Señales de tráfico rapiñadas sin mala intención y sillas de playa rayadas entre sofás estampados de los años 60 y grafitis de dudoso gusto en las paredes. Todo ello aderezado con un característico olor a humedad y tabaco condensado. Cruzar la persiana de una lonja juvenil puede retrotraer al pasado reciente de miles de vizcainos que sucumbieron a este fenómeno iniciado antes de la democratización de los smartphone.
Los últimos rescoldos de estos espacios de ocio, sin embargo, siguen en pie, al margen de los cambios sociales o las subidas de los alquileres. “Mucha gente que tenía lonja la ha dejado, no han sabido cuidarla o la gente no se ha comprometido”, sintetiza Gaizka, miembro de Manchester Pity, uno de estos locales que aún se mantiene en Portugalete. ¿Su forma de funcionar? Exactamente la misma que hace 25 años, cuando surgieron los primeros locales en Bizkaia.
La villa jarrillera es uno de los pocos municipios que cuenta con un censo de lonjas juveniles. “Antes del covid había más de 60 y ahora tenemos registradas entre 25 y 27 locales, que se mantienen estables, más o menos, cada año. La mitad son mixtas y el resto son de chicos”, resume Laura Alonso, responsable del programa Jóvenes y Lonjas. Lugares comunes sobre una realidad que es difícil saber si se puede extrapolar a otros municipios de Bizkaia.
Una de esas lonjas es la de Gaizka, Eneko, Iñigo, Fer e Imanol, jóvenes que generosamente abren a DEIA las puertas de su pequeño templo de ocio. “Son los más dispuestos, muy participativos”, afirma Alonso, sentada en un sofá junto a estos chavales, nacidos entre 1999 y 2001, de una misma cuadrilla. Ninguno de ellos visualiza lo que hubieran sido sus últimos años sin lonja: “Cuando hace frío, ¿a dónde vas?”.
Con todo, estos chavales que rondan el cuarto de siglo comienzan a aquejar el peso de las responsabilidades que conlleva cumplir años, así como los cambios en las dinámicas a la hora de distribuir su tiempo de ocio. “Los viernes la gente ya viene a las 21.00 horas; es normal, nos vamos haciendo mayores”, sentencian. “Entre semana voy al trabajo, voy a entrenar y vengo a las 20.30 o así, estoy un ratito, y me voy a casa”, narra Gaizka sobre su día a día. El fin de semana los hábitos cambian. “Los sábados solemos ir a tomar algo y los viernes, como mucho, bajamos a Portu o nos vamos a cenar por ahí”, añade Eneko, quien asevera que el día de la semana con más aforo siempre es el domingo.
Manchester Pity está establecida en un céntrico local de la villa desde 2018, pero la primera lonja la inauguraron en 2016, con apenas 16 años. “Esto ha mejorado un montón, antes estaba lleno de cosas”, explican mirando alrededor y dando a entender que sufrían una especie de Síndrome de Diógenes, muy habitual en este tipo de espacios en los que se acumula gran cantidad de objetos innecesarios.
“Tenemos una tele con suerte”, expone Gaizka sobre el local por el que pagan 440 euros al mes, un alquiler que incluso ha bajado en los últimos años. “Hubo una época en la que estábamos 18 personas y se nos iba de mano. Hablamos con el propietario y nos bajó el precio. Y cuando hemos sido más nos lo ha subido”, revelan los jóvenes, que han sufrido bajas en la lonja de compañeros que se van al extranjero a estudiar o a trabajar.
Cáscaras de pipas y colillas de cigarrillo fuera del correspondiente emplazamiento que la lógica de la higiene asignaría delatan ciertas fallas en la organización de la limpieza. “El anterior finde nos tocó al grupo cuatro, pero ya ves... ¡Solo limpian el grupo uno y el cuatro!”, exclama Eneko, justificando la mugre visible a primera vista. “¡Pero yo no fumo, que es lo que más ensucia!”, protesta Imanol.
Todos los domingos tienen la misma discusión. “Pero dura media hora”, apostilla Gaizka antes de que todos ellos confabulen para asegurar que son las chicas las que menos limpian, porque claro, ellas no están presentes para llevarles la contraria. Manchester Pity es una de las lonjas mixtas de Portugalete. “Las chicas se enfadan mucho cuando estamos todo el rato viendo fútbol. Pero negociamos. Si juega el Athletic a las 21.00 les decimos que vean lo que quieran primero y que luego nos dejen la tele”, exponen.
¿Qué ha cambiado con respecto a los jóvenes que tenían lonja hace dos décadas? “Hay un par que llegan y se ponen a jugar al móvil”, revela uno de ellos, porque es evidente que la adicción al teléfono causa estragos en la socialización. “Depende del día, hay algunos que estamos más habladores y otros, menos”, exponen estos portugalujos que, no obstante, cuentan con una mesa específicamente para jugar a las cartas. “Si no tuviera lonja, no saldría, me iría a mi casa”, afirma uno de ellos, quien considera que siempre es mejor estar en un espacio cerrado que en la calle. En ese sentido, desvinculan totalmente el consumo de alcohol o de otras sustancias, en el caso de los menores, con estar fuera del alcance de la mirada adulta. “Nadie ha empezado a fumar porros en la lonja”, zanja Imanol.
Colaboración
“Demanda hay, pero no hay locales. Aunque hay cientos de lonjas vacías, no hay propietarios que quieran alquilar”, asevera Laura Alonso, responsable del programa iniciado en 2004 y que fue pionero a nivel Euskadi. “Mi objetivo es intentar ser una adulta de referencia para ellos, por si en algún momento necesitasen algo”, asevera sobre su principal función como nexo de unión entre los jóvenes y la administración local, una función que, a juzgar por la familiaridad con la que la tratan los miembros de Manchester Pity, cumple a la perfección. “Es un espacio privilegiado para intervenir”, considera esta psicóloga, que tiene oportunidad de escuchar a los jóvenes en su hábitat natural.
Para que la “colaboración” entre el Consistorio de Portugalete y las lonjas juveniles funcione tienen que cumplir unos requisitos. En palabras de Alonso, el primero hace referencia a la seguridad, es decir, todo lo que tiene que ver con los datos y seguros, extintores o normas internas de funcionamiento. “Antes de poner un pie en la lonja tienen que entregar toda la documentación en el Ayuntamiento y yo hago una reunión con ellos y, sin son menores, también con sus padres”, explica la responsable del programa, quien indica que, además, también hablan con el vecino más afectado, que habitualmente es quien vive justo arriba del local.
A partir de ahí comienza el trabajo de convivencia mediante el que se hacen labores de mediación si se producen impagos o hay mal comportamiento. “Si no hay ninguno de esos frentes, trabajo otros aspectos de prevención: desde temas de drogas a conductas sexuales de riesgo... Se adecua a cada grupo. No es lo mismo en un grupo como este que en un grupo de adolescentes de 16 años que acaban de tener su primera lonja”, concluye Alonso.