Las manos de Aitor Armada no son las de un oficinista. Encallecidas y ásperas, son manos sinceras de alguien acostumbrado a trabajar duro. Ahora está empleado en una serrería de Boroa. Pero de lo que habla es de otra cosa. “En el rancho no trabajas ocho horas, pueden ser diez o doce y, si quieres, seis días a la semana. Eso depende de ti. La paga es buena y tienes comida, cama y seguro médico”, recuerda. Se pueden ganar más de mil dólares a la semana. “Merece la pena”, dice Armada. Él, como carpintero, podría haber encontrado labores hasta mejor pagadas en una ciudad. Pero lo suyo es el campo. Y mejor si se trata de las praderas infinitas del Medio Oeste.

En Areatza, en el Musik and Beer Fest de la pasada semana, parecía miembro de una de las bandas de country-rock que participaban en los conciertos: sombrero de ala, tejano ajustado ceñido con un cinturón de gran hebilla y botas camperas. Eso que ya se ha afeitado su barba de rey asirio. O de componente de los míticos ZZ Top.

“Desde que tengo memoria he vestido así, siempre, desde niño”. Y eso que en su familia no existen antecedentes, como en muchas otras de Bizkaia, de migraciones a América. Aitor creció en el caserío Santa Lucía con sus aitites. Pasó por la ikastola Karmengo Ama y el colegio El Carmelo de su localidad natal y probó el bachillerato artístico en Durango, pero no le convenció. Así que completó un módulo de carpintería. Empezó a trabajar en aserraderos. Y en la construcción. Aprendió a tallar la madera. Y también la piedra. 

El ‘cowboy’ de Zornotza frente al Basque Center de Boise. Cedida

Cruzar el charco

Hace un año decidió cruzar el charco para hacer realidad el sueño de conducir ganado de un lado a otro por las grandes praderas. “Encontré trabajo en la granja Murgoitio. Son vascos, familias vascas de Boise, Idaho”. Calcula Aitor que su extensión alcanza unos once kilómetros cuadrados. Eso son 1.100 hectáreas. “Pero no es de los ranchos grandes”, matiza. “Tienen unas doscientas vacas para carne, y cultivan maíz, trigo, remolacha azucarera y alfalfa para el ganado”, explica Aitor. En primer lugar le pusieron a cuidar trabajos de regadío, regulando los canales del agua. “Los topos hacían agujeros y el riego no llegaba a los extremos, así que andaba todo el día con una pala a la espalda recorriendo los campos”. Le dejaron un pickup Chevrolet Silverado del 89 y fue recorriendo toda la granja. “Luego me encomendaron un gran tractor John Deere y empecé a arar los campos”, recuerda.

“Si quieres ser cowboy, conmigo serás cowboy”, le dijo Tom Basabe III, directivo de una de las grandes empresas agroalimentarias

Mientras, consiguió una entrevista con Tom Basabe III, nieto de Tomás Basabe, socio de J. R. Simplot, fundador de una de las grandes empresas del sector agroalimentario de Estados Unidos. Tom es hijo de Tom Basabe II, actual presidente de Simplot Land & Livestock, y distinguido este 2025 como Líder del Año de la Industria de la Carne por la Asociación de Ganaderos de Idaho. “Si quieres ser cowboy, conmigo serás cowboy”, le aseguró Tom Basabe III.

Aitor Armada subido a uno de los caballos que ha cabalgado. Cedida

El rancho de Simplot era harina de otro costal. “Iba a trabajar de vaquero, encima del caballo y también con tractores y camiones para mover ganado, de todo. Allí manejan unas 120.000 cabezas de ganado, principalmente Black Angus y Red Angus. Tienen corrales con unos 200 terneros en cada uno. Todos los días entran 7.000 txahalas y salen otras tantas al matadero y hay que conducir todo ese ganado”, describe el zornotzarra.

Ya estaba el sueño a punto de cumplirse. “Él quería que empezase ya, pero claro, yo no tenía la documentación adecuada. Comenzaron a tramitar el papeleo y fue imposible”. Simplot se quedó sin un trabajador de los muchos que necesita. Y Aitor Armada sin su sueño. Dentro de unas semanas regresará a las praderas. A Oregón. A casa de un amigo. No descarta volver a sentirse cowboy. Aunque sabe que con Trump y sus políticas restrictivas es imposible. Claro que la mentalidad de Aitor es la del viejo Oeste. “No pasa nada. Lo importante hoy es lo de hoy. Estoy bien en el aserradero. Mañana, ya veremos” dice. Y se despide tocándose el ala del sombrero.

Vascos en las praderas

La paga en un rancho es generosa. Aunque hay que ganársela. “En verano andábamos por encima de los 40 grados. En invierno suele bajar a 20 bajo cero. Eso en Idaho. En Montana me dijeron que es peor, allí las vacas mueren congeladas”, recuerda. Aitor Armada recorrió 5.000 kilómetros de carreteras del Medio Oeste en un Toyota Tacoma. Tuvo que parar a cuenta de una manada de ciervos que ocupó la carretera en cierta ocasión. Vio bisontes de cerca y osos a lo lejos. Y le sorprendió la hospitalidad de la gente de las pequeñas poblaciones. “Yo paraba en el motel de algún pueblo y luego iba al bar a escuchar country. Todo el mundo se daba la vuelta y me preguntaban qué hacía yo. Les decía que estaba buscando trabajo. “Yo tengo un rancho, si te cortas esa barba empiezas mañana”, me dijo uno en un sitio de Nevada. 

“Si tienes ganas de trabajar, tienes trabajo para exportar”, asegura Aitor, que confirma que está extendido el prejuicio contra latinos y mexicanos a pesar de que son los únicos que están dispuestos a ofrecer sus manos para unos empleos que terminan realizando. Armada no entiende esa discriminación ni por el lado humano ni por el práctico. “Necesitan gente para el campo”. Si eres vasco, pasa al revés. “Ya no te quieren dejar escapar: saben que somos buenos trabajadores”, concluye el cowboy de Amorebieta-Etxano.