Bachir Habub: “La causa del Sahara Occidental se está olvidando”
‘Vacaciones en Paz’ ha conseguido que 96 niños saharauis puedan disfrutar de este verano en familias de acogida vizcainas, tal y como lo hizo Bachir Habub
Bachir Habub aterrizó en Bizkaia por primera vez con 6 años cuando una familia decidió acogerle durante el verano para que saliera del infierno de los campamentos de refugiados del Sahara Occidental. 26 años después Bachir está asentado definitivamente tanto profesionalmente como familiarmente en el territorio gracias a todo lo que le aportó el programa de acogida Vacaciones en Paz.
¿Cómo fue su infancia en un campamento de refugiados en el Sahara Occidental?
—Yo nací en el año 1992 en un hospital de guerra de Tifariti. Después, como tal todos vivimos en los campamentos que se formaron a raíz del exilio que hubo del Sahara Occidental hacia la zona más desértica del territorio argelino. En nuestra infancia todos teníamos una escolarización completa y todos estudiábamos, teníamos todos el mismo camino. Nuestro día a día consistía en ir al colegio a la mañana y a la tarde, y los ratos libre aprovecharlos para jugar. Cuando llegas a sexto de primaria, si quieres continuar estudiando tienes que irte a Argelia, así que decidí marchar del campamento para seguir estudiando.
¿A qué dificultades tenía que hacer frente en los campamentos?
—Sobre todo la temperatura, lo que más sorprende son los extremos. En invierno puede que haya días de 30 grados durante la jornada y luego a la noche bajo cero. Por otro lado, en el colegio también dependía de carencias alimenticias y para evitarlo cuando llegábamos nos daban algunas galletas o batidos. Nosotros vivíamos a base de ayuda humanitaria y había temporadas en las que había más y otras en las que menos. Pero el principal problema era el agua. La tenían que traer en unas cisternas y a veces pasabas temporadas sin agua. Recuerdo que una cosa que siempre nos decían a los niños era que no había que desaprovechar el agua. Había cierta cantidad y no podíamos jugar todo lo que queríamos porque nos deshidratábamos.
¿Con cuántos años vino a Bizkaia de acogida por primera vez?
—Cuando tenía 6 o 7 años. Había mucho orden en los campamentos y muchas cosas estaban estipuladas por inercia. Tener la oportunidad de ir a una familia de acogida era lo típico.
¿Cómo reaccionó cuando le avisaron de que iba a estar un verano de acogida?
—Pues no eres consciente, era muy pequeño. El cambio de entorno es tan importante que piensas que estás en un sueño. Me acuerdo que era todo diferente. Lo que más te contrasta al principio es la naturaleza y la vegetación. Todo es totalmente diferente.
¿Cómo fue su experiencia durante sus primeras semanas en Bizkaia?
—Los primeros días son de adaptación. Mi familia de acogida puso todo de su parte para que me integrase. Pero no deja de haber una barrera lingüística muy importante y dificultades de entendimiento. Cuando llegas no sabes cómo se enciende la luz, no sabes que hay que cruzar por un paso de peatones ni lo que es un semáforo. El primer verano es bastante duro, porque para cuando ya estás adaptado más o menos tienes que volver al campamento.
¿Fue triste su vuelta al Sahara Occidental?
—No, para nada. Las vueltas son siempre alegres. Pasas dos meses sin ver a tu familia y tienes ganas de contarles las cosas que has vivido y que te han llamado la atención. Sí es cierto que ya en el cuarto o quinto verano te da más pena porque tienes mucho cariño a tu familia de acogida.
¿Qué tipo de cosas podía hacer en Bizkaia y no en los campamentos?
—Puedes jugar todo lo que quieras. Yo me acuerdo que aquí no tenías límite. En los campamentos teníamos franjas horarias que había que respetar, incluso no podíamos correr por si no había agua. Estábamos obligados a echarnos una siesta para consumir menos agua. Y aquí era todo lo contrario.
¿Cuántos veranos decidió repetir la acogida?
—Unas cuatro o cinco veces. La quinta vez que vine mi familia de acogida tenía la idea de que me pudiera quedar a estudiar aquí. Y no fue posible, me tuve que volver. Tuve que continuar mi formación en Argelia. Pero mi padre organizó todos los papeles para que me pudiera quedar aquí definitivamente. Obtuve el visado y mi padre y yo vinimos a Bizkaia. Me instalé aquí cuando tenía 14 años, era mucho más consciente. Fue también duro porque con esas edades yo ya tenía mi grupo de amigos y era como romper de lleno tu entorno social. No es lo mismo venir para dos meses que venir para quedarte definitivamente, aquí ya tenía unas obligaciones.
Esta vez ya era mucho más maduro. ¿Qué otras dificultades de adaptación encontró que no tenía cuando vino con 6 años?
—Tuve que lidiar mucho con el idioma para continuar mis estudios. Allí siempre nos inculcaban que los estudias tenían que ser nuestra prioridad. Cuando llegué aquí me sentaron en la última fila, me dijeron que atendiera y que no hacía falta que hiciera nada porque seguramente iba a repetir. Me enfadó mucho, yo venía de ser buen estudiante en Argelia y que me dijeran que iba a repetir lo veía como un fracaso. Echando la vista atrás no lo veo así. Pero en aquel entonces fue como una derrota. Sin embargo, tuve suerte y no repetí. Todo gracias a un ejercicio. Salieron varios compañeros a resolverlo y no lo consiguieron. Yo dije que podía hacerlo, lo escuchó mi compañero, le avisó a la profesora y salí a hacerlo. Nadie daba un duro pero lo hice bien, y gracias a eso me pasaron de curso.
¿Cuándo se dio cuenta de qué era a lo que se quería dedicar?
—El mundo sanitario siempre me llamó mucho la atención. Continué mis estudios, pero no me dio la nota para acceder a una carrera sanitaria en la universidad, por lo que realicé un grado superior en la Cruz Roja. Ahora ya estoy trabajando como enfermero en el Hospital de Galdakao.
Cuando llevaba varios años instalado en Bizkaia, ¿tenía claro que iba a desarrollar su vida profesional aquí?
—En los campamentos no te puedes desarrollar a nivel profesional, no hay empresas ni una manera en la que puedas subsistir. Por eso muchos de nosotros decidimos emigrar aquí. Aunque también podría haber pasado la fase en la que me hubiera ido mal en los estudios y haber tenido que tomar otro camino, porque el sistema educativo aquí es muy rígido.
¿Qué opina de la labor que realizan las familias de acogida?
—Es una labor muy buena. Dan la oportunidad a que los niños dejen de pasar el verano en un territorio muy duro y hostil. Pero sobre todo ayuda a que realicen los chequeos de salud. Muchos niños descubren que tienen enfermedades crónicas al llegar aquí y pueden seguir un tratamiento.
¿Qué mensaje trasladaría a una familia que esté pensando en acoger?
—Es una oportunidad muy bonita. No solamente acoges a un niño, conoces a un pueblo entero y a un país con una cultura muy diferente. Es un intercambio cultural muy bonito.
De los 300 niños que iban a venir este verano a Euskadi, solo 200 familias se han mostrado voluntarias. ¿Por qué cree que cada vez hay menos acogidas?
—Creo que hay menos acogidas porque la causa del Sahara Occidental se está olvidando. Porque las presiones que ha hecho la monarquía marroquí en España han hecho mella. Basta con hablar del reconocimiento de Sánchez al plan de autonomía marroquí. Si la causa saharaui no aparece en los medios de comunicación y tampoco en las redes la gente no va a ser consciente y habrá menos colaboración. Creo que en Euskadi la gente es más consciente pero hay que incidir para que las personas sean conscientes de lo que sucede ahí.
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