L último disco de Ruper Ordorika, titulado Amour eta toujour,sabe a fruto maduro, como si hubiese brotado bajo el influjo del sol de Cuba, la tierra de la que el músico extrajo la inspiración y los ritmos, entremezclándolos con su espíritu vasco. Más reflexión relajada y menos caderas descoyuntadas, para entendernos. No por nada, la cicatriz de la música afrocubana, que va de Uruguay a Nueva Orleans, está basada en unos patrones rítmicos que te obligan a moverte; las letras de Ruper te obligan a escuchar.

El último disco de Ruper Ordorika no es uno cualquiera. Ayer se presentó en el Teatro Arriaga, envuelto en el trajín de las restricciones y las previsiones contra el covid, pero con el mismo espíritu profundo que barniza la obra del músico de Oñati. Al presentarlo, el propio teatro presentaba la obra de la siguiente manera: "Es un álbum singular que amplía su lista de más de 20 discos y que a buen seguro ocupará un lugar exclusivo en la trayectoria de este referente indiscutible de la música vasca. En sus canciones, Ordorika siempre ha logrado a partes iguales belleza y profundidad anímica, algo solo posible gracias a una búsqueda incesante de sonidos y textos, e insistiendo en la calidad de sus músicos y de los procesos de producción".

¿Puede decirse que es un canto a la extraña belleza de Cuba? Uno diría que sí. Una voz que, desde el máximo respeto a esa cultura caribe (fue todo un detalle que en el día de su puesta de largo en la villa Bilbao le reservase una climatología cubana...), va ajustándose a lo vivido por Ruper en sus incesantes viajes a la isla con su mirada de vasco. No es algo tan llamativo si se juzga que en su dilatada carrera, Ruper ha enlazado con la tradición popular -creó el trío Hiru Truku con el que grabó tres discos basados en la investigación de la canción popular vasca- y también ha grabado y actuado con músicos de la vanguardia internacional como Ben Monder, Jamie Saft o Kenny Wollesen, entre otros. El resultado son canciones de personalidad atemporal y duradera, envueltas en una atmósfera tan clásica como contemporánea.

Sobre la escena Ruper actuó ayer acompañado por la guitarra, el violín y la mandolina de Arkaitz Miner, el bajo de Lutxo Neira, la batería de Hasier Oleaga, las percusiones de Eduardo Lazaga y otras percusiones y teclados de Nando de la Casa, músicos que respetan y representan la calidez de la percusión y rítmica cubanas, el tres, una trompeta y esa atmósfera única.

Fue todo un concierto con mayúsculas, pese a las minúsculas de las condiciones. De él disfrutaron, entre otros, Virginia Lara e Imanol Lara, integrantes de la productora teatral Eidabe; Imanol Agirre, de Loraldia; la periodista Aintzane Bolinaga y las escritoras Goizalde Landabaso y Karmele Jaio; la actriz Gurutze Beitia, Jon Ander Zelaieta, Jone Goirizelaia, familia directa de Ruper; el ciclista Marino Lejarreta, Pello Bilbao, Imanol Esteban, Joseba Gorostidi, Alazne Urkiaga, Eguzkiñe Orueta, Arrate Eguren, expectante por conocer la última obra de un cantante al que admira desde su primera juventud (la de Arrate, quiero decir...); Zezilia Uriarte, Joserra Bengoetxea, Alex Aldekoa-Otalora, Izaskun Iriarte, Elixabete Elordi, Ernesto Etxebarria, Andoni Gabiola, Jon Urizar, José Arzuaga, Argi Urizar e Inma Eguren entre otra gente que aguardaba con curiosidad los primeros compases de un disco respetuoso con sus fuentes e irreverente con las costumbres de quienes acostumbra a oír a Ruper Ordorika. Con el pasaporte covid en la mano y la urgencia por entrar Mikel Escauriaza, Nekane Orbegozo, Ander Alonso y Aitziber Zarate pedían más días así, cargados de emoción y buenas melodías. Javier Font y Aurelio Erdozain se lamentaban de no tener entradas y a lo lejos dio la impresión de que cruzaba Natxo de Felipe aunque con esto de la mascarilla, cualquiera sabe.

Ruper Ordorika, un referente indiscutible de la música vasca, presentó en concierto su nuevo disco 'Amour eta toujour'

El Teatro Arriaga colgó el cartel de 'No hay entradas' pese a las restricciones, con la presencia del músico de Oñati en el escenario