ganar el Tour, eso ya no, ni siquiera el conquense hubiese puesto pegas ya a la victoria de Nibali en París, sino del podio, los otros dos peldaños que ocupan ahora dos franceses, Pinot y Peraud, tras el viaje por los Pirineos donde el murciano, agotado, en el límite, consumido por el Tour, se ha dedicado a resistir, frío y calculador, eso sí. Nunca perdió la cabeza. Esa es buena señal. Pese a caerse del podio. Entró segundo en los Pirineos y salió cuarto pero no se desplomó, lo que hace que Eusebio Unzue, de mal humor o algo más tras la expulsión de carrera de Rojas por una versión increíble que describe al murciano bajando el Tourmalet a 100 por hora agarrado a la baca del coche de Txente, también hable como Ocaña y le diga a uno que viene a verle al autobús y corrió con el conquense en los 70 que el podio está asegurado.

“¿Lo crees?”, le preguntan a Unzue los que están preocupados por la sensación de agotamiento que ha dado Valverde en Saint-Lary y, sobre todo, en Hautacam, donde cerró la travesía pirenaica vivo pero con una frase desalentadora. “Llevo unos días sufriendo mucho”.

“Claro”, responde Unzue; “pero ¿quién no?”. Y se remite a lo que se ha visto. O mejor, en contra de lo que pensaría Ocaña, al resultado. Clasificación, amigo, clasificación. Entre Pinot, segundo, y Peraud, tercero, hay 13 segundos; de Peraud a Valverde, 2. “Eso es reflejo de la regularidad de este Tour. Ninguno de los tres se ha impuesto a los otros dos porque no ha podido. Todos están igual de agotados porque el Tour no ha dado respiro ningún día a nadie. Es el más rápido, tenso y agotador que yo recuerdo en 30 años. Y pese a todo, Alejandro ha sobrevivido a los escaladores. Él lo es, pero escalador y un poco de todo. Y hoy le toca ser contrarrelojista”, reflexiona Unzue mientras recuerda sus buenos registros de este año en la especialidad, su victoria en la Vuelta a Andalucía, el Campeonato de España hace menos de un mes? En la Vuelta al País Vasco, por el contrario, falló en la crono de Markina, perdió la batalla con Contador y se cayó del podio. Kwiatkowski le quitó la segunda plaza; Peraud, la tercera.

De todas maneras, hoy no valen esas referencias. Ni las buenas ni las malas. Ninguna de esas cronos era de 54 kilómetros y dura, y ninguna era en el Tour, claro, con lo que eso supone en el plano físico, la gestión del agotamiento y el sufrimiento, y mental, que tiene su cosa. A Samuel Sánchez, que se jugó un podio con Menchov en la última crono del Tour de 2010, le gustaría darle algún consejo a Valverde, decirle lo que le pasó, el bloqueo, las piernas que no iban, el corazón que le pedía una tregua y todo eso, pero ya sabe el murciano, 34 años, a lo que se enfrenta, aunque nunca haya estado tan cerca del podio del Tour, un sueño inaplazable. Seguramente, no tenga otra oportunidad.

Un ojo en Nibali Eso quién sabe, como nadie sabe qué hará hoy Nibali, que ha ido dejando su sello en todos los rincones del Tour, Inglaterra, el pavés, los Vosgos, los Alpes y los Pirineos, y solo le falta ganar una crono, esta de hoy, la única, para completarse y callar a los que aún le dicen que con Froome y Contador nada hubiese sido igual. Por eso, quizás, cuando le preguntan ya por su peor día en este Tour el italiano responde que no ha tenido ninguno. Qué Tour más fácil, viene a decir.

Para no fastidiarlo ahora que quedan 54 kilómetros, Nibali se alejó de la cabeza del pelotón en los últimos cinco kilómetros de carretera estrecha, húmeda y plagada de curvas que llevaba a Bergerac por el camino más recto y no por Mont-de-Marsan. Los tiburones huelen la sangre. A algo menos de tres kilómetros hubo caída. Sagan fue el primero. Detrás cayeron las demás fichas del dominó. Entre ellos Intxausti, que no le coge el punto al Tour. La montonera desmigó el grupo. Se esparcieron todos sin riesgo para la general porque los tiempos ya no contaban. Delante iba Navardauskas, que se fue acordando los últimos diez kilómetros, cuando atacó, de lo que le pasó a su amigo Bauer en Nimes, cazado a cincuenta metros. Qué cruel. “Temía que me pasara lo mismo”, dijo el lituano. Pero lo pudo contar. “Ha sido como una crono”. Hoy toca otra en la que Pinot, Peraud y Valverde se juegan el podio. “Puede pasar cualquier cosa”, advirtió el murciano. Así pensaba Ocaña.