Nochevieja en una celda de la cárcel de Basauri: “Para las 9 intentaré estar dormido”
El espumillón se ha colado en la prisión vizcaina, pero más que espíritu navideño reina la añoranza de la familia. Mientras Joseba no piensa ni ver las campanadas, otros internos comerán las uvas en las celdas, que se cierran a las ocho y media
"Llevo años sin abrir una puerta y eso psicológicamente te afecta”. El comentario, de un preso, puede resultar exagerado, pero en el Centro Penitenciario Bizkaia, donde cumple condena, no gira una manilla. Espera a que le abran la celda. Y también las puertas que separan los diferentes espacios y que se accionan automática y lentamente, tal y como parece transcurrir la vida en prisión. “Mi propósito de Año Nuevo es el de todos los días, trabajar, gimnasio, gimnasio, trabajar. Cansar el cuerpo y tener la mente ocupada”, explica Joseba, otro interno, que no quiere “saber nada” de las navidades. “Son unas malas fechas por extrañar lo de fuera y por fastidiar a los míos al no poder estar con ellos. Cuanto antes pasen, mejor. Dudo que vea las campanadas. Voy a intentar estar dormido para las nueve”, dice. Tampoco se pierde gran cosa. En Nochevieja, como cada día, a las ocho y media se cierran las celdas.
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Un deseo de fin de año
“La libertad llegará, pido que los míos estén bien”
Espumillones por las paredes, un abeto, un Olentzero y una Mari Domingi elaborados por los presos... Las navidades se han colado en la cárcel de Basauri, aunque algunos, como Joseba, no están para celebraciones. Ingresó en prisión hace ocho meses, el mismo tiempo que lleva “limpio, sin consumir nada”, y sin estar con su hija de 12 años. “Ahora mismo no estoy preparado para verla detrás de unas rejas. Más adelante ya veré. Hablamos todos los días por teléfono, sabe dónde estoy”, cuenta este bilbaino de 44 años, que trabajó de carnicero y camionero y ahora lo hace en el economato.
El resto de la familia lo visita una vez por semana en el locutorio. “Es duro. Hay que luchar día a día para no derrumbarse. Es una montaña rusa, hoy tienes subidones, mañana estás triste... Lo más importante es ser fuerte de cabeza y saber que esto va a pasar”, explica. De hecho, si pudiera pedir un deseo de fin de año, no sería la libertad. “Eso yo sé que va a llegar tarde o temprano. Lo que yo pido es que los míos estén bien”. Aunque nunca ha sido “muy de fiestas”, Joseba se juntaba en navidades con una treintena de familiares y ahora reconoce que las echa en falta. De caerle algún regalo, cree que será “ropa para el invierno, aquí qué te van a meter”.
Aún le quedan siete años, pero, al menos, ha quitado el miedo. “Entré con temor por las películas, no sabía lo que había y esto es un patio de colegio”. De hecho, “mi colegio era más complicado”, confiesa este preso, que ha aprendido a valorar más a la familia y solo se plantea vivir “el día a día y que pase la condena rápido”.
Campanadas en la tele de la celda
“No tengo petardos, pues con los mecheros, pa, pa”
Bilbaino, 38 años, camionero. Así se presenta este interno que celebra este año sus sextas navidades privado de libertad tras ir “encadenando condenas”. “Echo mucho de menos a los críos, a mi ama, la familia... Coger un locutorio o un vis es muy difícil en estas fechas porque todos los presos queremos”, comenta y aclara para los novatos en la materia que a través de un cristal ve a los suyos todas las semanas, pero solo los puede tocar una vez al mes.
Como todavía le queda condena por cumplir y depende de una Junta de Tratamiento, no quiere hacerse “falsas ilusiones” ni “marcarse el propósito de salir”. “Vivo el aquí y el ahora, me ducho, como, voy al gimnasio, hora tras hora, y así van pasando los días, los meses y los años”, señala este interno, que trabaja en ordenanzas y se tomó la cárcel “como un centro de rehabilitación más que como un castigo. Para mí entrar supuso la salvación”.
Pese a no ser católico, solía celebrar la Navidad porque tiene “dos críos pequeños” y en Nochevieja, en prisión, siempre intenta estar en la celda con “un compañero alegre para intentar pasarlo lo mejor posible”. Se come las uvas viendo las campanadas en la televisión de la celda y tira de imaginación. “No tengo acceso a petardos, pues con los mecheros, les doy fuego y pa, pa. Haces lo que puedes”, cuenta.
De regalo, apunta, “no te pueden meter un cuchillo, pero sí una sudadera” y en la carta a los Reyes escribiría “askatasuna”. Puestos a pedir, no estaría mal, dice, algún cocinero de refuerzo para que los platos, al ser muchos internos, “no salgan fríos”. “La comida en Navidad es diferente, pero muy justita: un poquito de ensalada con queso o ensaladilla rusa, sopa de pescado, tres langostinos congelados, unos espárragos, cordero o entrecot... Te dan cuatro polvorones y a las ocho y media estás encerrado en una celda”, relata este recluso, que echa de menos “abrir un grifo, porque aquí son pulsadores”, y propone pintar la prisión con otros colores porque “el beige oscuro o el blanco roto son deprimentes”.
El día a día en prisión
“La salud se ve afectada, hay que saberlo llevar”
Privado de libertad desde hace catorce meses, este hombre de 46 años se ha adaptado a su nueva vida, dice, como cuandoemigró a Euskadi, donde reside desde hace dos décadas. “Lo más duro es no estar con la familia y la salud también se ve afectada, pero hay que saberlo llevar de la mejor manera y hacerles llegar mediante las visitas que estamos bien”, explica este interno, que trabaja en el economato y ya puede disfrutar de algún permiso.
A este recluso le gustan las navidades porque “son fechas muy familiares, muy de hogar”. Por eso, de pedir un deseo a los Reyes Magos, sería “la libertad porque, por encima de lo material, está lo afectivo, los hijos”. Las peores fiestas que recuerda fueron las del año pasado. “Era algo desconocido y lo pasé mal por no estar con los niños y no compartir lo que se vive fuera”, confiesa.
Además de las actividades organizadas por asociaciones, que les obsequian con algún detalle, los internos tienen menú especial los días más señalados, como Nochevieja. Con la vista puesta más allá de Año Nuevo, se marca como propósito “hacer un equipo de trabajo con algún compañero” y colaborar con una asociación.
El ‘privilegio’ de salir unos días
“Aquí te sientes apenado, las navidades son duras”
Adolfo Solance, de 61 años, lleva 31 meses en prisión y ha celebrado con su familia la Nochebuena y la Navidad. “Ya se me va acogiendo y dando un poquito más de libertad”, agradece. No obstante, despedirá el año en su celda con un compañero con el que trabaja en mantenimiento. “Eché para salir en Navidad y Nochevieja, pero tiene que haber quince días de separación”, explica este vecino de Barakaldo.
Aunque los dos años anteriores él mismo se sintió “apenado” por no poder pasar estas fiestas con los suyos, asume su responsabilidad. “Las navidades aquí son duras, pero no te vas a hacer un bucle de querer estar con la familia. Tú sabes que has cometido un delito y tienes que apechugar con las consecuencias”.
Con varios años de condena aún por delante, Adolfo pide en este fin de año “salud, que es lo primordial, y estar lo más posible con la familia cuando salga en libertad”. Pide eso y “que mejoren los centros penitenciarios porque hacen falta más educadores, más psicólogos...”. Hecha su reivindicación, se despide deseando “un feliz año a todos”.