Los osos Bruno y BrunoEkisalen inmediatamente de su guarida cuando Gorka Jauregi les llama por sus nombres. “A estas alturas casi siempre hay colegios, así que posiblemente sí habrán notado la diferencia durante el confinamiento”, plantea. Y es que desde el sábado no solo le ven a él y a los otros cuidadores que, durante los casi tres meses de cierre, han velado por los cerca de 500 animales de 55 especies que han hallado una segunda casa en Karrantza. El movimiento se retoma a medio gas manteniendo todos los protocolos por la pandemia.

Preocupados por positivos que se han reportado en zoológicos como el neoyorkino del Bronx, donde se detectó coronavirus en cinco tigres y tres leones, para protegerlos frente a posibles contagios, “aumentaremos la distancia de seguridad en zonas como la de los felinos”, según detalla Markel Antón, coordinador de la Fundación Ortzadar en Karpin Fauna.

Poco después de decretarse la cuarentena a mediados de marzo, la plantilla se reunió para establecer turnos formados por cinco personas una semana y cuatro la siguiente, “de manera que si resultábamos contagiados y había que guardar aislamiento siempre pudiera seguir viniendo alguien”. Afortunadamente, el covid-19 no ha afectado ni a trabajadores ni a animales. Ya con su horario de la anterior normalidad ante la mejoría de las últimas semanas que ha permitido recobrar la actividad, conservan la mascarilla que se ha convertido en un elemento tan imprescindible como la limpieza continuada de manos, evitan el contacto directo en la medida de lo posible, “limitándolo a la limpieza de las instalaciones y alimentación” y extreman la vigilancia al hacerles llegar la comida. En esta época del año tampoco descuidan el mantenimiento del césped y la vegetación, ya que “en primavera-verano el trabajo de jardinería aumenta, lo pasamos todo y en una semana o dos hay que volver a empezar”.

Durante el cierre colectivo “nos distribuimos el tiempo de trabajo de forma diferente” adaptándose a la rutina de los animales. “Algunos comen tres veces al día, otros dos y otros solo una”, desgrana Markel. Desde noviembre “pasamos a diario por el supermercado Eroski de Zalla, que nos da excedente de alimentos, no los suficientes como para saciar a todos los huéspedes del parque, así que semanalmente encargamos fruta y verdura y, una vez al trimestre, una remesa extra de carne”. Difícil calcular la cantidad total, “serán cientos de kilos”, más en verano que en invierno. Por ejemplo, los osos “comen cuatro veces más”.

Bienvenida a un cisne

Las tortugas y los gamos representan un porcentaje muy numeroso de la población silvestre del Karpin, distribuida en cuatro áreas en la inmensa finca de veinte hectáreas que perteneció a la familia Chavarri. Al subir por los caminos que parten del portón de entrada que se conserva de aquella época “encontramos pumas, panteras y linces”, en la parte más alta del recinto habitan “primates y mapaches” y también conviven “rapaces que han venido después de ser curadas, pero no pueden volver a la libertad” por las secuelas de sus lesiones. Además, desde que se instauró el estado de alarma han recogido un cisne negro.

Proceden sobre todo de abandonos de gente que las compra como mascotas y se ve desbordada a medida que crecen -las tortugas acuáticas que se arremolinan en las charcas del centro de acogida-, operaciones contra el tráfico ilegal, cierre de granjas de cría o nacimientos en cautividad. Antes de ingresar en el Karpin se recuperan de sus lesiones si están heridos. “Aquí pocas veces enferman, sí puede ocurrir que les hayan quedado secuelas y no puedan valerse por sí mismos” y en cualquier caso, “llamamos a un veterinario si se presenta algún problema”. No crían, sino que son esterilizados y al fallecer dejan su sitio a otros animales en situación de vulnerabilidad. En las actuales instalaciones “dispondríamos de espacio para que entraran algunos animal más, pero posiblemente salvo con los macacos, no estamos preparados para acogerles”.