Del coma a las autoescuelas: Ainhoa Elorriaga comparte su experiencia para frenar las imprudencias al volante
Superviviente de un accidente de tráfico, esta busturiarra ofrece charlas en autoescuelas y centros educativos
Tenía 24 años, estaba terminando las prácticas de su segundo máster y se preparaba para comenzar su primer trabajo. Era octubre de 2004 cuando la busturiarra Ainhoa Elorriaga sufrió un siniestro vial en la carretera de Autzagane, en Amorebieta. Aquel día empezó una etapa inesperada y durísima que pondría a prueba todos los límites de su cuerpo y de su voluntad.
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Tras el incidente estuvo tres semanas en coma profundo y otros cinco meses y medio en coma inducido. Solo el oído se salvó del daño. Y fue precisamente escuchando lo que ocurría a su alrededor cuando comenzó a tomar conciencia de su situación. “Oía a mi madre decirme ‘tranquila, ahora vamos a otro sitio’… y por dentro gritaba: ¡Amatxu, amatxu!” recuerda.
Al despertar, se encontró con su cuerpo prácticamente inmovilizado: durante más de cinco meses permaneció en posición fetal. “Me operaron 4 veces para estirarme los tendones de las piernas. Estuve un mes escayolada de la cadera a los pies. No podía ni inclinarme”, explica. Durante ese tiempo pasó nueve meses ingresada en el hospital de daño cerebral Aita Menni de Arrasate y dos años más en rehabilitación intensiva en un centro de día de Bilbao. Todo ese tiempo con dolores insoportables.
Ahora, con una discapacidad reconocida del 84%, ha conseguido lo que muchos daban por imposible: empezar a vivir otra vez. “Los médicos pensaban que no podría volver a hacer nada, y les dije: no tengo cojones, pero tengo ovarios que valen más”, añade orgullosa. Hoy en día, va a la piscina y a la playa siempre que puede, es su mejor terapia, donde intenta olvidarse de los dolores y se desconecta del mundo. Además, escribe en su diario y ha llegado a sacar una de las mejores notas en el C2 de euskera. Ese logro le abrió la puerta a un nuevo reto: publicar un libro. Y en 2022 salió a la luz su testimonio en dos versiones, Bizitzeko Gogoa en euskera y Ganas de vivir en castellano. Cada pequeño gesto cotidiano es una victoria conquistada con trabajo, dolor y una determinación que desborda.
“Cuando termino estas charlas, suelen aplaudirme con mucha fuerza y me dan las gracias”
Ainhoa tuvo que volver a empezar de cero. Aprender a escribir, a tragar, a hablar, a mantener el equilibrio, a manejar los utensilios más básicos. Su recuperación ha sido una reconstrucción física y emocional. “Me empeñé tanto en hacer trabajar a mis neuronas que, al final, o espabilaban o las machacaba”, señala. Aprendió también a desafiar las limitaciones, no desde la rabia, sino desde una convicción profunda, la de que su historia podía servir a otras personas. Y así lo ha hecho.
Sensibilizar
Ainhoa Elorriaga lleva años compartiendo su historia en centros educativos y autoescuelas, hablando tanto con el alumnado como con personas que han cometido infracciones al volante. Su intención no es revivir lo vivido, sino generar conciencia: “Cuando termino estas charlas, suelen aplaudirme con mucha fuerza y me dan las gracias, porque dicen que tras escucharme su forma de pensar cambia”.
El pasado viernes 13 de junio fue protagonista de una jornada de sensibilización en la Autoescuela Gernika, impulsada por la asociación Stop Violencia Vial dentro del programa de recuperación de puntos de la DGT. Allí habló ante un grupo de personas sancionadas por conducir de forma imprudente, lo hizo sin rencor, pero con firmeza.
Una de las experiencias más intensas que ha vivido en estas sesiones ocurrió en 2016, durante una charla en un módulo de Gernika. Al fondo del aula, un alumno rompió a llorar desconsoladamente. Meses después, Ainhoa se cruzó con él en una calle peatonal. El joven se le acercó sonriendo y le dijo: “Ahal dotsut emon besarkada bat?” (¿Te puedo dar un abrazo?). Tras abrazarla con fuerza, le agradeció una y otra vez su testimonio. “Después de escucharte, he dejado las drogas”, le confesó. Ainhoa también se emocionó. “Ahí te das cuenta de que estás haciendo algo bueno”, reflexiona.
Son precisamente ese tipo de momentos los que la impulsan a seguir. Gracias al chute de autoestima que le proporcionan estas sesiones, y a lo enriquecedor que resulta para ella saber que puede “cambiar el chip” de quienes la escuchan, Ainhoa está más que dispuesta a seguir llevando su mensaje a otros lugares. De hecho, no duda en desplazarse incluso a centros más alejados si con ello puede influir positivamente en la vida de alguien.
Respeto y reconocimiento
Ainhoa no busca conmover, sino hacer entender y recordar a quienes lo han perdido todo, que cada decisión al volante tiene un precio. A veces, irreversible.
Pero su mensaje no se queda en el entendimiento, apunta también a la dignidad. Lejos de buscar compasión, reivindica respeto y reconocimiento. “La compasión es lo peor, lo que puede hacer que una persona deje de luchar y diga no a la vida”, puntualiza indignada. Y añade que “por ser discapacitada, la sociedad te hace de menos. Te tratan como una desgracia, como si sobraras”. También denuncia el desprecio que ha llegado a sentir: “La gente me trata como si no valiera nada. Nos meten a todos en un saco”. A pesar de todo, lo tiene claro: “Tengo 84% de discapacidad, pero ahora tengo unos valores y habilidades que si no me hubiera enfrentado a este problemón, no los hubiera tenido”.
“La compasión es lo peor, lo que puede hacer que una persona deje de luchar y diga no a la vida”
Su crítica va más allá de lo personal. Ainhoa apunta a un imaginario social que margina a las personas con discapacidad, donde segun señala se impone la etiqueta del victimismo. “Hay muchas barreras mentales y socioculturales. Creen que al tener daño cerebral adquirido solo tienes un golpe en la cabeza”, lamenta. Esa mirada, dice, desactiva el verdadero potencial de quienes han tenido que reconstruirse por completo. “Nos tratan con compasión o con vergüenza, y eso es lo peor que te puede pasar cuando estás intentando salir adelante”, añade Elorriaga.
Por otro lado, y durante su proceso de recuperación, Ainhoa experimentó también cómo algunas amistades se fueron apartando con el paso del tiempo. Mientras estuvo hospitalizada recibió visitas frecuentes; sin embargo, cuando comenzó a salir a la calle, primero en silla de ruedas, después con muleta, notó cómo ciertas personas de su entorno se iban distanciando. Su experiencia le llevó a reflexionar sobre la necesidad de que las relaciones también evolucionen y se adapten a las nuevas circunstancias personales.
Sin embargo, y pese a todo ello, Ainhoa ha optado por convertir el dolor en impulso. “No puedo cambiar las circunstancias, pero sí mi actitud”, afirma con convicción. A lo largo de los años, ha aprendido a quererse, a reírse, a relativizar y a encontrar belleza donde antes solo había rutina.
Dos décadas después del incidente, su mensaje se ha vuelto más tajante, más necesario. Para Ainhoa no se trata solo de volver a caminar, sino de reclamar el derecho a ser tratada como una ciudadana completa, con capacidades, con opinión, con deseo de aportar.