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Arantza: la última redera de Santurce

Esta mujer de 78 años recuerda con cariño un oficio artesanal que ella aprendió siendo niña

Arantza: la última redera de SanturceMarkel Fernández

El puerto de Santurce fue durante gran parte del siglo XX un hervidero de actividad ligada al mar. En aquel entorno de barcos de pesca, conserveras y mercados de pescado, un grupo de mujeres desempeñaba un oficio imprescindible y, al mismo tiempo, invisibilizado: el de las rederas. Ellas eran las encargadas de tejer, reparar y mantener las redes de los arrantzales, garantizando que las embarcaciones pudieran salir a faenar con garantías de éxito. 

“Sin nosotras los barcos no salían”. Nos lo cuenta Arantza Magunazelaia, la última redera que queda de entonces y que nos regala una historia de recuerdos, de vivencias y de cariño hacia un oficio que ella aprendió cuando apenas tenía 14 años. Así empezó de la mano maestra de Piedad Miranda que le enseñó cuando era una niña (por eso todo el mundo la llamaba “Nena”) los secretos de una meticulosa labor que tuvo que dejar, con pena, cuando tuvo a su tercera hija.

“No te creas que no me dio pena dejarlo, pero ya con tres hijos era complicado y eso que hasta entonces incluso seguía trabajando con los dos mayores”, nos cuenta Arantza en el mismo puerto de Santurce y con el mural que rinde un homenaje a las rederas. 

Las rederas trabajaban normalmente al aire libre, en los muelles o en espacios improvisados cercanos a los barcos. Sentadas en el suelo, apenas sobre un cojín, sostenían entre las manos las redes hechas de algodón y desgarradas por la faena, los temporales o el roce constante con las rocas del fondo marino.

Era una labor minuciosa, paciente y repetitiva, que exigía tanto destreza como fuerza en las manos. Cada nudo debía quedar firme, sin holguras, porque de ello dependía que la captura no se escapara y que la red resistiera la tensión de toneladas de pescado. “Era un trabajo duro, pero nos lo pasábamos muy bien ya que estábamos todas juntas, tomábamos café y teníamos la radio puesta escuchando la novela. El único día que no cosíamos era en la festividad de la Magdalena. Ese día nos íbamos por ahí a comer y si venía algún barco con la red rota tenía que esperar al día siguiente”, explica divertida. 

El tiempo y los cambios han querido que ahora ya no quede ni una imagen de aquella estampa que recuerda Arantza. “Las redes ahora son de nylon y se secan enseguida y en nuestro caso muchas veces estaban mojadas”, nos dice antes de despedirse, no sin antes lanzar una reivindicación. “Ya no quedan rederas, pero sí muchos chicos que vienen del extranjero a buscarse la vida y que sin ellos los barcos estarían amarrados. Igual que nos pasaba a nosotras, un trabajo invisible pero muy importante”.