SE diría que es un juego de espejos: en la historia se entremezclan una vida minuciosa y el amor a lo grande. Les hablo de La Bohème, una ópera de Giaccomo Puccini que se encuentra entre las más representadas del mundo. No en vano es una de las grandes historias de amor de todos los tiempos que, más de un siglo después desde su estreno, sigue cautivando a generaciones de espectadores en todo el mundo. Ambientada en el París del siglo XIX, cuenta la historia de cuatro jóvenes bohemios que malviven en una buhardilla del barrio latino de la ciudad. El frío y la pobreza marcan los días del pintor Marcello, el poeta Rodolfo, el músico Schaunard y el filósofo Colline quienes, junto a la dulce e ingenua costurera Mimí y a la provocadora cantante Musetta, forman el pequeño universo en el que intentan desarrollar sus talentos. El amor, los celos, las ilusiones, la esperanza, la nostalgia y los sueños se dan cita en una buhardilla.
Lejos de los palacios, los castillos o los escenarios grandilocuentes, el realismo de La Bohème requiere una atmósfera singular, necesidad que Leo Nucci (dejó de actuar como barítino y su voz retumba como director de escena...) propone en esa buhardilla con su ventanal desde donde ve las chimeneas de París, en ese Barrio Latino con sus cafés, sus vendedores ambulantes y sus enjambres de niños, o en sus artistas bohemios. De todo ello disfrutaron ayer los asistentes al broche de la 72 temporada de ópera de la ABAO que se celebró en el Palacio Euskalduna, con la presencia del lehendakari, Iñigo Urkullu, como máxima autoridad. En uno de los descansos, el presidente de la ABAO, Juan Carlos Matellanes, le impuso al lehendakari la insignia Tutto Verdi, un proyecto que ha acompañado a Urkullu en toda su singladura y que “lleva consigo un espíritu y un esfuerzo semejante al del lehendakari”. Lo hizo en el antepalco con pocos testigos. Fue la sorpresa de la tarde.
Testigos de todo cuanto les cuento fueron la pareja de Iñigo, Lucía Arieta-Araunabeña; la diputada general, Elixabete Etxanobe; el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, acompañado por Arantza Díez; el consejero de Cultura, Bingen Zupiria; la diputada foral Leixuri Arrizabalaga; el presidente de la Fundación BBVA, Rafael Pardo; la delegada del Gobierno, Marisol Garmendia, la directorra Territorial del BBVA, Marta Alonso; José María Mato, director general de CIC bioGUNE y CIC biomaGUNE; Cristina Paredes; el presidente de Kutxabank, Antón Arriola; Laura Abásolo, directora financiera del grupo Telefónica; Eneko Andueza, Miren Marque, María Luisa Molina, Silvia Churruca, Laura Poderoso, Marian Mata y Begoña de Ibarra entre los asistentes a un Auditorium se colgó el cartel de “No hay entradas”.
Fue toda una avalancha de gente melómana. A la cita se sumaron por ejemplo, Félix Sanz, Rocío Rey, Txema Villate, Abel López de Aguileta, Txema Bilbao, Guillermo Ibáñez, Andoni Aldekoa, Jone Goirizelaia, Eguzkiñe Gallastegi, integrante de la junta directiva del Colegio de Enfermería de Bizkaia; el médico Mikel Álvarez Yeregi, que tanto peso tuvo en Mondragon, Mariano Remiro, Ana Ulloa, Roberto Ibarretxe, Begoña Murgialday, Iñaki Hernando, Amaia Aseginolaza, del Grupo Iruña; Gorka Lujua, Marta Basterretxea, Izaskun Madariaga, Juan Carlos Martínez, Gonzalo Azkarate, María Jesús Izquierdo, Begoña Urkiaga, María José Arrate, José Luis González, José María Bilbao, y un largo etcétera de gente que vivió con emoción una ópera que lleva casi un siglo en las calles. Pedro Halffter toda una garantía infalible marcó el compás de la música y voces como las de Manel Esteve, Miren Urbieta-Vega, Marina Monzó o Celso Albelo cautivaron a un patio de butacas que vivió la tarde noche como la hermosa aventura del amor con la caligrafía de la ópera. El público salió encantado.