EN la privilegiada terraza que ejerce de pórtico a las puertas del bar Petit Stop está clavada una bandera del Athletic. Otra ondea sobre los techos. La gente se arremolina en el exterior porque dentro no cabe un alma. Es media tarde y se entremezcla la extensa familia de Resti Castro y Mertxe Eskurza con la parroquia habitual que acudió para lanzar un adiós cargado de nostalgias. Una voz que se va se despide entrecortada, “ya nos veremos” y otra voz que se queda contesta sobrecogida “¿dónde?”. Se conoce que el bar Petit Stop, un templo de Begoña próximo a la basílica, era sus punto de encuentro. La breve conversación está cargada de nostalgias.

Vuelan el vino, la cerveza y un puñado de tortillas recién hechas, culminadas con sus divisas, entre los presentes. Y vuelan los recuerdos. Javier Fernández asegura que Resti no sabe ni cómo se llama pero que ha ido, por costumbre y por calidad, los últimos siete años de su vida, cuando se hizo vecino de la zona. Luisa González va más allá todavía. “Le va a echar de menos incluso la Amatxu de Begoña”, vecina del barrio, habida cuenta que el local está enclavado a la altura del número 103 de Avenida Zumalakarregi, puerta con puerta con el Parque Etxebarria, con quien tantas horas compartió durante un sinfín de Aste Nagusias por las barracas y las atracciones. Llevaba ya un tiempo sin abrir por aquellas fechas. Demasiado trabajo y ajetreo. El peso de la edad.

Lototurf y quinigol. Dicho así ,parecen los sobrenombres de dos vecinos del barrio que paraban allí, queseyó, a las siete menos tres txikitos. Eran un tipo de apuestas que se podían sellar allí, como el validado de quinielas, la lotería nacional, la primitiva o el euromillón. En tiempos pasados gastó el aire canalla de los bares de periodistas (la vieja redacción de DEIA da fe de lo que digo, encabezada por el añorado José Luis Iturrieta y formado por Félix Macua, Juan Carlos Urrutxurtu, Roberto Zarrabeitia, Ángel Ruiz de Azua, Blas Bermúdez o los todavía supervivientes Alberto G. Alonso, Concha Lago y Olga Sáez entre otros...) y vivió el ascenso de la plantilla del Athletic hasta los pies de Begoña (había cogido el bar, “de barrio, por supuesto”, en 1983...) para ofrecerle los últimos títulos. Sueña con que se repita en menos de un mes. También le gustaría que nadie cambie el nombre al bar, el Petit Stop de aire afrancesado. Era el que ya estaba puesto por sus antecesores, quienes levantaron la primera persiana en 1969.

Volvamos al presente. Al picoteo de celebración, que sirvieron Resti y Mertxe junto a Janire y Lorea Castro y Joseba Andujar, no faltaron Julio Aranguren, Aquilino Muñoz, María Jesús Martínez, José Luis González, Angeli Eskurza, José Larrazabal, Nora Eskurza, Asier Santamarta, la pequeña Ane Tellaetxe, Baudi Santamarta, José Guinea, Pruden Castro, Saioa Sesar, Jonatan Martínez, Sara Tellaetxe, Ainhoa Castro, Begoña Eskurza, Javier Ibarretxe, Jon Ander Pérez, Begoña Castro, Judit González y el pequeño Luca González, entre otros.

Las gambas con gabardina y el buen café; vinos de numerosas denominaciones y sabroso paladar, rabas y ginebras premiun; pintxos generosos y una tortilla de patatas asombrosa. Quienes han pasado allí porciones de su vida de ocio, con vistas a Etxebarria’s Park con gente cercana miran con asombro los carteles de Se vende. Con asombro y con cierto recelo, porque los bares de barrio rara vez encuentran quien les quiera. El testigo del buen hacer y la categoría de Resti no es fácil de coger al vuelo. La cercanía en el trato es lo que les da la vida entre su parroquia. La gente aguarda con expectación y se pregunta dónde irá ese mundo que se esfuma, dónde las muchas fotografías, bufandas y cuadros con insignia que cuelgan de las paredes del local. Se van, claro que se van. Pero no se olvidarán jamás.