E-83, expósito 83 era el número de identificación de Agustín Molleda en el hospicio leonés de San Cayetano donde creció y el título de uno de los libros que le ha dedicado. Se lo arrebataron a su madre por haber cometido el imperdonable pecado para el franquismo de dar a luz sin estar casada y ahora alza la voz para compartir su drama y el de miles de niños. Lo hace en actividades como el coloquio en el que intervino en Balmaseda dentro de la exposición de la asociación Encontrarte, que hoy finaliza con un recital poético a las 19.00 horas en el Klaret An-tzokia. En el palacio Horkasitas le acompañó Cristina Gutiérrez Meurs, que escribió su tesis doctoral sobre la tragedia de los bebés robados.

“Esperemos que este proyecto artístico sirva de escaparate para que esta cuestión se estudie desde la verdad”, pidió la presidenta de la agrupación, Ana Belén González, conmovida al igual que el público asistente por los relatos de los ponentes.

A las pocas horas de venir al mundo en un pueblo de León, “mi abuelo ordenó a unos tíos que me entregaran en el hospicio de San Cayetano”, cuyos huéspedes fueron sometidos a todo tipo de vejaciones: “Nos amamantaban con leche de burra, se morían tantos niños que contrataron a mujeres solteras que habían sido madres hacía poco para alimentarnos”. Cuando les trasladaron a otro edificio regentado por una congregación religiosa “nos consideraban delincuentes, nos pegaban, abusaban de nosotros”. A las niñas “las instruían para comportarse como sirvientas”.

A Agustín le negaron los estudios superiores para poder cursar la carrera de Periodismo que ansiaba y le formaron para ejercer de electricista, pero se ha resarcido con las novelas que toman fragmentos reales de sus traumáticas vivencias. Tardó “treinta años en escribir la historia” y sus investigaciones le han puesto en contacto con otras víctimas de la trata de bebés.

Entre ellos, “una persona que consiguió que el cura le enseñara documentación relativa a su nacimiento haciéndose pasar por un millonario americano, incluso alquiló un coche de alta gama” para meterse en el papel. O el niño del mismo orfanato y la misma edad que fue robado por la hija del presidente de Perú gracias a la mediación de Franco. “Le llamaban el españolito por su apariencia física. Un día aprovechó que sus padres se habían ausentado de casa para remover los cajones y encontró un pasaporte en el que figuraba León como lugar de nacimiento. Se calló hasta que falleció su padre”, contó Agustín, que cruzó el charco para conocerle. Una mujer argentina discutió con su padre en vísperas de su boda por desacuerdos con el novio y este le espetó “ojalá no te hubiese comprado”, así descubrió la gran mentira.

Eliminar el rastro

Aproximadamente “el 40% de los niños” logró dar con sus orígenes, pese a que “la documentación se quemaba con el objetivo de eliminar el rastro”. Solo podían confiar en el milagro de que no hubieran desaparecido también los registros parroquiales y les permitiera tirar de ese hilo.

Algunos rehicieron su vida, otros no pudieron recomponer lo que se había roto en la suya. “A un chaval muy inteligente le emborrachó un cura hasta tal punto que arrastra las secuelas, podía haberse convertido en una eminencia...”, lamentó Agustín Molleda.

Los robos de bebés han atravesado varias fases, que describió Cristina Gutiérrez Meurs. En la Guerra Civil y posguerra “se recluía a las mujeres en cárceles. Después se generalizaron “los partos en hospitales con anestesia general”, lo que otorgaba libertad de movimientos a los sanitarios cómplices “mientras a las madres se les aseguraba al despertar que sus hijos habían muerto. Podía tocarle a cualquier mujer”.

Ella se interesó por el tema cuando “estaba en el portal de mi casa y una señora se acercó a preguntarme si allí había habido antes una clínica y me confesó que era una víctima”. Lo percibió como “un caso aislado”, pero al empezar a hacerse preguntas “me parecía increíble” lo que iba aflorando.