SU primera participación, esa es la que creo que más le impactó. Y no ya solo por ganar la etapa reina y proclamarse rey de la montaña, que también, sino por todo lo que descubrió en aquel universo que ellos conocían como la Vuelta a Francia. Desde que salió de Larrabetzu para cruzar la muga y dirigirse a la salida hasta la conclusión en París, todo era novedoso en aquella inmensidad. Nada digamos del regreso convertido en un héroe.
La ilusión por correr el Tour y las ganas por querer ser alguien en el mundillo pudieron con todos los inconvenientes. Por ejemplo el idioma, del que como nos contaba no sabía ni oui, ni non y qué decir del material en aquella España de la posguerra. Se corría por selecciones y la Federación Española les proporcionaba lo justo. Una de las cosas que le sorprendió es que la organización del Tour les prestaba las bicicletas, no recuerdo la marca, pero por supuesto bastante mejores que las de ellos.
Los primeros días fueron de aclimatación a un mundo nuevo. Correr al lado de todos los grandes y en la mejor carrera era ya un triunfo pero el cuerpo y la mente le pedían más. Dalmacio Langarica era su compañero de habitación y con él compartía las vivencias diarias, incluidas las penalidades. Tras los primeros diez días la carrera llegó a los Pirineos y por su cabeza no pasaba otra cosa que no fuera atacar. Así se lo transmitía a Dalmacio mientras este le decía "estás loco, dónde vas a ir con toda esta gente, en el pelotón estamos bien". Pero no, lo tenía decidido y así se lo confirmó al de Otxandio: "Mañana es la etapa reina y voy a atacar, no aguanto más". "Allá tú" fue la respuesta de Langarica.
Era un riesgo, con poco que perder y mucho que ganar, pero la apuesta, mezcla de inconsciencia y rebeldía, salió bien. Fue como entrar en otro mundo. Pasó del anonimato al estrellato en pocas horas, las que transcurrieron desde la salida en Pau hasta la llegada en Cauterets. Cruzó la meta en solitario y la noche se convirtió en día.
Restaba más de medio Tour, pero en adelante la cosa fue distinta, ya notaba cierto respeto en el pelotón y tenía que mantener el reinado de la montaña hasta París. Ya no era un desconocido, la prensa se interesaba por su día a día y la afición francesa, entregada a su prueba y a sus ciclistas como pocas, comenzaba a pedirle autógrafos.
Sabía que estaba haciendo algo importante, pero no imaginaba la trascendencia de aquella hazaña en plena posguerra y cuando los ciudadanos españoles no pintaban nada en Europa. En París, en el famoso Parque de los Príncipes, con el objetivo ya cumplido, fue consciente de su logro. Fue agasajado en la embajada española, como era de rigor, pero lo que le llenó de orgullo fue la visita que le realizaron los hermanos del lehendakari José Antonio Aguirre.
El regreso a casa fue como el de un héroe. Sin duda el Tour del 53, su primer Tour, marcó su carrera.