Este martes han tomado rumbo a su país los 108 niños y niñas de Ucrania que, tras llegar el pasado 1 de julio, han pasado el verano acogidos por familias de Euskadi. Es un ritual que lleva realizándose durante cerca de tres décadas, pero que no deja de encoger el corazón tanto a quien lo vive desde dentro como al que lo ve desde la barrera. Las emociones se han desatado esta mañana en Arrigorriaga, punto de partida para quienes han disfrutado de su estancia en Bizkaia. A ellos les espera un largo viaje de tres días en autobús a través de Europa, porque el espacio aéreo ucraniano sigue cerrado. En la localidad del Alto Nervión se han reunido los niños y sus padres y hermanos vascos, porque así se consideran en todos los casos, para una despedida amarga, que apenas endulza la constancia de que en Navidad se reencontrarán de nuevo aquí. Todo ello, con el fantasma del conflicto bélico haciendo más crudo el momento.
La mayoría de las familias que se han dado cita este martes tiene ya una experiencia a sus espaldas como acogedoras. Es el caso de María y Alberto, una pareja de Abanto-Zierbena que llevan ya cinco años teniendo en su casa tanto en verano como en navidades a Miroslav. "Lo que más me ha gustado es estar en el pueblo", apunta en un castellano fluido este chaval, que ahora tiene 11 años, que ha pasado unos días de vacaciones en las provincias de León y Valladolid. Pero sobre todo está encantado con su nuevo "hermanito", como él mismo le llama. Se trata de Diego, la criatura que María trajo al mundo el pasado 27 de junio, solo cuatro días antes de que llegara Miroslav a Bizkaia. "Le voy a echar mucho de menos", comenta su hermano mayor, que se debatía entre las ganas de ver a su familia ucraniana y las de volver cuanto antes a Abanto-Zierbena. "Está totalmente integrado en la familia, para mi madre es su nieto", remata María.
También está absolutamente adaptada a la vida en Euskadi Alina, la joven de 12 años que lleva exactamente media vida pasando los veranos en Elgeta. Hasta el punto de que apenas sabe hablar castellano, pero en cambio se maneja con soltura en euskera, el idioma que se utiliza en el hogar de Larraitz Sanzberro. "Es una experiencia muy enriquecedora y bonita. Tenemos una hija que viene en verano. Mantenemos además una estrecha relación con su familia. De hecho, cuando empezó la guerra en Ucrania, pasaron seis meses en nuestra casa", desvela.
Más novedoso es lo de la acogida para Maite Lanzagorta y Jesús Urretxa, que se despedían con tristeza de Bohdy. "Vino la pasada Navidad y este ha sido su primer verano con nosotros. Ha cumplido aquí los siete años, el pasado 8 de agosto", dice María. Para esta pareja getxotarra sin hijos, Bohdy es la niña de sus ojos. "Esto engancha. Es como nuestra hija, la consideramos nuestra hija y ella nos considera sus padres, de alguna manera", explica Maite, quien no dudaba en animar a otras familias a hacer lo mismo: "Aconsejo a la gente que lo valore. Es mucha responsabilidad, no es fácil, pero compensa".
Especialmente emocionada estaba Isabel Arkotxa al decir adiós a la pequeña Vika, que a sus ocho añitos ha pasado su segundo verano con esta familia residente en Mungia y con experiencia en acoger antes a otras criaturas e incluso a sus allegados. "Cuando estalló la guerra nos trajimos a dos familias, estuvieron ocho ucranianos en casa durante tres meses", apunta Isabel, que entre sollozos define lo vivido estos dos meses como "maravilloso" y que opina que "no hay nada que pensar a la hora de acoger, aportan ellos más de lo que nosotros damos".
Desde la Asociación Chernobil Elkartea, impulsora de esta iniciativa, la voluntaria María José Rodríguez destacaba que "para los niños es una cuestión de salud, es importantísimo que vengan, respiren y coman como nosotros y se vayan". Ella, que lleva 30 años acogiendo a chicas y chicos de Ucrania y que este verano ha llegado a tener tres a la vez en casa, incide en lo importante que es sabe gestionar la despedida: "Hay que pensar que los niños se tienen que marchar a su casa. Es difícil, pero hay que hacerlo. Yo he tenido niños de Diputación en acogimiento y es lo que me ha enseñado, que a un niño hay que saber acogerlo, pero luego también hay que saber despedirse de él". Respecto a la situación que se van a encontrar en su país los 108 niños y niñas que este martes iniciaban un largo viaje de tres días hasta llegar a su destino, Rodríguez confesaba que en la Asociación Chernobil se vive con "mucha preocupación".