Tras el fallecimiento de su abuelo, relojero profesional, a Juan Antonio Izagirre, ermuarra residente en Durango desde más tres décadas, le tocó recuperar todo lo que les dejó: relojes, telescopios o rayos X portátiles, entre otra amplia variedad de reliquias que fue recuperando con mimo, dedicación y mucho cariño. De este modo comenzó a interesarse por el mundo de los relojes. Más aún, cuando Erik Arévalo, joven durangarra licenciado en Historia, impartió una conferencia en el museo de la villa sobre la historia de los relojes públicos y relojeros del Duranguesado. Juan Antonio descubrió aquel día que el reloj más antiguo de la zona se encontraba en la iglesia de Santiago Apóstol de su Ermua natal: un Penton inglés de 1772. “Inmediatamente fui a verlo. Estaba en la torre en un rincón abandonado. Le dije al Ayuntamiento de Ermua que si me lo bajaban de allí yo me comprometía a limpiarlo. Fue durante la pandemia cuando con ayuda de una gran grúa se bajó el reloj y lo trasladaron a un local que tengo cerca de la iglesia donde llevo dos años limpiándolo”, detalla sobre el trabajo que ha estado realizando.

El legado de su abuelo lo mantiene muy vivo y Juan Antonio recuerda alguno de los logros que obtuvo. Relojero profesional, estudio en Suiza y posteriormente se dedicó al mantenimiento de la relojería en el ferrocarril. “Después se pasó de la máquina de vapor a la eléctrica y fue jefe del servicio eléctrico. Fue pionero en muchas cosas. Fue alcalde, trajo la primeras aguas a Ermua y el primero que puso alumbrado público”, ensalza.

En el momento en el que Juan Antonio vio el reloj maltratado y lleno de polvo en una esquina de la torre de la iglesia de Ermua, supo que no podía dejarlo allí. Los recuerdos y momentos vividos con su abuelo pesaron y se ofreció a limpiarlo de manera altruista. El Ayuntamiento de Ermua está impulsando este proyecto con la inestimable ayuda del restaurador. “En su día ese reloj marcaría el funcionamiento del pueblo porque casi nadie dispondría en aquellos años de uno en casa. Me daba dolor verlo en un rincón hecho una porquería; es una joya que no se puede echar a perder”, defiende.

Con un peso aproximado de cien kilos, al reloj le falta el péndulo y varias piezas. Con la idea fundamental de que el lavado quede de la mejor manera posible, Juan Antonio está intentando localizar algunas de las piezas que se han ido perdiendo con el paso del tiempo. En este sentido, se puso en contacto recientemente con responsables de la catedral de St Margaret’s en Ipswich (Reino Unido) ya que cuenta con un reloj de características similares y buscaba información más concreta para sus labores de restauración. “Les escribí y me dijeron que no era Penton. No son los típicos relojes que conocemos aquí que van montados en una bancada y tiene tres cuerpos; es como si fuera un reloj de sobremesa, pero hecho en grande”, puntualiza.

“Si a un reloj le falta el péndulo, es igual que un coche sin ruedas”, afirma Juan Antonio que ha mantenido contacto con varias asociaciones relojeras con el propósito de conseguir información y dar con alguna de las piezas que le faltan al mecanismo. Una de las ideas que más claras tiene es que “quiero hacer un lavado de cara a fondo y que quede lo más original posible sin desvirtuar su riqueza histórica. Animo a cualquier asociación relojera a echarme un cable en la restauración”, lanza el guante el ermuarra.

El proceso de limpieza y desincrustación está siendo arduo ya que lleva tiempo dedicándole muchas horas a base de decapante, lija, carda metálica en taladro, pavonado en frío y pintura. En la actualidad, Juan Antonio Izagirre se encuentra puliendo los últimos detalles de la restauración y en breve finalizará un proceso que comenzó hace dos años con el que verá la luz un reloj del siglo XVIII. “La exposición del reloj sería donde el Ayuntamiento y la parroquia lo acuerden”, finaliza su restaurador.