toledo

LA atmósfera del coche que curvea desenredando el descenso de los Lagos, la lluvia y la niebla ahí fuera, el frío, no es la misma de la tarde anterior, lúgubre y siniestra. Hay vida, algo de esperanza. No es Euskaltel el equipo atómico de las primeras dos semanas, los gestos siempre sonrientes, la euforia contenida entre los dientes, la convicción, pero no se ha atornillado al lamento, ha despreciado la senda del luto, el respeto mortificante a la ausencia, el desplome, la desconexión. Recuerdan acaso la imagen paupérrima de Stephan Heulot en el Tour de 1996 en la etapa maldita que acabó con Indurain en Les Arcs y en la que el francés, líder, quiso poner pie a tierra cuando le abandonaron las fuerzas y su mente se reveló débil e insuficiente. Una afrenta a ojos de un pueblo devoto de un jersey amarillo. No, no quieren eso. Los chicos de Euskaltel hablan de honor, de orgullo.

Pero ha caído Antón, el mesías, y nadan en el desconcierto, en plena noche. Valdría la luz de una vela para redirigirles, pero lo que encuentran es algo más, un faro luminosísimo.

A Amets Txurruka, sentado junto a Mikel Nieve en la parte trasera del coche que desciende los Lagos, le ha aflorado una sonrisa plena e insondable cuando ha escuchado lo que necesitaba escuchar. Nieve ha sentido vértigo, pero está entusiasmado. Ha hablado Gorka Gerrikagoitia, el faro, y les ha dicho, como Leónidas a sus 300 antes de la batalla final de las Termópilas, que desayunen fuerte mañana porque esa noche puede que duerman en el infierno. Pero es el cielo lo que tocan con las manos estiradas de Nieve en la cima de Cotobello en una de las etapas más legendarias de la historia de Euskaltel, culminada por los ciclistas, imaginada por Gerrikagoitia. Es la ópera prima del director del equipo vasco en una carrera que comenzó el mismo día que supo que no seguiría siendo ciclista.

Fue en septiembre de 2003, a tres días del final de la Vuelta. Miguel Madariaga se le acercó y le dijo que no contaba con él como ciclista para la siguiente temporada, pero que le quería en el equipo técnico. En la París-Tours colgó la bicicleta y se subió al coche.

Siete temporadas después, Gerrikagoitia, joven, 37 años, paciente y observador, es la revelación de la Vuelta. Por la brillante planificación de la etapa reina, "que cuando les dije por la mañana a los ciclistas lo que quería me miraban como diciendo qué fácil es hablar"; pero también por la forma inteligente de guiar a Antón hasta la tragedia de Peña Cabarga, la habilidad para embridar el ímpetu del galdakoztarra -ningún ejemplo mejor que el de la subida a Xorret del Catí, donde Gerri se dejó la voz exigiéndole tranquilidad a Antón, que se subía por las paredes, tan fresco, tan sano se veía- o para moverse ágil entre los coches, asimilado el código sectario de los viejos directores eternos, el círculo elitista que le fue inaccesible cuando desembarcó en 2004. "Es un mundo exclusivo en el que cuesta entrar", dice Gerri.

"Gorka ha ido haciéndose un hueco poco a poco, con paciencia y trabajo", explica Igor González de Galdeano, que depositó en el muxikarra, una apuesta de futuro, su confianza tras decidir en 2006 no seguir contando con Julián Gorospe. "Se piensa muchas veces que un gran ciclista tiene que ser un gran director, pero yo no lo creo. Una cosa no tiene que ver con la otra. Gerri es un gran director. Y será mejor aún porque sigue aprendiendo, pero tiene ya una base importantísima, que es una visión de carrera asombrosa y una capacidad de reacción impresionante. Actúa muy rápido y no duda. Tiene una táctica clara y luego calcula todas las posibles variantes", traza el manager de Euskaltel-Euskadi, que dio hace dos años a Gerrikagoitia, "un tipo fiel, servicial y que antepone siempre el interés del equipo al suyo propio", poder absoluto en la dirección del equipo en carrera. "Puede consensuar conmigo y hablarlo, pero él decide".

De una banda a un equipo "Nada se aprende en un día. No te conviertes en algo, bueno o malo, de la noche a la mañana", sostiene el vizcaino, quien rechaza el apelativo. "No soy una revelación porque yo siento el apoyo del equipo desde el principio", y niega que sea un estudioso que ilumina las noches íntimas de la habitación del hotel con un triste flexo que alumbra un cuaderno lleno de garabatos y un libro de ruta. "Las cosas me salen más espontáneas. No me cuesta trabajo pensar en lo que se puede intentar hacer, ni en lo que puede pasar si mueves ésta o aquella otra pieza en éste o aquel lugar", apunta el director que sostiene que ha dotado, junto a Galdeano, de una identidad al equipo, un sello que describe su manera de correr.

"Hacía falta disciplina y se consiguió. Muchas veces nos acusaron de ser una banda y de correr como tal", abunda Gerrikagoitia, que cree que Euskaltel es ahora un equipo que corre con la mente despejada y las cosas claras. "Ahora tenemos un estilo". Que sigue siendo batallador, pero que no se desgasta en fugas sólo para dejarse ver, sino que se organiza en torno a un líder que puede ser Samuel, o Antón, o cualquier otro en un momento puntual. Que en su decálogo de director, "nunca dejo de aprender, de abrir los ojos y mirar cómo se mueven los directores, cómo se organizan en carrera y buscan alianzas", figura en primer lugar la premisa ineludible: "El corredor tiene que tener claro lo que tiene que hacer, que no salga a dar pedales sin una función".