Tienen ya una edad considerable, pero recuerdan como si fuera ayer un 13 de junio de 1937, cuando apenas mes y medio después del bombardeo de Gernika, miles y niñas embarcaron en Santurtzi rumbo al puerto francés de Pauillac huyendo de la Guerra Civil. Apenas tenían ni diez años y tenían que huir del horror de la guerra para comenzar una nueva vida, muchos de ellos para salvar sus vidas al arribar a la entonces Leningrado (hoy San Petesburgo). Hecha la vuelta a tierras vascas, jamás han olvidado que fue el pueblo ruso el que les brindó la oportunidad de enderezar sus vidas. “Nos dieron todo, nos dieron la vida allí”, aclara ahora Azucena Fernández, una niña de entonces que junto a la asociación Sever - Hijos de la Guerra de la URSS quieren devolver tanto cariño recibido. Y lo harán con cinco retoños del Árbol de Gernika que serán plantados en suelo ruso. Es la última donación de las Juntas Generales de Bizkaia, que trabaja para ampliar los ecos de un árbol que es símbolo de paz.

La Casa de Juntas de Gernika recibió a Azucena Fernández, quien junto la también niña de la guerra Victoria Iglesias conocieron de primera mano el sindular edificio de la mano de Ana Otadui, su presidenta. También estuvieron presentes Marina Sokolova Kurganoza, presidenta de Sever, y funcionarios rusos que se harán cargo de las plantaciones. En un año en el que se cumplen 85 de la partida de los niños de la guerra a bordo del barco Habana, persiguen replantarlos en Moscú, en el Museo memorial Poklonnaya Gora junto a la capilla dedicada a los españoles y vascos que combatieron contra las tropas de Hitler. “Otros dos ejemplares se trasladarán a San Petesburgo para asentarse en el Museo Estatal Memorial de la Defensa y Asedio de Lenningrado y en el espacio dedicado a los combatientes caídos en el cerco nazi durante la II Guerra Mundial. La ciudad de Púshkin (la antigua aldea de los Zares) recibirá otro ejemplar para que germine junto a las casas infantiles que acogieron a estos emigrantes de la guerra. Y, por último, el obelisco dedicado a los españoles que defendieron las tierras de la región de Karelia, será el destino del último árbol, pequeño en tamaño pero grande en simbología”, apuntaron fuentes del parlamento vizcaino.

“Muy emocionadas”, tal y como aseguraron sentirse Fernández e Iglesias, no dudaron en agradecer la excelente acogida que tuvieron por parte del pueblo ruso cuando tuvieron que dejar atrás su vida y embarcarse en una huida a la desesperada. “La acogida fue maravillosa, nos dieron todo aquello que necesitamos”, remarca Iglesias, quien no olvida que “hasta la primera muñeca que tuve me la regalaron allí”. Ella y Fernández estuvieron de principio en Leningrado (hoy en día San Petersburgo) aunque también conocieron otros lugares de Rusia -hasta que la Segunda Guerra Mundial les hizo volver en 1941-. “Nos cuidaron, mos trataron como a reyes”, explicaron dos mujeres que guardan un “inmenso cariño a la Rusia que nos crió”. No obstante, les dieron la posibilidad de retomar una vida que hubiera sido bien distinta en Euskadi. “La llegada allí fue estupenda·, relata Iglesias, “nos dieron estudios y la posibilidad de retomar una vida que nos había quedado paralizada aquí. Jamás nos faltó de nada. Les agradeceremos siempre la posibilidad que nos dieron de ser personas, ni más ni menos”, agrega.

Con Rusia enfrascada hoy en día en una guerra con Ucrania, Otadui deseó que los retoños enviados a ese país den alas a una paz que, por ahora, parece no llegar. Que los cinco descendientes del árbol sagrado de los vascos “se conviertan en recuerdo de la lucha y de la vistoria sobre el fascismo, honren la memoria de nuestros héroes, parte de los cuales fueron niños de la guerra que embarcaron en Santurtzi y, sobre todo, se conviertan en símbolos de la paz y de la humanidad para las futuras generaciones de la Federación Rusa”, reza la petición que hizo la asociación “Sever - Niños de la Guerra en la URSS a la presidencia de la Cámara vizcaína. Otadui también solicitó que los cinco ejemplares donados echen raíces en tierras rusas y se conviertan en “árboles de la paz”. Por ahora impera la locura de la guerra en el este, pero a buen seguro que en un futuro de los retoños allí enviados brotarán semillas de paz.