El talento de Karrantza brilló anoche en los premios Goya. No solo personificado en Víctor Erice y Cerrar los ojos, sino también en Raúl Barreras, nominado por el montaje de 20.000 especies de abejas, de Estíbaliz Urresola. Ya a los 7 años plasmó por escrito en el colegio que se dedicaría al cine y lo ha cumplido. Actualmente escribe el guion de La abundancia, su primer largometraje, que entrelaza “elementos de ciencia ficción y una distopía relacionada con el medio ambiente con la historia de una familia separada ambientada en los años ochenta”. Lo compagina con las labores de edición que toman el pulso al “latido” de la película, ya que “la unión de diferentes imágenes crea nuevos sentidos y significados en esa etapa final en la que empiezas a ensamblar las piezas que se han ido recolectando durante el rodaje”.

De pequeño “me obsesionaba el cine”. En aquella época “era complicado tener referentes sin tanto acceso a la información” y a base de “probar y no siempre acertar” se encaminó a Madrid. El proceso de adaptación resultó “complicado porque pasas de un pueblo como Karratza de 2.000 personas a una ciudad de cuatro millones” y un mundo “muy distinto, ya no solo a nivel de lo profesional, me costaba ver cómo podía llegar a cumplir ese sueño”.

Cuando en un curso la productora María José García le habló de la escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, sintió que podía “ser un buen lugar para formarme”. Seleccionado en las pruebas de acceso a los 20 años hizo las maletas para cruzar el charco. Otro “salto fuerte” al que se acostumbró rápido. Las instalaciones se encontraban “en medio del campo, me gustó encontrarme con 300 compañeros y compañeras con los que compartía inquietudes”. Al terminar, la directora Joane Gómez le dio la oportunidad de editar su primer largometraje en República Dominicana. Desde allí regresó a Karrantza con la sensación de “haber vivido un espejismo de que crees que va a costar menos incorporarse al mercado laboral”. Debió volver a volar al otro lado del Atlántico, a México. Unos años después, el deseo de estar más cerca de su familia y las “ganas de compaginar la edición con proyectos propios” le movieron a regresar. Producciones como el corto Arnasa, a punto de ser nominado también para los Goya.

Su carrera no ha discurrido por los cauces habituales. Normalmente “empiezas haciendo asistencias y de ahí a jefe de equipo en edición, mientras que yo tras salir de la escuela edité películas sin haber pasado por esa fase de asistente”. Lo hizo más tarde de la mano de quien considera su “madre del cine, Julia Juániz”. Ella ha montado “con Saura, con Erice…”. El hecho de “trabajar con alguien con mucha más experiencia te abre la perspectiva a otra forma de vivir el oficio”.

En la sala de montaje se desechan ingentes cantidades de filmación porque “se graba más que cuando no existía el formato digital debido a los costes”. Por ejemplo, “de una secuencia que va a durar ocho minutos a lo mejor se filman tres horas” y en documentales “puedes disponer tranquilamente de material de 200 horas que hay que condensar en hora y media”. Siempre “se va a respetar, por supuesto, la idea que parte desde el guión hasta las intenciones en el rodaje”, pero pueden surgir distintas versiones: “ la percepción puede ser totalmente distinta por cuestiones de cómo estaban ordenadas unas secuencias, la duración, etc.”. Últimamente se estila “arrancar por el final con ese gancho, que puede marcar el guión”. Sin embargo, la decisión se adopta en la sala de montaje “si falta un enganche al inicio”.

Sintonía en el estudio

De ahí la importancia de “entenderte” con el director o directora. Se trata de un proceso “muy íntimo en el que colaboras durante meses y es verdad que no siempre quien está dirigiendo se implica tanto en el montaje como Esti, que yo he podido ver lo que disfruta de ese proceso”. Se refiere a la directora de 20.000 especies de abejas, la película que, como Raúl asegura, le ha cambiado la vida.

Estíbaliz Urresola contactó con él a raíz de visionar el documental Boca Ciega, que el realizador encartado montó con Itziar Leemans. Congeniaron desde el principio. “Cuando me narró la historia supe que me encantaría hacerla, no solo porque adoro su estilo de dirigir, sino también porque me toca personalmente”. La obra “lleva una edición muy profunda y exhaustiva que se basa bastante en invisibilizar los cortes para que se vea todo lo más orgánico posible y no poner los trucos a la vista del espectador”.

A partir de hoy, con el broche de oro de la temporada de premios, se concentrará en otro filme en el que participa. Pese al reconocimiento de su presencia en los Goya, “desconozco si marcará un punto de inflexión, pienso que hay que ganárselo trabajo a trabajo” y “gestionar emocionalmente esa incertidumbre de que suene el teléfono es complicado”. En una profesión “inestable” en esos momentos de parón “escribo, desarrollo carpetas y pongo la mente a funcionar porque me ayuda a mantener la tranquilidad”. “Me cuesta, porque tengo un estudio alquilado en el que edito y son gastos extra que hay que sumar y cuando la vida está tan cara… Te aprietas un poco el cinturón y piensas que vendrá un momento en el que todo vaya a mejor”, mantiene sobre una carrera que despega.