Sopa de pescado, entrecot, cordero... Son algunos de los platos que ha preparado estas fiestas Arkaitz, un hombre de mediana edad, vecino del Duranguesado, que hace cinco navidades vio ampliado el número de comensales que se sentaban a la mesa al ingresar en el Centro Penitenciario Bizkaia, donde aún le quedan “unos cuantos años” de condena por cumplir. “Yo, de toda la vida, cocinaba en mi casa para tres personas y aquí tengo que hacerlo para 180 o 200, las que haya”, cuenta con un sentimiento agridulce. “Son unas jornadas dolorosas porque no puedes estar con la gente que quieres y gratificantes porque, aunque no se dé mucha comida, hacemos felices a los compañeros. Por lo menos tienen un plato para comer”, señala. Lo de un plato es un decir, porque también les sirven su ración de entremeses. “Unos espárragos con una salsa, tres lonchas de lomo ibérico, otras tantas de jamón y chorizo y unos langostinos”, detalla.
Como trabaja de cocinero por la mañana, cuando hay cena navideña a Arkaitz le toca doblar turno. “Terminas reventado y no nos da tiempo ni a comer porque tienen que cerrar a las ocho y media las celdas y, entre que fregamos, no disfrutamos de la comida igual que los compañeros”, señala.
Arkaitz es uno de los “veteranos” en la prisión. En mayo hará cinco años desde que la pisó por primera vez. “Estaba destrozado, la verdad. No es agradable entrar en estas casas. Lo más duro es estar dentro de estas cuatro paredes. Si no te lo tomas con filosofía, psicológicamente te destroza”, afirma. Por eso, de poder pedir un deseo, sería “la libertad, el mayor regalo que puede haber. No sabes lo que es hasta que estás aquí dentro”.
Si de algo le ha servido su estancia en la cárcel, es para saber con quién puede contar fuera. “Según con qué condena entres, pierdes muchas amistades. Yo he perdido mucho, pero también he ganado porque me he dado cuenta de quién estaba por interés”.
Las navidades más entrañables que recuerda son las que disfrutaba de pequeño. De adulto, lo que más le gustaba de estas fiestas era “estar en familia, porque no soy de dinero y regalos”. Aunque privado de libertad no tiene “muchas ganas de celebrarlas”, no pierde la ilusión por lo que hará cuando salga de la cárcel. “Volver a mi vida, más o menos a la que tenía antes, con mis hobbies y mis historias, pero cuando llegue, llegará”, comenta, antes de despedirse y alejarse por un pasillo. “Me voy a lo más importante. Tengo llamada con mi ama”.