El termómetro apenas marcaba este sábado 0 grados a las ocho de la mañana en Arrigorriaga, donde una fina capa blanca cubría la hierba y las lunas de los coches estacionados junto al hotel Ibis Budget. Era el lugar y la hora fijadas para el inicio de un largo viaje por carretera de más de 3.200 kilómetros y casi tres días de duración. En el autobús ocupaban sus asientos una quincena de niñas y niños ucranianos que han pasado el último mes en Bizkaia de la mano de la asociación Chernobil Elkartea, en una iniciativa con tres décadas de andadura para aportar salud y alegría a menores residentes en la zona afectada por el terrible accidente nuclear de 1986. Tras pasar por Gasteiz, Iruñea e Irun para recoger a otros jóvenes compatriotas, hasta completar un total de 47, que también han disfrutado de las Navidades en otros puntos de Euskal Herria, el autocar tomará ya rumbo a Ivankiv, ciudad ubicada a apenas 50 kilómetros de Chernóbil y destino final de una travesía que ha comenzado con lágrimas por la tristeza de la despedida de sus familias vascas de acogida, pero que el lunes concluirá con las sonrisas por el reencuentro con los suyos.
Esta mañana, el calor de los abrazos era el mejor remedio para combatir el intenso frío imperante. Aunque este no sea nada para estos chavales de Ucrania, acostumbrados a que el mercurio caiga bastante por debajo del cero. Esti e Iñaki se aferraban a Kamila, una niña de 9 años que lloraba desconsolada. "Tiene ganas de estar allí con toda su familia, pero le da mucho miedo el viaje", comenta esta pareja de Ortuella. Para ellos, padres de dos hijos, Kamila, que ya había estado con ellos en las anteriores Navidades y en el pasado verano, es otra más del clan. "Hablamos con la dirección de la ikastola a la que van nuestros hijos para ver si podíamos escolarizarla el tiempo que estuviera aquí. Diputación dio el visto bueno y ahí les llevábamos a los tres juntos a estudiar", explica Esti. "Aquí, después de la ikastola, iba a entrenar con el equipo de baloncesto del pueblo o al parque a jugar. Allí, en cambio, no tiene donde jugar, lo tiene más difícil", añade. Kamila añorará Ortuella, pero más le echarán de menos a ella su ama y su aita de Ezkerraldea. "Se te queda un vacío. La primera vez que volvió a Ucrania les dije a los de la asociación: Nos preparáis para cuando vienen para la estancia, pero no nos preparáis para cuando se van", apostilla.
Bastante más tiempo que Kamila lleva viniendo a Euskadi Andriy. Ya tiene 15 años y buena parte de los siete últimos los ha pasado en Amorebieta-Etxano, en el hogar de Arantza y Juanjo. De hecho, tras estallar la guerra en su país, estuvo viviendo durante año y medio en esta localidad. No es extraño, por tanto, que se sienta un zornotzarra más, que se exprese con fluidez en euskera y que tenga gustos y aficiones muy propias de su tierra de acogida. "Me gusta mucho el monte, estas Navidades he subido a Belatxikieta", apunta Andriy, que ha disfrutado mucho de la buena mesa en estas fiestas. "La chuleta es lo que más me gusta", asegura el chaval, que se lleva la maleta cargada de regalos. "Olentzero se ha portado bien y yo también", afirma. Arantza lo corrobora: "Es un niño muy alegre y bueno. Nosotros le daremos cosas, pero él a nosotros nos aporta mucho más, nos da alegría".
Con esta última afirmación coincidía plenamente el galdakoztarra Koldo. Para él y su pareja, Mari Luz, que no tienen hijos, estas acogidas temporales suponen "una experiencia totalmente diferente". Tras haber dado cobijo en su hogar durante una década a Polina, que actualmente tiene 15 años, ahora hacen lo propio con sus dos hermanas pequeñas, Anastasia y Sonia, de 13 y 10 años, respectivamente. Es la segunda vez que vienen a Euskadi y a la mayor de ellas le han encandilado los manjares típicos de la Navidad, "sobre todo los langostinos". Su regreso a Ucrania inquieta a sus padres de acogida. "En la zona donde ellas viven hay una calma tensa, pero siempre hay sucesos", dice Koldo. Del devenir de la guerra dependerá si Anastasia y Sonia vuelven o no a Galdakao en verano. "No sabemos lo que va a pasar, no nos hacemos ilusiones", remata Mari Luz.
Ni uno, ni dos sino tres son los niños y jóvenes que ha albergado Raquel este último mes en su casa de Bilbao. Las dos mayores, Alina (18) y Ana (16), llevan diez años viniendo en vacaciones e incluso permanecieron más de un año en el Botxo como refugiadas de guerra a raíz del conflicto bélico con Rusia. A ellos ya se unió en las anteriores Navidades su hermano pequeño, Kosta (8), quien ha repetido en estas últimas fiestas. "Ellas son nuestras hijas y como el pequeñín quería venir, nos hemos animado. Al venir con las hermanas es muy cómodo para todo, ellas le conocen bien, le traducen cuando hace falta...", apunta Raquel. Ana afrontaba el viaje de retorno a casa "con ganas y alegría, tenemos ganas de ver a la familia". Por su parte, Alina contaba ya los días que faltan para llegar a julio y poder regresar a Bilbao: "La estancia de Navidad es bonita, pero la de verano es mejor. Son más meses, está la piscina, la playa...".
Junto a los quince niños y niñas se han subido al autobús en Arrigorriaga tres chóferes para turnarse en el largo, trayecto, dos monitoras ucranianas y Ana López de Pariza, una voluntaria de Chernobil Elkartea que ya ha afrontado este viaje otras dos veces. "Yo y otro compañero que se sube en Irun vamos hasta Katowice, en Polonia. Nosotros nos volvemos en avión y desde allí, el autobús sigue hasta Ivankiv con los niños y los monitores ucranianos", explica. Ella también es madre de acogida. "A nuestra casa viene desde hace tiempo Yegor, que tiene 12 años, pero estas Navidades se ha quedado en su país. Le esperamos para verano", dice Ana, que afronta el desplazamiento con buen ánimo: "Es una responsabilidad y es duro, porque vamos sin parar, dormimos en el mismo autobús... Pero voy contenta".
Papeleo
Su compañera en Chernobil Elkartea, María José Rodríguez, que lleva treinta años en la brecha, destaca que el organizar estas estancias, tanto la de Navidad, que dura cuatro semanas, como la de verano, que se extiende por dos meses, "es un trabajo de todo el año. No te da tiempo a parar". Explica esta voluntaria que lo que más les trae de cabeza es el papeleo: "La documentación tiene que estar aquí 45 días antes de que los niños partan de viaje. De Ucrania tienen que mandar un poder notarial, la autorización de los padres y un certificado médico. En el momento en el que allí se retrasan los trámites, aquí hay que acelerar a tope". En cualquier caso, el comprobar los lazos de cariño que se forjan con esta labor hace que a la asociación, que en este 2025 cumple su treinta aniversario, se le augure aún un largo recorrido. Mayor que el del viaje hasta Ivankiv.