ERAN cuatro intérpretes pero cinco personajes, no porque alguien del elenco doblase su papel como en ocasiones ocurre, no, sino porque Cindy, la novia irlandesa de Elena, era una novia invisible, fruto de su fantasía, que poco a poco va cobrando un protagonismo crucial en la historia, en la obra de teatro Nunca he estado en Dublín, escrita por Markos Goikolea y dirigida por Mireia Gabilondo, que ayer se estrenó en el Teatro Arriaga en castellano. Un día antes lo había hecho en euskera y en las dos versiones ha tenido una calurosa acogida.

Deshago el entuerto y les cuento. La historia nace de una mirada atrás. Hace tres años que Elena salió del armario en la cena de Navidad, pero la reacción de sus padres fue tan negativa que decidió huir a Londres y cortar la relación. Después de todo este tiempo, Elena vuelve por Navidad a casa de sus arrepentidos padres junto a su novia irlandesa, Cindy. Lo que la familia no espera es que Cindy sea un personaje invisible, una fantasía de Elena que tomará asiento en la mesa familiar como una invitada más. ¿Serán capaces de convivir con ella? Esa es la pregunta que flota en el ambiente. Tras varios conflictos, motivados por recuperar la relación con su hija, los padres tratarán de aceptar esta extraña presencia, aunque no saben si creer o no. A lo largo de la noche, se desvelan los sueños y fantasías que habitan en cada uno de los personajes. Una diversidad de creencias que los lleva a una disputa constante sin reparar en que todos están buscando lo mismo: una ilusión que les ayude a vivir. Cindy, sin ser vista y con la fragilidad propia de esa materia prima con la que están fabricados los sueños, es el personaje más duro de la obra. Es una fantasía de carne y hueso.

Sobre la escena aparecen, además de Mireia, Iñigo Aranburu, Iñigo Azpitarte y Aitziber Garmendia. moviéndose en la escenografía de Fernando Bernues, ataviados con el vestuario imaginado y creado por Ana Turrillas e iluminados por la habilidad con las luces de David Bernues. Logran recrear una atmósfera singular. Bien mirada, la obra plantea un pulso entre la resignación más cínica y el optimismo más ingenuo, una prueba de hasta dónde estamos dispuestos a creer. Todo un acto de fe.

Un goteo lento pero incesante de gente fue acercándose hasta el teatro. Al mismo acudieron, entre otros, el cinéfilo empedernido Félix Linares, el dramaturgo David Barbero, Pedro Barea, Javier Andrade, quien comentaba con Elena Santamaría la curiosidad por adelantado que le despertaba la obra, Iñaki Agirre, Mari Carmen Salazar, Rocío Pintado, Yolanda Aranguren, Xabier Uriarte, Nagore Artetxe, Begoña Martín, Alazne Muguruza, Matxalen Lujanbio, María Luisa Bastida y un buen número de concurrencia, mayoritariamente femenina.

Las más madrugadoras, si es que se puede usar ese adjetivo a las siete de la tarde, fueron Amaia Bóveda e Itziar Cabanes. Abrieron paso a una corte de espectadoras. Entre ellas se encontraban Begoña Mendoza, Maite Maruri, Yolanda Sánchez; las hermanas María Ángeles, Elena y Montserrat Becerra, Aintzane Urigüen, Gloria Tudanca, Irune Urigüen, Blanca Martín, Teresa Ayo, Carmen Posada, Maite Rey, Alicia Cuadrado, María José Bilbao, Ander Ballesteros, Mónica García, Mari Tere Alonso, Andrea Barrutia, Mari Carmen Rodríguez, Josune Bengoetxea, Aitor Garate, Carmen Martínez, Garazi Olabarria, Belén Escudero, Gontzal Urrutia y así en un poco que fue llegando al teatro. A las siete y media ya había una entrada distinguida.

¿Cómo definir la obra? Uno diría que se trata de una comedia ácida que florece en Tentazioa Producciones pero cada cual tiene ante sí el desafío de hacerlo. ¿Creerían ustedes en un personaje así, una Cindy que tanto puede alborotarles su realidad? ¡Quién sabe!