LO mismo habla con ellos de setas que recuerdan canciones o les propone jugar al parchís. Begoña Antolín, vecina de Las Arenas, lleva dos años acompañando a enfermos que se encuentran solos en hospitales vizcainos y afirma que una dosis de conversación obra milagros. “Que tú estés un ratito hablándole, sonriéndole o agarrándole de la mano, diciéndole: Venga, ánimo si le ves que está un poco triste, puede ser mucho para esa persona”, asegura esta voluntaria de Acompaña Laguntzen, asociación que necesita refuerzos de almas solidarias para “aliviar la soledad” de un mayor número de pacientes. El año pasado poco más de medio centenar de voluntarios realizaron 366 visitas a 53 enfermos. Unas cifras que aún distan mucho de las obtenidas antes de la pandemia.

Una vez se jubiló, Begoña quería colaborar con alguna causa solidaria y su hija, que es médico, le sugirió que “por su forma de ser” podría hacerlo en el ámbito hospitalario. “Ella veía que había muchas veces pacientes que estaban solos y para los que simplemente una conversación era algo maravilloso, un estímulo de estar con alguien, de no estar viendo el techo y las paredes”, explica esta voluntaria, “muy contenta” con su labor. “A nivel personal me aporta una gran satisfacción y cuando estoy con los pacientes veo que les dejo más alegres”, dice.

Con el fin de “hacerle el rato agradable” al enfermo, hablan sobre sus aficiones o lo que se tercie. “A veces coincide que es de Portugalete, donde nací yo, y empezamos a recordar canciones y cosas de lo más sencillo. Ves que la persona desconecta y olvida un rato su enfermedad, que es de lo que se trata”, explica Begoña, toda discreción. “Ni sé que tienen ni se lo pregunto. Muchas veces no hace falta porque simplemente te ven, te dan la mano, una sonrisa... Si quieren contar, que lo cuenten, pero eso se queda conmigo”, da su palabra.

Escucharles, servirles de desahogo o de distracción. Algo tan simple, señala, es “una terapia tremenda”. “A alguno le digo: Oye, traigo un parchís y jugamos mañana una partidita. Una vez un señor me contó que iba a coger setas y le dije: Te voy a traer un libro que tiene mi marido. El dolor y las molestias si estás entretenido y te hablan de algo que te gusta son más llevaderos”, atestigua.

Además de acompañar a pacientes a pie de cama, también lo hacen cuando acuden a alguna consulta. “Hay mucha gente sola en los hospitales y el que más solo está muchas veces no es el que no tiene familia”, aclara esta voluntaria. “Imagínate una persona cuya hija vive en Madrid o Canarias y mientras viene... o gente que tiene una sobrina que tiene que trabajar y solo puede ir el fin de semana”, pone como ejemplos.

Begoña también ha arropado a bebés. “He acompañado a niños pequeños que tienen que estar 24 horas ingresados y los padres hay horas que no pueden estar. A un bebé no se le puede dejar solo y en pediatría nos agradecen que estemos con ellos”, comenta. También asisten a menores que proceden de otros países y son operados en Cruces. “A veces vienen con sus padres, pero otras veces los padres se tienen que ir y vamos nosotros para hablar y jugar un poco en la habitación. Esa experiencia es muy bonita porque son unos niños maravillosos”, cuenta.

Sin “ninguna obligación”, cada voluntario se ofrece según su disponibilidad. “Yo suelo estar una hora y media, pero si veo que el paciente está a gusto me quedo un poco más y si está cansado, menos”, detalla. Ante cualquier necesidad que se presente, llaman a enfermería.

Cuando la estancia es larga, los pacientes ingresados en los hospitales de Cruces, Basurto, San Eloy y Urduliz son visitados por diferentes voluntarios. “Algunos llevan bastante ingresados y nos conocen a varios. Les gusta porque ven diferentes caras, hablan de distintos temas y eso también para ellos es otro aliciente”, argumenta y agradece el trato que reciben del personal sanitario. “Las enfermeras no pueden estar con el paciente dándole conversación. Cuando nos ven quedándonos con él humanamente se ponen contentos”, dice.

Con o sin mascarilla, según la vulnerabilidad del enfermo, Begoña anima a “no tener miedo” y tender una mano amiga a estos enfermos. “Si pueden estar con ellos media hora, va a ser media hora de alegría. Esa media hora igual estamos en un sofá sentados en casa, sin saber qué hacer”.