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Bauer se queda sin jaia

La fuga del corredor neozelandés del Garmin, 221 kilómetros junto a Elmiger, muere a menos de cincuenta metros de la meta de Nimes, donde logra Kristoff su segunda victoria de etapa

Bauer se queda sin jaiaafp

DECIMOQUINTA ETAPATallard-Nimes

222 Kilómetros

ETAPA

1º. Alexander Kristoff (Katusha) 4h56:43

2º. Heinrich Haussler (IAM Cycling) m.t.

3º. Peter Sagan (Cannondale) m.t.

51º. Haimar Zubeldia (Trek) m.t.

GENERAL

1º. Vincenzo Nibali (Astana) 66h49:37

2º. Alejandro Valverde (Movistar) a 4:37

3º. Romain Bardet (Ag2r) a 4:50

12º. Haimar Zubeldia (Trek) a 11:10

Nadie recuerda bien qué comió. ¿Ensalada y pescado, txitxarro? Seguramente no. De tanto que lo repitió, solo quedó archivada esa frase. “Es imposible”. Decía Iker Camaño en el invierno de 2010 que pasó sin equipo, que no volvería a tener un dorsal profesional. “Es imposible”. Acababa de morir el Fuji, el último heredero del Saunier Duval, y se había quedado en la calle. Ningún equipo le abrió la puerta, pero todavía en enero seguía llamando sin mucha fe. “Es imposible”. Alguna vez más lo repitió. La cosa es que meses más tarde se tuvo que tragar sus palabras. Se lo restriegan por la cara alguna vez los que estaban en esa mesa, pero nadie es capaz de recordar qué comió. Lo accesorio se olvida para dejar sitio a lo importante. ¿Era posible o no? Alex Sans obró el milagro. Se lo llevó al Endura inglés, un equipo en pañales. Acababa de nacer y no tenía nada. Un coche y una furgoneta para llevar el material. Poco más aparte de corredores. Y hambre. Tenían ganas de ser ciclistas. De demostrar que podían serlo. Cuando se embarcó en esa aventura, a Camaño le dijeron que, pasara lo que pasara, al menos era una buena oportunidad para aprender inglés. Hubo uno que negó con la cabeza. “Antes aprende el resto castellano”. O el idioma que hable Iker. En unos meses allí estaban los chiquillos ingleses de cara rosada y algún exótico más chapurreando lo que les enseñaba. “¿Qué pasa Manolito?”. Y cosas así. Entre ellos un chaval neozelandés, alto y delgado, buena pinta. Se llamaba Jack Bauer y de ciclismo solo sabía que había que dar pedales lo más rápido que pudiese. De todo lo demás se estaba intentando empapar. Camaño lo adoptó como alumno. De lo primero que aprendió fue a decir: “Euskadin beti jai (en Euskadi siempre fiesta)”.

Si hubiera llegado hasta el final del viaje más largo que comenzó con Sans y Texeira, auxiliar gallego, en un equipo sin nada hasta alcanzar el Tour -no entró en el nueve del NetApp-Endura, una pena-, Camaño habría sido de los primeros en acercarse a Bauer para darle un abrazo en Nimes, donde el desamparo y el éxtasis compartían calle. En un portal estaba Kristoff, el noruego que le ganó a Sagan la etapa de Saint-Etienne, borracho de nuevo de alegría tras un sprint prodigioso en el que partió mal colocado, en tercera fila o así, se pegó a la valla derecha, remontó y recuperó el carril central para lucir músculo y palmito. Cómo brillaba alegre bajo el sol después de la tormenta Mediterránea el velocista del Katusha mientras a unos metros de nada, en el portal de al lado, Bauer era incapaz de levantar la cabeza. La tenía metida, con casco y todo, entre las manos y sobre el cuadro de la S3 de Cervélo. Algún compañero del Garmin que pasaba por ahí se le acercaba y le acariciaba el hombro para consolarle. Y el neozelandés, venga a llorar.

Cómo le dolió a Bauer perder de esa manera, tras 221 kilómetros escapado, todo la etapa, junto a Martin Elmiger, campeón suizo, en un final de infarto en el que el pelotón apuró como casi nunca con la calculadora -hubo una etapa del Tour de 2004 en la que Landaluze estuvo tan cerca o más de reventar los cálculos del pelotón-. Al neozelandés le faltaron cincuenta metros. A esa distancia se quedó sin jaia. Y cómo lloraba. Sin consuelo. Si llega a estar Camaño?

Bauer estuvo un buen rato con la cabeza metida entre las manos. Dicen que cuando lo hacen, los niños creen que así nadie les ve, que desaparecen. Eso quería el chaval. No estar ahí. Se escondió tras la cortina de las manos y, seguramente, buscó el error. cincuenta metros, se diría. Si llego a tirar un poco más aquí, si llego arriesgar un poco más allá, si no llega a dejar de llover en el tramo final, si no hubiese salido el sol, si en lugar de esto lo otro? Cuando regresó de ese viaje fustigador, la recta de meta estaba vacía. Se habían ido casi todos. A la pena nadie le hace caso.

Escondido Bauer tras sus manos, invisible, los bolígrafos persiguieron a los que veían. Valverde no salía de su asombro. No entiende lo que pasa cuando habla de otro día de sufrimiento. Y van? Todos los que llevan. Este, enumera, de viento, de velocidad, de lluvia, de tensión, de rotondas? Con todo, al murciano le dio tiempo entre tanto trabajo de hacerse un chequeo, de preguntarse cómo se encontraba tras el día malo de Risoul y de responderse que bien. “He recuperado”, afirma. Se lo dijeron las piernas. Hoy les dará una alegría, día de descanso en Carcassonne, a las puertas de los Pirineos que asoman terroríficos tras la cortina de nubes grises como retocadas con Photoshop. “Todas las etapas de Pirineos, las tres, tienen su punto. Todas dan miedo”, prosiguió Valverde, que afronta mañana el asalto a la cordillera con los ojos puestos en el retrovisor. No se fía de los que vienen detrás y le aprietan. Bardet, Pinot, Van Garderen? “Firmo quedarme como estoy”. Segundo.

Del primero se han olvidado todos. Han asumido que Nibali es inalcanzable. Aunque al italiano hay quien aún le recuerde que se dejó la última Vuelta con Horner en la última semana. “No tiene nada que ver, esta vez estoy en mi primer pico de forma, las piernas responden de otra manera, bien, y estoy incluso mejor que en el Giro del año pasado que gané”, responde camino de su tercera grande -también se llevó la Vuelta de 2010- y, cosas del éxito, interrogado cada tarde de las 14 que lleva de amarillo sobre dopaje. Ya ha tenido que responder por qué está en un equipo en el que el manager es Vinokourov, el director Martinelli -padre deportivo de Pantani-- y uno de sus compañeros más cercanos, Scarponi, involucrado en la Operación Puerto. También por su relación con Ferrari, del que dijo, serio y molesto, harto seguramente ya, no conocerle personalmente. Sabe torear bien Nibali. Ayer en Nimes, ciudad taurina, respondió a otra de esas cuestiones que su historia se conoce bien, que no es un fruto de artificio, algo repentino y sorprendente, y que en su carrera siempre ha ido avanzando poco a poco. Lo natural. Luego se despidió. Al salir a la calle ya no estaba Bauer escondido tras las manos. Cuando las apartó y vio que la fiesta estaba en el portal de al lado, se marchó al hotel. Seguramente a pensar cómo se pierde una etapa en el Tour por cincuenta metros.