Casi en penumbra, el aproximadamente medio centenar de personas inscritas en la visita entró en San Pedro Zarikete. La ausencia de luz artificial añadió un halo de misterio, ese componente “especial” que Patxi García de la Torre siempre menciona al hablar de la ermita junto a la que creció y que ha contribuido a restaurar a lo largo de treinta años “a base mucho esfuerzo” cuando amenazaba ruina. El tamaño del edifico actual, del siglo XVI, da pistas de su relevancia. Asociada a los ritos contra el mal de ojo, ocupa un lugar especial para el corazón de los zallarras, al igual que la de San Pantaleón, ligada a uno de los símbolos locales: Lucía de Aretxaga y a las inundaciones, una cruz con la que el municipio carga desde tiempos inmemoriales y que motivaron el traslado del templo a una colina.

Dentro del programa de las Jornadas Europeas del Patrimonio, el Museo de las Encartaciones ofreció un recorrido guiado a través de rituales y leyendas que han granjeado a los zallarras el sobrenombre de brujos, después de una charla introductoria en la Casa de Juntas de Abellaneda.

Protegida por el Gobierno vasco con la categoría de Monumento desde 2012, en San Pedro Zarikete se han realizado “descubrimientos importantes” que atestiguan la “historia milenaria y tradición viva” que la preceden. La ermita primitiva data de al menos el siglo XI y “se cree que desempeñó un papel relevante en la introducción del cristianismo en la zona por su situación junto a la calzada”. Incluso antes. “¿Puede que adoraran piedras profanas? ¿Puede ser el término Zarikete una derivación de lugar de salces?”, se preguntó refiriéndose a los sauces que abundan a los que se llama aspirina natural porque contienen ácido acetilsalicílico, componente de la aspirina. “¿La inventaron los alemanes o ya la conocíamos nosotros hace mil años?” y habría que rastrear ahí el origen de las peregrinaciones a San Pedro de personas deseosas de aliviar las dolencias “¿de cuerpo y alma?”.

El caso es que “al principio acudía gente de la comarca” y su renombre ha crecido hasta el punto de que “el pasado 7 de julio vino una pareja de Nueva Zelanda, así que ya no puede llegar nadie de más lejos”. Como ellos, ayer se llevaron una estampita y probaron a arrojar sal y marcharse por un camino diferente.

¿Bruja, beata o saludadora?

La ruta prosiguió en dirección al barrio donde hasta el siglo XVIII se levantaba la ermita de San Pantaleón: Aretxaga, relacionado con Lucía de Aretxaga. A Lucía “se le atribuía el rol de beata o serora” que se encargaba de cuidar la ermita de San Pantaleón, “pero hay quien dice que ejercía como saludadora”, explicó Janire Rojo, del Museo de las Encartaciones. Es decir, “dadora de salud, alguien con dotes especiales” para sanar “personas o animales enfermos, por ejemplo, echándoles el aliento”. “Reconocidos hasta cierto punto porque esa facultad implicaba un componente no cristiano”, por lo que “a veces se les tachaba de charlatanes”. En cualquier caso, en Zalla se conoce al dedillo la leyenda del vinatero navarro que recurrió a Lucía de Aretxaga para descubrir si su esposa efectivamente había perdido un anillo en la bodega o se lo había entregado a su amante, la consulta con el diablo que resolvió el misterio y el cambio de versión que dejaba a la mujer por infiel escuchado por un criado supuestamente dormido. El relato termina con la muerte de Lucía en la hoguera condenada por la Inquisición, aunque otra variación refiere que se trataría de una mujer pobre que falleció quemada en un horno de pan en el que se había refugiado.

Dicen que a su muerte la ermita de San Pantaleón atravesó un declive que llevó a su reconstrucción en su actual emplazamiento en 1776. Transportaron “una escultura del santo gótica de piedra, singular porque existen muy pocos ejemplos”. “¡Pesa 300 kilos!”, comentaron las hermanas Pili y Nati Martín, que cuidan el legado artístico y humano de este rincón de Zalla.