Los pacientes están arropados, las familias respiran aliviadas y tanto el personal sanitario como los voluntarios se sienten satisfechos. Todos se benefician de la labor que Acompaña Laguntzen desarrolla en cuatro hospitales, entre ellos, el de Cruces, donde la presidenta y cofundadora de la asociación, Aurora Navajas, fue jefa de la Unidad de Hematología y Oncología Pediátrica.

Cualquiera no puede acceder a una habitación de hospital.

—Desde el punto de vista de la seguridad, la mayor dificultad residía en dejar que gente que no dependía de Osakidetza entrara en los hospitales. Por ello, diseñamos unas txartelas de identificación para los voluntarios, a los que entrevistamos e informamos de lo que pueden o no pueden hacer.

¿Y qué es lo que no deben hacer?

—Los voluntarios son una visita amigable y nada más. No pueden ni darles de beber porque igual tienen que estar en ayunas y lo fastidian. Si el paciente dice: “Quiero ir al baño, ¿me acompañas?”, tampoco, a no ser que en enfermería digan que se puede levantar solo o con una mínima ayuda. No pueden hacer nada.

Salvo ofrecerles su compañía.

—La idea es acompañar como si fueras un amigo, un vecino o un familiar, que en ese momento por la razón que sea, en la cual no entramos, no está disponible. Un voluntario por sí solo no debe movilizar a un enfermo, ni darle de comer ni de beber, aunque hay uno, por ejemplo, que si le ve las uñas largas, le hace la manicura. También puede ayudarle a caminar por la habitación o por la sala si en enfermería le dicen que lo puede hacer.

Los voluntarios se tomarán todas estas directrices a rajatabla.

—Nunca hemos tenido errores porque les ofrecemos una información muy exhaustiva y les decimos que, a la menor duda que tengan, nos contacten. Además, antes de entrar a la habitación del paciente, el voluntario se presenta en el mostrador de enfermería de la planta y dice quién es y que acaba de llegar y anuncia también cuándo se va: “Dejo a esta señora en su habitación sola”.

¿Con cuántos voluntarios cuentan?

—El número de voluntarios bajó un 50% después de la pandemia: algunas se habían cambiado de domicilio, a otros les había entrado mucho miedo a entrar en los hospitales... El año pasado los voluntarios efectivos no llegaban ni a 60, serían cincuenta y pocos. A raíz de la campaña de captación que estamos haciendo, ya llevamos cinco voluntarios nuevos y estamos haciendo entrevistas.

¿Cuál es el perfil del voluntariado?

—No hacemos selección de sexo ni de ocupación ni de profesión ni de edad, pero tienen que ser mayores de 18 años y desde el año pasado se les pide que soliciten en el Ministerio de Justicia el certificado de estar libres de delitos de naturaleza sexual. No hemos tenido ningún problema, pero los problemas están en los medios todos los días. Si al hacerles la entrevista, su perfil no nos parece adecuado, no los llamamos.

¿Cómo contactan con la asociación?

—Se captan voluntarios por el boca a boca. Yo tengo tres amigas que son voluntarias y socias. Los socios pagan una cuota anual de 20 euros. A lo mejor estas señoras se lo dicen a una amiga: “Pues una horita libre alguna tarde sí tendría” y le dan el folleto. También puede que se enteren por la web (www.laguntzen.org), estamos en Facebook, hay un correo electrónico, cartelería en el metro...

¿En cuántos hospitales intervienen?

—En cuatro: Cruces, Basurto, San Eloy y Urduliz, que entró el año pasado.

¿A cuántos pacientes prestan acompañamiento al cabo del año?

—Antes de la pandemia estábamos funcionando muy bien. En 2019 hicimos 354 visitas de acompañamiento solo en el hospital de Cruces, que no está nada mal para ser un voluntariado, y pudimos atender a 48 enfermos.

¿Alcanzaron esas cifras en 2023?

—En el hospital de Cruces en 2023 hubo 315 visitas del voluntariado a 39 enfermos; en Basurto, 21 visitas a 7 enfermos; en San Eloy, 17 sesiones de acompañamiento a 4 enfermos y en Urduliz, 13 sesiones con tres enfermos.

¿Con qué frecuencia los visitan?

—En un trasplante de hígado, por ejemplo, se le visita prácticamente todos los días porque a lo mejor es un enfermo de otro país o territorio y está bastante solo durante su estancia en el hospital. Hay gente que no está sola en sus casas o tiene familia, pero las relaciones dentro de las familias y las casas no son tan buenas como uno desearía y cuando están en el hospital necesitan compañía.

¿Y si el voluntario y el paciente, por lo que fuera, no congenian?

—Cuando hay alguna discrepancia o falta de cordialidad entre el voluntario y el enfermo, el voluntario nos llama, deja de visitarlo y le asignamos otro enfermo cuando lo haya.

Estando acompañados, ¿los pacientes se suelen recuperar mejor?

—Una auxiliar de clínica jubilada, que era voluntaria, estuvo acompañando a un lactante, cuyos padres no podían acudir, y el jefe de servicio de cuidados intensivos de pediatría nos escribió una carta expresando su satisfacción. En el caso de ancianos que vienen de residencias y vuelven a ellas, nos escriben las residencias dando las gracias por la labor, y también familiares de voluntarios que, por ejemplo, han venido a hacerse alguna intervención que no se hace en sus lugares de origen y no tienen aquí a la familia más que el fin de semana.

Para los voluntarios todo esto debe resultar muy gratificante.

—La satisfacción del propio voluntario cuando realiza un acto solidario a alguien que verdaderamente lo necesita es la mejor recompensa. l