Bajo la sombra del Árbol de Gernika, símbolo de las libertades vascas, un grupo de jóvenes de la diáspora norteamericana se ha reunido esta mañana para estrechar lazos con la tierra de sus antepasados. La presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, Ana Otadui Biteri, ha sido la encargada de darles la bienvenida en la histórica Casa de Juntas, uno de los escenarios más simbólicos del programa Ateak Ireki. Esta iniciativa, impulsada por BATZEN en colaboración con NABO (North American Basque Organizations) y la agencia Goieki, trae este verano a Euskadi a más de medio centenar de jóvenes de entre 16 y 25 años, que conviven con familias del Goierri para mantener vivas sus raíces y reforzar la conexión con su herencia familiar.
“Es un auténtico placer poder recibir a la gente de nuestra diáspora. Yo creo que Gernika y el Árbol de Gernika es el lugar más apropiado para poder transmitir nuestras raíces e identidad”, destacaba Otadui, presidenta de la Cámara vizcaina, tras la recepción oficial celebrada este martes.
Los participantes, de entre 16 y 25 años y llegados de lugares como Utah, Idaho, California o Canadá, se alojan durante tres semanas con familias de distintas localidades principalmente de Goierri pero también de pueblos como Elgoibar, Elgeta, Anoeta o Tolosa. Además de visitas a Beasain o Segura, estos días se están sumergiendo en actividades como aprender pasos de euskal dantzak, organizar partidas de mus o compartir tardes de bolera. Todo forma parte de una inmersión cultural que va más allá de lo académico.
Iñaki Goirizelaia, exrector de la EHU y actual director de Batzen/Ateak Ireki, insiste en que el objetivo es “sumergirse en nuestra cultura, aprender euskera y conocer institucionalmente el país”, creando puentes que perduren toda la vida: “Cuando se conviertan en médicos, investigadores o políticos, serán personas activas en favor de nuestro país y nuestra cultura allá donde estén”, aseguraba.
Intercambio
Entre los participantes, la historia de Christopher Gaton resume bien este puente de ida y vuelta. Su "aitatxi" dejó Euskal Herria en los años cincuenta, tras la Segunda Guerra Mundial y su paso por el ejército francés. Con esfuerzo y trabajo, logró emigrar a América, reunir a su familia y mantener vivo un lazo que hoy Christopher, segunda generación, quiere reforzar. Aunque la pandemia en 2020 retrasó su plan inicial, un enlace que le envió su primo y un correo posterior le animaron a unirse finalmente al programa. Ahora vive en Olaberria con otra persona del grupo y comparte cada día con su “vasque mother”, a la que le ha enseñado a preparar recetas de cocina mexicano-americana, mientras él prueba platos vascos por primera vez.
Además de explorar pueblos como Segura e Igarza, aprender sobre la historia medieval y descubrir la influencia del catolicismo, valora la calidez de la familia anfitriona y la amabilidad de la gente local, que se esfuerza por comunicarse a pesar de la barrera del idioma. “Estoy aprendiendo mucho y está siendo como un sueño poder ver con mis propios ojos todo lo que he escuchado sobre Euskal Herria mientras crecía”, resumía. Aunque su casa ahora está a miles de kilómetros, no descarta volver a vivir una temporada aquí para seguir conectado con esa parte de su historia.
Para Samuel Álvarez, de Zaldibia, que acoge a uno de los jóvenes, esta convivencia es una forma de mirar la cultura vasca con otros ojos: “Es interesante conocer a diferentes personas que vienen de la misma cultura pero que han crecido en un entorno diferente. Es bonito intercambiar conocimiento con ellos”, explicaba. Suar Lasa, de Ataun, bromeaba sobre la complicidad en casa: aseguraba que su invitado “es como uno más”, aunque su padre, que no habla inglés, siempre les pide que no lo dejen solo con el estadounidense.
Más allá de las fotos y los discursos, Ateak Ireki demuestra que la identidad vasca se construye también en pequeños gestos cotidianos: una mesa compartida, una receta que cruza idiomas, una conversación improvisada entre generaciones. Lo que empezó como una idea para acercar a jóvenes de la diáspora a la tierra de sus abuelos se ha convertido en una red viva que une pueblos, familias y recuerdos a ambos lados del Atlántico.