Bilbao - Los vecinos del número 10 de la calle Dos de Mayo en Bilbao La Vieja están contentos de poder disfrutar de un ascensor en su edificio. Las condiciones en las que se encontraba el inmueble, no solo por la antigüedad sino porque también había sufrido un incendio, dificultaron más aún la incorporación del elevador a las viviendas, pero ahora ya es parte de su día a día.

Noemi reconoce que está muy bien. “Tanto las escaleras como la entrada estaban muy castigados porque el fuego arrasó parte del inmueble y no estaban seguros de que la instalación del elevador fuera viable”. Pero aunque fue costoso y las obras han durado más de lo habitual, el portal y el ascensor han renovado el edificio y además de accesible también ha servido para modernizarlo.

Noemi lamenta que su vecina del tercero no haya llegado a disfrutarlo. “Murió la pobre antes de poder usarlo”. Según relata había semanas que incluso no salía de casa porque era mayor y no podía hacerlo sin ascensor.

Su caso no es diferente al de otras personas de Bilbao La Vieja, pero por suerte para muchas el ascensor es ya un acceso a la libertad. “Gracias a ello puedo salir de casa sin que me dé pereza”, explica otra vecina de la calle General Castillo.

Soraia de Andrés Orozko también da testimonio de las ventajas de contar con ascensor. Recuerda que era la administradora del edificio número 15 de la calle Bailén y fueron de los primeros en solicitar las subvenciones y decidirse a su instalación. “Había una niña, que sigue viviendo en esta comunidad, que por una serie de problemas se vio desde pequeñita afectada en su movilidad. Su madre tenía que subirle en brazos y según iba creciendo era cada día un problema mayor porque además vivía en un quinto piso”. Así que, según cuenta, este fue el principal detonante para dar los pasos y poner un ascensor. Soraia rememora que incluso cuando los obreros hacían la obra del elevador a veces ayudaban a la familia y les subían a la niña en brazos. Ya tiene 22 años y gracias a aquella obra han podido continuar en su vivienda. “De lo contrario se hubieran tenido que ir a vivir a un bajo”. No es la única residente que se ha aprovechado de las ventajas de esta accesibilidad.

“La gente de los edificio de alrededor venían a ver lo que estábamos haciendo”, relata Soraia. Han pasado 15 años y se alegra enormemente de aquella decisión que mejoró su accesibilidad. - O. Sáez