Es un día señalado para Bermeo, Elantxobe y Mundaka, y para buena parte los vecinos de Urdaibai. Es una jornada marcada en rojo en el calendario, una de las que nadie quiere perderse. Y como tal, las tres localidades costeras han vivido por todo lo alto una icónica celebración marítima que tiene su razón de ser en la isla de Izaro. Bermeo ha cumplido con el guion prestablecido: el alcalde, Aritz Abaroa, lanzó la teja –cargada de simbolismo por los 600 años desde que la orden religiosa puso pie en el islote– refrendando así los límites del municipio. Elantxobe y Mundaka, embutidas en el preceptivo mahón, cumplieron con la costumbre a rajatabla. La Magdalena en su esencia, plagada de ritos y costumbres, está de vuelta. “Al 100%”, se felicitaron algunos.

Había ganas. Muchas. Dos años de ausencia por el coronavirus han sido demasiada espera. Algunos, incluso consideraban que había demasiadas ansias, y que ésto podría desembocar en problemas. El amplio dispositivo de seguridad por tierra mar y aire establecido –que implicó a la Ertzaintza, Salvamento Marítimo, Cruz Roja, policías locales...– funcionó a la perfección y no hubo que lamentar incidentes reseñables durante la romería marítima. Desde bien entrada la mañana, y pese a que cayeron unas pocas gotas de lluvia, se notaba que iba a ser un día sumamente especial. Los puertos de Bermeo, Elantxobe y Mundaka –el verdadero corazón festivo de la romería náutica– estaban imbuidos en la preparación de todo lo necesario para encarar la fiesta, haciendo acopio de todo lo necesario. Pero no fue hasta las 10.45 cuando se dio arranque oficialmente a la Magdalena. En Goiko plaza, ya dispuestos para encarar la comitiva que marcharía hacia la iglesia de Santa Eufemia, la corporación bermeotarra desfiló bajo el Alkate soinua a cargo del grupo de txistularis Kankinkabara. Los petardos y cohetes no dejaron de sonar anunciando la juerga. Comenzaba una maratoniana jornada.

Lo verdaderamente importante venía después. Cuando, subidos al Hegaluze, los miembros de la comitiva enfilaron hacia Izaro. Tras hacerse a la mar en Portuzarra, sobre las 12.00 horas, rodeados de vecinos, y cuando pocos minutos después ya se encontraban al noreste de la isla, rodeados de una multitud de embarcaciones que no se quisieron perder el momento, el alcalde de Bermeo, Aritz Abaroa, lanzó la icónica teja –una proveniente del convento franciscano de la localidad– no sin antes cumplir con la primera gran costumbre: a viva voz, proclamó la conocida frase “honaino heltzen dira Bermeoko ittoginak - Hasta aquí llegan las goteras de Bermeo”. Una forma histórica con la que se reafirman los límites de la villa, a la que acompañó un estruendo de los allí presentes. Aplausos, sirenas, irrintzis... En todo caso, dos valientes –Hilario Aurrekoetxea y Pedro Bilbao– se subieron antes a lo alto de Izaro, que para nada es un camino fácil, para colocar allí, bien visibles, la bandera de Bermeo y la ikurriña.

El alcalde elantxobetarra, Patxi Egurro, cedió el bastón de mando de la localidad a Abaroa Oskar González

En Elantxobe

Una vez satisfecha la tradición, llegaba otro de los momentos del día. Fue cuando la comitiva accedió al puerto de Elantxobe hacia la una del mediodía. En esta ocasión, la colocación de barandillas en la dársena minimizó el riesgo de que se repitieran desagradables escenas del pasado, cuando de milagro no hubo graves accidentes entre embarcaciones y bañistas. El dispositivo prefijado –que incluso contó con un helicóptero de la Ertzaintza– y las indicaciones de Jon Ojanguren –ayer coordinador de seguridad en el mar– evitó males mayores. Entonces, y sobre un muelle repleto de personas –aunque nada equiparable a las avalanchas de otros años–, el alcalde elantxobetarra, Patxi Egurro, cedió el bastón de mando de la localidad a Abaroa, otro de los ritos de la Magdalena que se cumple a rajatabla. Nuevamente, la comitiva enfiló por las estrechas y empinadas calles para ser agasajados con un aurresku.

En Mundaka

Una vez repuestas las fuerzas con una comida, la comitiva comenzó a hacer el camino inverso, de Elantxobe a Bermeo, no sin antes pasar por otro inexcusable rito del día: la entrada en el puerto de Mundaka. Fue allí, sobre las seis de la tarde, donde la alcaldesa, Irati Gondra, les dio la bienvenida –y la makila de la anteiglesia a Abaroa– y posteriormente se encaminaron a la plaza Lehendakari Agirre para el aurresku protocolario. Para entonces la intensidad de la romería marítima comenzaba a decaer. No fue hasta las ocho de la tarde cuando se volvió a Bermeo. No acabó entonces la fiesta, todo lo contrario.

Y es que la cita de la Magdalena es un largo día en el que se cumplen a rajatabla las tradiciones heredadas de décadas y siglos atrás. Y todavía quedaban algunas ritos por certificar. Tocaba acceder hasta la Goiko plaza de nuevo e izar allí la ikurriña y la bandera de Bermeo. Entonces se sucedieron los concurridos aurreskus, uno tras otro para dar fin a un día que, algunos, los que aun guardaban algunas fuerzas, alargaron hasta bien entrada la noche. Sea como fuera, la Magdalena recuperó su fórmula más primigenia. “Hemos recuperado nuestra costumbres”, señalaron desde el Ayuntamiento. Así fue.