Los estereotipos no van con Elena Galán del Castillo. De otro modo, no se puede entender que una misma persona pueda conjugar dos facetas que, a priori, se antojan enormemente lejanas entre sí. Por un lado, la investigación científica. Por otro, el pastoreo de ovejas. Licenciada en Ciencias Ambientales, doctora en Historia Económica y, a la vez, diplomada en la Artzain Eskola de Oñati. Pero ya va a hacer cuatro años que esta catalana (Barcelona, 1984) compagina su trabajo en el BC3, el Centro Vasco para el Cambio Climático que tiene su sede en el campus de Leioa de la UPV/EHU, con el cuidado de rebaños ovinos en Benafarroa. Reconoce que esta tarea, que desarrolla como asalariada de mayo a octubre, ha transformado su perspectiva de la labor científica y de la vida en general: “Estas experiencias te cambian de verdad”.
Elena, que este martes ha ejercido de ponente en una mesa redonda sobre Mujeres en el ámbito rural organizada por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, asegura que la combinación de la investigación con las faenas del sector primario no es tan rara. “Es bastante común en gente que está interesada de verdad en hacer investigación en temas de agricultura y ganadería”. En su caso, confiesa Elena que “la energía de despegue fue la frustración”. Y es que, en un momento dado, “veía que todo lo que iba a hacer en investigación no iba a aportar nada a lo que a mí me importaba”.
Al fin, Elena optó por salir de su zona de confort para formarse como pastora y trabajar de ello. Inicialmente, su intención era abandonar por completo la investigación. Sin embargo, hubo un inesperado giro de guión. Tras su primera experiencia en el pastoreo, contrajo una zoonosis transmitida por las ovejas que derivó en una neumonía: “Solo es grave en un 1% de los casos y yo fui de ese porcentaje. Me incapacitó para poder trabar durante casi un año con el cuerpo”.
Eso le hizo reincorporarse al BC3, donde encontró una vacante tras su marcha. Pero la zoonosis no le desvió de su camino: “La condición para volver era que pudiera pedir una reducción de jornada para poder ir a trabajar de pastora. Y fue posible, porque las entregas de los informes más voluminosos son durante el invierno”.
Pastora asalariada
Así, Elena retomó su actividad con las ovejas en el Pirineo bajonavarro. ¿Por qué allí?: “En Francia, el trabajo de pastor asalariado en verano es muy normal. Hay bolsas de empleo para ello”. Su título de la Artzain Eskola de Oñati le avaló a la hora de conseguir un contrato. Este, además del sueldo, incluye la cesión de una borda -su vivienda estival-, leña y gas.
Durante esos cinco meses, la investigadora barcelonesa guía un rebaño que por momentos puede llegar a alcanzar el medio millar de cabezas: “Hago circuitos de pastoreo, intento llevar al rebaño a zonas en las que no suele comer para no sobreexplotar aquellas en las que prefiere pastar”. Y es que las ovejas no son tan dóciles como las pintan: “Hay que negociar con ellas para que no se enfaden”.
Confiesa Elena que le resulta difícil cambiar el chip entre la rutina diaria en el BC3 y la vida en pleno monte rodeada de ovejas: “Hay que preparar esas transiciones tanto físicamente como mentalmente, sino puede ser un desastre”. El final de la temporada de pastoreo se hace muy duro. “Una pastora francesa lo definía muy bien en un libro: Bajas de la montaña y has perdido los superpoderes. Ya no estás en comunión con nada”, apunta.
“Lo que recoges de aquí e incorporas a tu manera de investigar es diferente de lo que cabría esperar. Ya no estudio cosas de ganadería, estoy más interesada en cómo recoger el patrimonio intangible que es el conocimiento de observar el territorio”
Pero no todo es idílico al cuidado del rebaño. Y, por contra, el trabajo en el BC3 también tiene sus cosas buenas. “Lo que más me gusta cuando estoy en la investigación es que se valora lo que hago. La gente quiere conocer mi opinión, quiere hablar conmigo y leer lo que escribo. En cambio, cuando estoy en la montaña, hay excursionistas que le saludan al perro y a ti no, te hacen fotos sin pedirte permiso… Es como si no te viera nadie. Otra cosa que no me gusta de ser pastora es que siempre estás mojada, a la intemperie, eso cansa…”, valora.
Euskera con las ovejas
Lo que de verdad le engancha a Elena del pastoreo es la comunión con la naturaleza. “Lo que recoges de aquí e incorporas a tu manera de investigar es diferente de lo que cabría esperar. De manera que yo ya no estudio cosas de ganadería, estoy más interesada en cómo recoger el patrimonio intangible que es el conocimiento de observar el territorio. Procuro estudiar los vínculos, las personas dentro del ecosistema, la sensación de pertenencia al planeta”. Y, de paso, intenta mejorar su euskera, idioma que practica con los ganaderos que la contratan... y también con las ovejas. “Me pedí libre un día en el monte para hacer el examen oral del B2 y suspendí”, desvela. Será cuestión de perseverar.