A construcción de un caserío obligaba a talar, de media, unos 350 árboles y para la sociedad vasca la madera era también, en aquella época, un bien necesario para la elaboración de aperos de labranza, para las chondorras en el carboneo o como combustible vegetal en los hogares, pero, sobre todo, en las ferrerías que empezaron a funcionar en Euskadi hacia el siglo XIII y llegaron a alcanzar gran importancia entre el XVII y el XIX. La obtención de un kilo de hierro requería cinco de madera de haya, roble o encina, por lo que no es de extrañar que, tal y como se señala en el libro Análisis y diagnóstico de los sistemas forestales de la Comunidad Autónoma del País Vasco, editado en 1992 por el Servicio Central de Publicaciones del Gobierno vasco, “en la Edad Moderna, uno de los aprovechamientos industriales que más influyó en la fisonomía de los bosques vascos de la vertiente atlántica y zona de influencia en la mediterránea fue el de la corta de leña para la fabricación de carbón vegetal para ferrerías”.

A estos usos, ya de por si importantes, hay que sumar la ingente demanda de madera por parte del sector naval, mayoritariamente durante el siglo XVI para atender las necesidades de la Armada Invencible. Y es que la construcción, en poco más de dos años, de 130 buques supuso la tala de cientos de miles de árboles de gran tamaño, muchos de ellos procedentes de robledales de Euskadi para abastecer a astilleros como el de Pasaia.

En este contexto surgen los mintegis o viveros, grandes superficies forestales en el monte acotadas por una pared de piedra seca cuya funcionalidad es plantar árboles autóctonos, sobre todo robles y hayas, para una vez crecidos, trasplantarlos al bosque. Según Javi Castro, miembro del departamento de etnografía de la Sociedad de Ciencias de Aranzadi, estos espacios “se gestionaban desde cada municipio a través de sus propias ordenanzas desde el siglo XVI, quizá incluso antes”, pero se empezaron a abandonar durante el XIX coincidiendo con el estallido de sector industrial que impulsó a la población a bajar del monte para entrar a trabajar y ganar un sueldo en las fábricas, muchas de ellas vinculadas a Altos Hornos de Bizkaia.

Tres siglos en uso

Una de esas construcciones fue levantada en el Parque Natural de Gorbeia, a mitad de camino “entre la preciosa ermita montañera de Garrastatxu y Aranekoarria, el lugar donde los lobos devoraron a una niña de Orozko”, indica el investigador y también miembro del departamento de etnografía de Aranzadi, Iñaki García Uribe. Está emplazado a 720 metros de altitud, concretamente, “en la zona de Arlamendi (Arri-ola-mendi) que, antaño, fue muy importante en la actividad de manufactura de piedra ya que hubo una cantera molera. Existe un dolmen y un crómlech en sus cercanías y un cerrado de gran interés 200 metros más arriba”, destaca. En realidad, está situado dentro del término municipal de Zuia, aunque su propiedad es de la Junta Administrativa de Baranbio “y a escasos centímetros de su muro más largo está la raya con Orozko, así que allí mismo se chocan Araba y Bizkaia”. No hay datos sobre su fecha de construcción, pero todo apunta que fue durante el siglo XVIII y su explotación duró hasta 1901 “cuando se subasta por última vez el aprovechamiento del vivero de árboles y se abandona el lugar”.

Allí quedaron -protegidos por un muro perimetral de 270 metros lineales, 1,90 metros de altitud y ochenta centímetros de espesor en su parte más ancha- 150 árboles entre hayas y robles. La parcela cerrada alcanza una superficie de unos 5.300 metros cuadrados, “más que un campo de fútbol, y podemos decir que Arlamendiko Mintegia es el vivero más espectacular, grande y mejor conservado de todos los existentes en Euskadi”, afirma García Uribe. Se trata, por tanto, de un importante elemento patrimonial digno de dar a conocer y de poner en valor. Así lo ha creído la Asociación Etnográfica Aztarna, de Amurrio, que ha iniciado un proyecto para la recuperación y reconstrucción de las partes del muro perimetral del vivero que se encuentran caídas.

Restauración por auzolan

La Junta Administrativa de Baranbio ha atendido positivamente la solicitud de recuperación del mintegi cursada por la asociación Aztarna, unas labores que se están llevando a cabo con la colaboración de la asociación de etnografía Abadelaueta, de Zigoitia. Son unos trabajos que están siguiendo el método auzolan, pero que debe contar con la coordinación y el asesoramiento de un técnico. “Aztarna, por mediación de Abadelaueta, contactó con el cantero de Murua Txema Aguinako y en función de su disponibilidad sube a trabajar el grupo de personas que se ha implicado en esta intervención”, indica Iñaki García Uribe, también miembro activo de la asociación amurrioarra. Integran esa cuadrilla de voluntarios personas de diversas procedencias como Luis López (Baranbio), Gregori Berrio (Laudio), Unai Urrutia (Amurrio), Txema Aguinako Lauzirika (Bilbao), Esteban Etxebarria Lekue (Zigoitia), Manolo Sáez del Castillo (Gasteiz), Xabier Galarraga (Pasaia), Pablo Santa María López de Ipiña (Ondategi) o Javi Castro (Donostia).

Siguiendo las pautas y criterios de Aguinako, proceden a levantar el cerco de piedra en sus partes más dañadas, tal y como se hizo en su origen. “Se va a tener que actuar en un 30% del antiguo muro. Parece que no es mucho, pero en las zonas donde se ha caído por completo hay que reconstruir y consolidar íntegramente sus casi dos metros de altitud. Y también su espesor, ya que el primer metro de dicha elevación de piedra seca sin argamasa tiene una anchura de ochenta centímetros y el segundo tramo, de noventa centímetros de altura, dispone de un grosor de sesenta centímetros”.

La intención de la asociación etnográfica Aztarna, una vez acabada la restauración, es comenzar a diseñar una ruta balizada y señalizada que indique el acceso hasta Arlamendiko Mintegia. Y también prevé construir una fuente en un regato cercano al vivero. Todo ello para favorecer las visitas a este entorno poco o nada frecuentado, “puesto que no conduce a ninguna cumbre ni a ningún collado”, justifica García Uribe.

Quien decida adentrarse en esta zona del Parque Natural de Gorbeia, además de conocer parte de la historia y funcionalidad del vivero, se encontrará con un paraje que rezuma magia, paz y tranquilidad. Tras la tala realizada hace tres décadas por la Diputación Foral de Araba de unos 66 árboles “ya que estaban demasiado juntos y no les llegaba suficiente luz”, el recinto cuenta en la actualidad con 84 ejemplares, la mayor parte robles, pero también hayas. En todos los casos, su gran tamaño impresiona. “Han crecido rectos y todos pasan de los veinte metros de altura. Algunos, incluso, llegan a los treinta. Para poner una referencia, son más altos que la Cruz de Gorbeia. Es un espectáculo entrar dentro del mintegi, pasear bajo ellos y escuchar el sonido de la naturaleza”, asegura el montañero y miembro de las asociaciones Aztarna y Aranzadi.