La Vuelta llegó rápido a Bilbao. En la primera edición, la del 35. En cuatro días corrieron, entre polvo y piedras, sobre hierros, de Madrid hasta la capital vizcaina. Ganó Gustaaf Deloor. Desde aquella, hubo otras 39 metas en el botxo. Trueba, Vietto, Langarica, Magni, Van Steenbergen, Riviere, Karmany, Ocaña, González Linares, Zurano, Van de Wiver... Todos esos, alguno más, ganaron alguna vez en Bilbao. El último, Enrique Cima. En El Vivero, en el 78. Después vinieron 33 años de ausencia. Política y miedo, dicen. Por Bilbao pasaron los grandes. Coppi y Bartali, Anquetil y Poulidor, Merckx, Gimondi, Hinault... Pero ninguna época más brillante que la de la segunda mitad de los 50. En ese tiempo vivieron Loroño y Bahamontes. Nada encendió más a la afición en Bilbao que su rivalidad visceral que trascendía al propio ciclismo como trascendieron antes y después los antagónicos Coppi y Bartali en Italia y Anquetil y Poulidor en Francia. Era una cuestión socio-político-deportiva. Lo más.

Para entender quién era Loroño, su heroísmo, su aura, hay que fijarse, siempre ocurre, en cuando dejó de ser ciclista. En 1983 se organizó una crono de 80 kilómetros, un show, por el circuito de Soietxes, por Gamiz y Fika. Corría, dos décadas después de retirarse, Jesús Loroño. Así lo anunciaron los periódicos en primera página: "Loroño vuelve a montar en bicicleta". Fue como si se hubiese llamado a la revolución. Las cunetas del recorrido se cosieron de gargantas inflamadas y ojos cargados de nostalgia.

Fue, cuentan, algo insólito, pero no tan sublime como el recuerdo de Antón Barrutia, escudero y amigo de Loroño en los 50. Hace unos días se lo contaba a Josu Loroño, hijo de Jesús, durante una comida. "He visto muchas cosas en el ciclismo, pero ninguna como aquella subida a Sollube en la Vuelta del 56. Jamás vi tanta gente en una carretera como entonces". Una cadena humana unía el puerto de Bermeo con la cima de su atalaya. Allí arriba, junto al restaurante Canon, se levanta el busto del vizcaino. Fue el primer ciclista de la historia al que se le hizo un monumento. La iniciativa salió del corazón, del pueblo, y hubo que pedir permisos a Madrid. Para elegir el lugar donde colocarla no se dudó: Sollube era el puerto de Loroño.

"No había itinerario en sus entrenamientos que no pasase por Sollube", cuenta ahora Josu Loroño, que dice que el recuerdo obsesivo de su aita sobre aquellas Vueltas que incendiaban Bizkaia era la gente, la muchedumbre, aquella masa, el pueblo entero, que se echaba al monte para agasajar a los ciclistas. A Loroño, por supuesto, a Bahamontes. Loroñistas y Bahamontistas respiraban el mismo aire, entraban en los mismos bares y bebían el mismo vino. Y discutían. Largo, tendido y sin solución. Luego coincidían en las cunetas de las montañas. La mayoría salían de madrugada e iban andando. 20, 30, 40 kilómetros... Daba igual. Incluso si llovía. ¡Qué época!

contra conterno Llovía aquel 13 de mayo del 56. Hay una foto de Loroño, la piel negra y brillante, el sudor, la angustia en el rostro, la lluvia, el gentío a su alrededor, que condensa toda la historia de la Vuelta y sus llegadas a Bilbao. En esa imagen Jesús está solo. Acaba de atacar y pedalea desesperado para ganar la Vuelta que lidera Conterno, que lleva unos días enfermo. Lo debe saber casi todo el pelotón, pero no Loroño. Luis Puig, director de la selección española, que en la guerra abierta entre el vizcaino y Bahamontes toma parte por el segundo, no le dice nada al de Larrabetzu. A Loroño se lo cuenta, en plena etapa, la última, la de Sollube y Bilbao, el valenciano René Marigil. "Jesús que este va jodido y lo están arrastrando". Conterno, 40º de fiebre, sufre, no puede más, y son sus gregarios belgas, Van Steenbergen entre ellos, los que le empujan para que sobreviva. A la trampa se suma Bahamontes. Hay, también, fotos que son un testimonio terrible y en las que se ve al toledano ayudando, la mano en el culo, al italiano. Loroño, de todas maneras, intenta ganar la Vuelta. Despega en Sollube, es un ángel, pero aterriza en Getxo. En Bilbao, pierde la Vuelta porque los jueces no descalifican, bochornoso, a Conterno, y simplemente le aplican una sanción de 30 segundos que le da el triunfo por solo trece.

"Aquello le fastidió tanto que solo pensaba en ganar al año siguiente", rescata Josu. La Vuelta del 57 empezaba y acababa en Bilbao. Loroño se vistió de líder en Tortosa tras una fuga en la que sacó más de veinte minutos a Bahamontes. Desde ese día, el toledano, pese a ser compañero de equipo del vizcaino, trata de recuperar tiempo. Pero cada vez que gira el cuello está Loroño, fresco como una lechuga. En la última etapa, la de Bilbao, Luis Puig y Bahamontes le piden que, por favor, le deje marchar para puntuar y ganar la montaña. Loroño está de acuerdo. "Vale", les responde. Así llegan las duras rampas de Santo Domingo antes de bajar a Bilbao. Ahí arranca Bahamontes. Y Loroño a su rueda. "¡Joder Jesús!, déjame puntuar", protesta el español. "Tranquilo, si yo te dejo que pases el primero", responde el vizcaino. "No se fiaba ni un pelo de ellos", apunta Josu, que recuerda que aita siempre le hablaba de la apoteosis tras su entrada en Bilbao como ganador de la Vuelta.

gabica, marino y olano "La frase tan famosa que dice que una carrera no se gana hasta que se cruza la última línea de meta la acuñó mi aita. Lo repetía siempre. Así que cuando ganó la Vuelta en Bilbao estaba eufórico. Siempre me hablaba de las celebraciones que hubo. Y de que luego le entregó el maillot amarillo a la Amatxu de Begoña, que era lo mismo que hacía el Athletic con los trofeos que ganaba. Aquel maillot estuvo mucho tiempo en la basílica", traza Loroño, que no vivió, claro, aquellos días de fiesta en Bilbao en los que se celebraba, corría el champán y el vino, el primer triunfo de un ciclista vasco sellado en la capital vizcaina. La de Dalmacio Langarica en el 46 se cerró en Madrid. Sí recuerda Josu la segunda victoria en la Vuelta que celebró un vasco en Bilbao, la de Gabica en el 66 -luego llegaron las de Marino, 1982, y Olano, 1998, ambas con final en Madrid-.

"Me llevó aita y subimos al podio. Entonces la Vuelta era el Gran Premio Filomatic, que eran unas hojas de afeitar de la época. Ese día que ganó la Vuelta Gabica, Langarica estaba allí, junto a aita. Yo era un crío de que no entendía por qué dos personas que estaban tan juntas ni siquiera se miraban". Más tarde se lo contaron. Lo del Tour del 59 al que Langarica decidió no llevar a Loroño para tratar de ganarlo, y lo ganó, con Bahamontes. Lo de los cristales rotos y las pintadas en la tienda de bicicletas que tenía Dalmacio en Bilbao. Lo de las amenazas a su mujer. También lo de que, muchos años después, Langarica apareció un día en el bar que tenía Loroño en Bilbao y cerraron la herida. "Aita siempre decía que en aquella época se vivía el ciclismo con mucha más pasión, para lo bueno y para lo malo. La rivalidad entre Loroño y Bahamontes hizo mucho por ello. Era algo social y político, además de deportivo". Era la llama que encendía Bilbao con la llegada de la Vuelta.