Oyonnax - En los 20 metros que tiene el autobús de Andy Riis, dueño del BMC, cabe de todo: cocina, cafeteras, asientos de cuero, camillas de masaje, duchas, televisiones, una pantalla de proyección? Y, también, una nevera donde reposan algunas botellas de vino tinto de los viñedos del magnate suizo. El cacharro cuesta 250.000 libras. No todos los autobuses del Tour son así, pero se le parecen, miren el del Sky, el del Movistar, el monstruo del Omega? como si el tamaño importase. De esa norma, el autobús como símbolo de virilidad, se sale el NetApp-Endura. Su bus es el más pequeño, la mitad que el resto y algo más largo que una caravana. ¿10 metros? Pero es suficiente. Alex Sans, director catalán del equipo alemán, recuerda que hace solo tres años, en 2011, no tenían ni eso y ahora están en el Tour. No hay autobús que cubra un trayecto tan largo.

Empezaron andando y descalzos. Sin nada, desde lo más profundo. Y eso que Sans venía de arriba, de ganar el Tour con Carlos Sastre en 2008. Era el masajista del abulense en el CSC que vivió la lucha interna entre Sastre y los Schleck por ver quién vestía el maillot amarillo en París. “Solo puedo decir que la carretera fue quien decidió -el ataque de Sastre en la primera rampa de Alpe d’Huez decantó la balanza- y que la clave fue Riis, que supo gestionar la situación para que el resto de corredores siguieran trabajando por y para el CSC”, recuerda el catalán. Lo que no pudo evitar Riis fue la descomposición del equipo. La grieta del Tour, “pero la cosa ya venía de antes”, acabó con Sastre enrolado en un nuevo proyecto, el suyo propio, el Cervélo al que se fue, tras sus pasos, Sans. Vivió dos años ese sueño. Hasta que a finales de 2010, ya en la Vuelta, el cuerpo le dijo basta y la cabeza se sumó a la protesta. “Fue un cúmulo de circunstancias profesionales y personales”. Necesitaba parar. Por eso no aceptó la propuesta del United Healthcare. “No tenía energía para meterme en algo que la requería”. O necesitaba, sino, algo que le motivase, distinto. Bryan Smith acertó con las palabras.

Le contó su proyecto. Un equipo humilde que saliese de la nada. Estaba todo por hacer. A Sans le enganchó la idea y le insistencia de Smith. “No había casi presupuesto, ni nada”, recuerda. Ni autobús, claro, ni furgoneta, y solo un coche matriculado en Inglaterra y el volante a la derecha, con lo incómodo que era correr así en Europa. Smith les prometió otro coche, pero que no lo tendría hasta mitad de temporada. Así que, cuando el equipo se dividía en dos carreras, tenían que tirar de alquiler. “Y recuerdo una vuelta en Polonia que fuimos con un coche alquilado, que no estaba preparado para el ciclismo y, claro, ni siquiera tenía baca para colocar las bicicletas de repuesto”. Se la encasquetaron al coche neutro. Allí la dejaron y allí iba la bicicleta cuando René Mandri, un corredor del equipo, se cayó y partió en dos la suya. Sans llamó por radio al coche neutro. Necesitaba la bicicleta que les había dejado. “Y me respondieron que estaban ocho kilómetros por delante”. Cogió al corredor, lo metió en el coche alquilado y se lo llevó hasta allí. En el camino ninguno de los dos pudo contener la risa. “Los dos hablábamos de que nunca habíamos vivido tantas situaciones extrañas como en esos pocos meses en el Endura”.

en el fondo Sans no hizo ese viaje solo. Al primero que llamó para que le acompañase fue a Texeira, auxiliar gallego. Un buen amigo. “Esa época”, dice Sans, “la recuerdo como algo especial e importante en mi vida. Supe qué gente estaría siempre a mi lado, pocos, no creas, y también me reencontré con la esencia pura del ciclismo, que es lo que está debajo del traje de lujo de los autobuses y los grandes equipos”. Sans venía de ganar el Tour con Sastre, es cierto, pero mucho antes, de limpiar por la noche en la bañera de casa los botellines de un equipo aficionado sin presupuesto.

En el Endura estaba volviendo a eso. “Estábamos en el fondo”, cuenta Texeira, que también venía de una mala racha. “No teníamos nada, estábamos bajo mínimos y cada día echabas de menos una cosa pero todos los días la lavadora”. El equipo tenía un coche y una furgoneta limpia para llevar el material. Faltaba todo lo demás. “Pero la lavadora era imprescindible”. Tex, que lo ha vivido todo dos veces, se las apañaba para que al día siguiente los corredores tuvieran la ropa limpia. ¿Cómo? Nadie lo sabía. No tenían dinero para pagar el servicio de lavandería del hotel, así que el gallego tiraba de amistades. “Pedía favores a los colegas de otros equipos. Ellos me lavaban la ropa”. Hasta que llegó la lavadora. La compraron y la instalaron en la furgoneta. Iban haciendo camino. “Y un día que equivoqué el programa o la temperatura de la lavadora, me cargué 8 o 9 bolsas de ropa de los ciclistas. Fíjate cómo estábamos que el patrón le dijo a Alex que me descontaría el precio de los maillots y los culotes del sueldo. Le dije que le respondiera que me parecía bien, pero que él me debía entonces todo el dinero que había ahorrado en lavadoras durante todos esos meses”.

“Ese viaje fue la hostia a nivel emocional”, dice ahora Tex en el Tour, donde echa de menos a la tercera pata del banco, a Iker Camaño, que ha recorrido todo ese camino junto al gallego y Alex y le ha faltado subir el último escalón y estar en la carrera francesa para completar el viaje, el más largo, que emprendieron desde la nada más absoluta hasta alcanzar todo -a última hora el santurtziarra no entró en el nueve del Tour-. “Ahora todo es de otra manera, distinto”. El ambiente ha dejado de ser familiar, pero la estructura, desde su fusión con los alemanes de NetApp, ha crecido. Tienen autobús y todo, aunque sea el más pequeño del parking de equipos del Tour. Y un patrocinador, el fabricante de extractores de cocina alemán Bora, que empezó como ellos, de la nada, y en poco tiempo se ha convertido en una firma internacional que llega incluso al mercado australiano. Han firmado lo que nadie tiene, ni los de los autobuses con vino de su propia cosecha, en el ciclismo: cinco años, hasta 2019. Ese viaje sí que es largo.