Lo que se le ocurrió como un epílogo a la historia de la atormentada Nerea y la resolución a su relación con el túnel de La Engaña y la localidad burgalesa de Pedrosa de Valdeporres en la que se enclava una de sus bocas creció de tal manera que Beatriz Artaza terminó por escribir un segundo libro para cerrar las tramas. Derivó en un relato “más extenso que el anterior”, explica la escritora natural de Gallarta y afincada en Galdames, a quien impactaron “la negrura, la amplitud” y el paisaje abandonado alrededor de la obra para la vía de casi siete kilómetros excavados en las entrañas del monte como punto de paso del tren Santander-Mediterráneo que no llegó a circular jamás. Durante mucho tiempo ostentó el récord del túnel ferroviario más largo del Estado y su otro acceso está en Vega de Pas (Cantabria)

Los trabajos arrancaron en 1942 y ambos lados se tocaron en 1959. En aquellos años “construyeron casas, iglesia, economato...”, el proyecto llevó la prosperidad a la zona y tan pronto como se abandonó el túnel todo ese mundo se desvaneció. Ella se enfoca en concreto a la parte burgalesa. Hilvanó el argumento “un fin de semana que acudí a casa de mis padres”, que habían establecido allí su segunda residencia. En su afán por mantener el máximo rigor recurrió a fuentes documentales, visionó un trabajo audiovisual y habló “con dos hombres que trabajaron allí” y vecinos de los alrededores, que mencionaron “palabras antiguas en desuso que he incluido”. En lo tocante a los escenarios de “Burgos, Barakaldo, Bilbao, Portugalete, en la segunda parte Pedraza, en Segovia, etc. todo lo que sale es real, en eso me gusta ser meticulosa”. Detalles “que pueden pasar desapercibidos como ¿en qué año se encendió la luz eléctrica en Pedrosa de Valdeporres? o ¿cuánto costaba una vivienda en los años veinte?” marcan la diferencia. Por supuesto, “quise vivir la experiencia de entrar en el túnel”, que no se puede recorrer entero porque hay un derrumbe” y me impresionaron la oscuridad, cómo el silencio lo envuelve todo el eco, el tintineo de las gotas filtrándose por la roca caliza...” También preguntó a una psicóloga para disponer de referencias a la hora de abordar la infancia y adolescencia complicadas de la protagonista y a la policía, en relación a un caso.

Ahí confluyen los acontecimientos que describe, en el pasado, entre los años treinta y sesenta, y en el presente, en 2017. En los dos “quiero que ocurran cosas y el lector se enganche desde el principio” y no ahorra escenas duras para entender la evolución de los personajes. En el desenlace acompaña a un hombre que recorre un complicado camino “de bueno y trabajador, se transforma en un amargado y alcohólica, que trata mal a su familia a consecuencia de los cambios que le suceden en la vida y, al final, regresa a su esencia”. El por qué de estos golpes y la manera en que el eje principal y las subtramas conectan, como reza el título del libro, sorprenderá al lector. La segunda parte “comienza en 2017, en el punto en el que finaliza el primero y acaba en 1928, donde termina el anterior”; los protagonistas de la primera obra sobre el túnel, La Engaña, un túnel al pasado asumen un rol secundario y viceversa.

Beatriz Artaza elabora “un esquema con los personajes y su perfil y cuando ya lo veo claro me pongo a plasmar la historia, aunque a veces siento que hablan a través de mis manos”, como en un pasaje “en un principio normal que se convirtió en bastante duro, pero que explica por qué significó un punto de inflexión para el protagonista”. Acostumbra a escribir “unas dos horas por la mañana y en verano me levanto a las 6.00 y sigo hasta las 10.00”. En enero se enfrascará en libro, seguramente ambientado en Gallarta, que será el cuarto en total. “Pongo el alma y escribir desgasta, pero no puedo parar”, confiesa.