EN el universo de las Bellas Artes se producen prodigios así: una magia que hermana inocencia y valentía se despliegan sobre el escenario. Ayer pudo comprobarse de nuevo en Palacio Euskalduna, donde el Ballet Clásico de Ucrania, dirigido por la coreógrafa Natalia Kazatska, recreó con singular maestría una de las obras claves del ballet universal: El cascanueces, pieza de Tchaikovsky, creada con la coreografía original de Lev Ivanov y bajo los dictados del libreto de Marius Petipa. La historia está inspirada en una obra de Alejandro Dumas padre que a su vez bebió de las fuentes del célebre cuento de Hoffmann, El cascanueces y el rey de los ratones. Tal y como lo anuncia el propio Palacio Euskalduna, la obra “siguiendo la tradición y el espíritu del ballet clásico, esta suntuosa producción del Ballet Clásico de Ucrania captura toda la belleza y el drama del auténtico ballet romántico, un clásico de todos los tiempos que llama a todas las generaciones”. No hay un pero que ponerle a la presentación, máxime si se considera que la concurrencia de ayer llegaba en familia y a destajo. 

Entremos en harina. Media hora antes de que comenzase el espectáculo la gente ya se arremolinaba a las puertas del Euskalduna. Se trata, resumiéndolo todo, de una fábula navideña casi legendaria. Hablan y no callan de cada una de las presentaciones de esta pieza. Aseguran que la motivación principal del Ballet Clásico de Ucrania es cuidar las tradiciones y esencia del ballet clásico más puro, haciendo de ellas un festejo para los sentidos con el encanto de sus vestuarios y la vistosidad de sus decoraciones; generando un equilibrio fascinante con la perfección de sus líneas y la sobriedad de sus coreografías. ¡Cómo no iba a acudir los amantes de la danza! 

A la cita con semejante fantasía no faltaron Javier Agirregomezkorta y Ane Bastida; la familia formada por Patxi Landa, Sofía Landa, Patxi López, padre, y Sofía Brotons; Tania Iglesias, Javier Uriarte, Ana Iguarán, Dori López, Arturo Trueba, junto a su hija, Eloisa Trueba, María Luengo, Begoña Aranguren; Iñaki e Idoia Olabarria, Ane Bergara, Miren Artetxe, Cristina Etxebarria, José Luis Martínez, Unai Uria; otro clan formado Luis Otamendi, Mar Elorre, María Clausen, Josu y Sofía Elorre, Iñigo Otamendi, Mar Zorrilla y Sofía Otamendi y una legión de nombres propios que llegaban con tiempo suficiente para imbuirse de la atmósfera de un espectáculo propio de estos días. 

El Ballet Clásico de Ucrania es una compañía emergente con sede en la ciudad de Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania y un verdadero referente de este género. Es la encargada de llevar a escena obras maestras como El Lago de los Cisnes, el propio El Cascanueces, Giselle o La Bella Durmiente, entre otras. Como les decía antes, la inocencia, la belleza interior y la valentía son los ejes de la obra. 

Pueden dar fe de lo que les cuanto testigos que ayer se regodearon con el espectáculo. Entre ellos se encontraban Mikel Landa, Idoia Landa, Olivier Ferry, María Jesús Iturriaga, Arrate Alonso, Isabel Muñoz; la familia formada por Maite Gil, Ángel Gil, Amaia Gil e Iraide Erroteta; María Jesús García; tres generaciones encadenadas representadas por Anne Pernía, la hija; Nerea Iglesias, la madre; e Inma Ares, la abuela; Joseba Soria, junto a la pequeña Ane Soria, Alazne Marin, Arantza Irazu, Andrea Gorostiza, Miren Zubero, Aitor Pascual y una corte de hombres y mujeres que, como mandan los cánones de estas fechas, aprovecharon el paso de la paloma del Ballet Clásico de Ucrania para no perderse la oportunidad de vivirles en primera mano. La obra, hay que decirlo ya, entretiene y deleita a quien todavía sigue creyendo en la magia. Y estos, como les digo, son los días propicios para que la magia conquiste corazones que el resto del año laten en otros asuntos.